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Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

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La crisis del petrismo

Colombia, como todos los países del mundo requiere de un equilibrio político, donde una izquierda racional sea fundamental para cimentar los avances sociales.

5 de junio de 2023

Esta semana se cumplen los primeros 10 meses de gobierno, un corto periodo que ya suma tres crisis políticas, dos escándalos en el círculo íntimo del presidente, la declaración de independencia política de partidos que iniciaron la coalición de gobierno, y una muy alta pérdida en la aprobación de la gestión del presidente.

El ´affaire´ Sanabria-Benedetti podría ser el penúltimo episodio de una situación de crisis de gobierno -a la cual no se le ve fácil salida - y nos puede llevar a un escenario impensable en los 34 meses que quedan del primer gobierno de izquierda en Colombia.

Un experimento que nació mal y recomponer significará un tremendo esfuerzo, a la luz de lo evidenciado hasta ahora. Poco viable desde el talante del presidente. Todo para quienes lleve a su círculo íntimo de poder, con el vacío dejado por sus dos principales escuderos, el exilio diplomático de Roy Barreras y el desgaste de otros que iniciaron el gobierno.

El problema es que la enfermedad es congénita, es decir, que viene de nacimiento de la coalición que eligió al presidente. El Pacto Histórico llegó al poder haciendo concesiones a la política tradicional -en contravía de su narrativa al pueblo- y terminó delegando la campaña a los barones electorales más cuestionables, mientras los políticos de izquierda tradicional miraban hacia el otro lado. Ya en el poder, esa incongruencia ha sido imposible de manejar: los resultados son evidentes y es tarde para rasgarse las vestiduras.

Tampoco lograron mejor resultado quienes se unieron al proyecto bajo la doctrina de lograr una ´implosión controlada´ frente a los excesos que conocían o intuían en la agenda reformista del petrismo. En verdad no se logró mayor cosa, además del desgaste personal y político de figuras muy respetables, pero que fueron expulsadas del gobierno por la puerta de atrás y, en algunos casos, sin previo aviso. Que hoy esté aprobada en primer debate una absurda reforma a la salud, sin el concepto del ministerio de hacienda sobre su viabilidad e impacto fiscal, es una prueba de la futilidad y costo social de esa estrategia.

En solo 10 meses el proyecto petrista se ha quedado sin muchas opciones. El peligro para el país es que, tanto en las decisiones del presidente como en el fondo de sus declaraciones, se siente una mayor radicalización que se expresará principalmente en la agenda de reformas. La inminencia de las elecciones regionales, donde el escenario político no es el mejor, está impulsando a los miembros más radicales del Pacto Histórico a buscar desesperadamente acreditar alguna victoria política para presentar a sus votantes. Desafortunadamente, la única al alcance es la agenda de reformas, de manera que se buscará aprobar lo que sea, sin importar las consecuencias.

Tremenda responsabilidad tiene ahora el Congreso con la preocupante dualidad a que están jugado los partidos de la coalición: Se declaran independientes desde el partido, de dientes para afuera, pero por debajo de la mesa muchos congresistas obran pensando en sus propios intereses, por encima de los intereses de la nación.

En el ejecutivo vamos quedando con el sector más radical y activista del Pacto Histórico. El país no político podría, como en otros tiempos, simplemente confiar en la institucionalidad del país y trabajar, haciendo caso omiso de los desvaríos del gobierno y sus ministros. Peligrosa estrategia porque Petro no es Lula. En el repertorio táctico del gobierno colombiano no prima la racionalidad sino la emocionalidad. Prima la necesidad imperiosa de generar efectos. Por tanto, en tres años que restan, el daño a la sociedad y la economía puede ser muy grande.

Eso ya lo ha percibido la mayoría de los ciudadanos y las encuestas, que miden la imagen del presidente, se están quedando muy cortas en ponderar la honda preocupación por el futuro del país que se siente en la calle, en medio de la deriva fundamentalista del gobierno. No sólo son los 10 millones que no votaron por el presidente; son los jóvenes, los afrocolombianos que se están estrellando también con una vicepresidenta que ha roto sus esperanzas, hasta los dirigentes sindicales y muchos políticos -moderados y racionales de izquierda - que conocen la cara oscura del proyecto petrista.

Aquí no queda más opción que seguir golpeando la incongruencia y la radicalidad del gobierno desde una ciudadanía que no podrá dormirse ni un minuto. Es urgente que todos entendamos que, más allá de los escándalos, subyacen unos riesgos inmensos para el país. Hoy más que nunca es necesario que respaldemos la institucionalidad, las cortes, los gremios, las fuerzas militares; también a aquellos que serán afectados por las reformas como los pacientes y los pequeños empresarios.

No es un problema ideológico. Quienes hacen oposición usando ese prisma están equivocados. Colombia, como todos los países del mundo requiere de un equilibrio político, donde una izquierda racional sea fundamental para cimentar los avances sociales. Pero, infortunadamente esa no es la izquierda que nos está gobernando.

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