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La autoridad competente

Nunca, insisto, habíamos tenido aquí un gobierno tan abyectamente sometido como el de Andrés Pastrana

Antonio Caballero
5 de febrero de 2001

La primera reacción del gobierno de Andrés Pastrana ante el asesinato colectivo del representante Diego Turbay Cote, su madre y sus acompañantes y escoltas, consistió en expedir un comunicado. En él anunciaba que “reitera su solicitud a las autoridades competentes para identificar y capturar a los responsables de este hecho que enluta a la Nación”. Es obvio, pues, que las “autoridades competentes” no son las del gobierno: él mismo lo reconoce, con sinceridad que lo honraría si el hecho en sí no fuera una vergüenza. Por lo ocurrido después, se podría creer que las “autoridades competentes” son las de las Farc, puesto que a ellas se dirigió el Comisionado de Paz para pedir información sobre lo sucedido. Pero si fueran ellas, tampoco merecerían el calificativo de competentes, sino el de incompetentes, ya que al cabo de casi una semana de investigaciones exhaustivas sólo pudieron salir con el chorro de babas de que “lo único que nosotros sabemos es que están muertos” los muertos, cosa que todos sabíamos desde el principio. Cabe entonces pensar que las autoridades verdaderamente competentes son otras: las de los Estados Unidos. En efecto: nunca en nuestra historia de gobiernos arrodillados ante el Imperio, nunca; ni siquiera en los días en que el presidente Ernesto Samper mendigaba la renovación de su visa a cambio de la entrega del espacio marítimo y aéreo de Colombia; nunca, insisto, habíamos tenido aquí un gobierno tan abyectamente sometido como el de Andrés Pastrana. El ex presidente López Michelsen decía hace poco que Pastrana “ya no manda”. La frase está mal formulada, pues da a entender que antes mandaba, cuando lo cierto es que nunca ha mandado: se ha limitado a hacer lo que le mandan. En todo. En la paz y en la guerra, con ese ‘Plan Colombia’ redactado en Washington y en inglés (y que el perspicaz candidato ‘de la oposición’ Horacio Serpa sólo entendió cuando se lo leyeron en su versión original, sin subtítulos). En ese fleco incómodo de la paz y la guerra que es el respeto por los derechos humanos, que sólo figura en la agenda del gobierno por imposición del Senado norteamericano. En la estrategia frente al narcotráfico, que es la que dictan las agencias norteamericanas del ramo. En las relaciones exteriores: si Colombia atraviesa el más delicado momento de sus relaciones con Venezuela es porque los Estados Unidos quieren aislar al coronel Hugo Chávez, a quien consideran una amenaza para sus intereses; y si se han enfriado tanto las relaciones con los demás vecinos es por su justificado temor a las consecuencias que para ellos puede tener el Plan Colombia. Y finalmente, claro está, en la política económica, que independientemente de quién sea el encargado de aplicarla, Restrepo o Santos, es la que dispusieron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, de pe a pa, de las reformas tributarias al recorte fiscal. ¿Y en la cultura? Pues tal vez aquí levantaría el dedo la ministra Araujonoguera para decir que esa sí es exclusivamente “nuestra”. Pero a pesar de sus encabritamientos folclóricos no se ha visto que, por ejemplo, haya disminuido la ‘cuota de pantalla’ del cine norteamericano en los cines de este país, que es, creo, del 99 por ciento. También en la cultura, como en todo, las “autoridades competentes” están en otra parte. Lo que pasa es que las autoridades prepotentes de allá, como las subordinadas de aquí, son completamente incompetentes, si vamos a juzgarlas por los resultados. Las recetas económicas del Banco y del Fondo han provocado la peor recesión de la historia del país; el más alto desempleo (y hablo de desempleo, y no del engañoso “índice”; aunque hasta ese…); la mayor masa de emigrantes; una marejada de abandono estudiantil; el mayor número de desplazados internos del campo a la ciudad; y en consecuencia, el más alto crecimiento de la delincuencia urbana de la historia. Las recetas de guerra y paz del Departamento de Estado asesorado por la CIA han agravado el conflicto interno hasta límites sin precedentes desde la gran ‘Violencia’. Las órdenes de la DEA sobre la lucha contra los narcocultivos y el narcotráfico han hundido la economía de muchas ciudades y destruido la capacidad de autosubsistencia de cientos de millares de campesinos en las regiones de colonización agrícola. En lo que toca a las relaciones internacionales, jamás Colombia se había visto tan aislada: a cambio de las sonrisas del presidente Clinton al presidente Pastrana (“¿Quién será este señor, cuya sonrisita servil tanto me suena?”), estamos al borde de un enfrentamiento armado con la Venezuela de Chávez, y en cuarentena frente al Brasil, al Ecuador y al Perú; Panamá, por su parte, está llamando de nuevo a los marines. Y hasta en el ya mencionado tema de la “cultura autóctona” de nuestro pueblo: ¿Ustedes han oído hablar del jamboree de los boy-scouts? Nunca, insisto, habíamos estado tan gobernados desde afuera: ni siquiera en los siglos de la colonia española. Y nunca, tampoco, habíamos estado tan mal gobernados como ahora, cuando nos gobiernan las que el ‘gobierno’ de Andrés Pastrana llama reverentemente “las autoridades competentes”.

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