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Pasar la página, construir futuro

El acuerdo de paz nos separa y divide. Pasamos por alto la verdadera oportunidad: Más del 90 por ciento de los compromisos del acuerdo de paz del Teatro Colón está dedicado a resolver los problemas de la población en las zonas rurales y las víctimas del conflicto.

Camilo Granada
9 de abril de 2019

El acuerdo de paz nos separa y divide. Una de las razones principales es la miopía con la que nos aproximamos a él. Nos equivocamos al concentrar el debate polarizante sobre la paz en los aspectos directamente relacionados con el DDR (Desarme, Desmovilización y Reincorporación) y los “beneficios” otorgados a los excombatientes de las Farc. En unos años, es probable que nadie se acuerde de sus nombres.

Mientras tanto, pasamos por alto la verdadera oportunidad: Más del 90 por ciento de los compromisos del acuerdo de paz del Teatro Colón están dedicados a resolver los problemas de la población en las zonas rurales y las víctimas del conflicto. Lo verdaderamente transformador está ahí. Nada tienen que ver con el tratamiento a las Farc. Es hora de pasar la página y construir paz.

El rechazo de la Cámara de Representantes a las seis objeciones del Gobierno a la ley estatutaria de la JEP el lunes pasado demuestra que los colombianos nos quedamos atascados en lo accesorio del acuerdo de paz y no en lo principal.

El acuerdo de paz tiene seis grandes capítulos y más de 350 páginas. La inmensa mayoría están dedicadas a la recuperación de los campos afectados por décadas de conflicto. Se acordó que el Estado diseñara programas de inversión en educación, salud, reducción de la pobreza, vías terciarias, presencia efectiva del Estado, acceso a tierras, apoyo a los pequeños cultivadores de coca para que sustituyan esos cultivos y desminado humanitario. Todas políticas sobre las cuales deberíamos estar de acuerdo porque son justas y necesarias para pagar una deuda histórica que tenemos los colombianos con nuestros campesinos.

Buena parte de esos programas se iniciaron y se presentaron reformas legales para su puesta en marcha.  Más del 95 por ciento de los recursos estimados para implementar el acuerdo de paz en los próximos 15 años están destinados a esos programas.

Hay programas que están funcionando bien. El desminado es uno de ellos. El sector privado se ha movilizado para invertir en las zonas más afectadas por el conflicto bien sea a través del programa de obras por impuestos o los incentivos tributarios para crear empresa e invertir en esas regiones. El gobierno del Presidente Duque terminó el diseño y elaboración de los 16 Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial con la participación activa de la comunidad, tal y como estaba previsto. Son una luz de esperanza para regiones que nunca contaron con un apoyo organizado del Estado.  En ese campo hay tareas que hay que acelerar, no frenar: Pequeñas infraestructuras Comunitarias, bienes públicos como distritos de riego, modelos adaptados a comunidades dispersas de educación y salud, solo para mencionar algunos.

El banco de tierras y el programa de restitución tienen capacidad para resolver el problema de acceso y titulación de tierras de cientos de miles de familias. El programa de sustitución de cultivos ha demostrado que la inmensa mayoría de los campesinos ha cumplido su parte y que la resiembra es mínima, de acuerdo a la evaluación de Naciones Unidas. El programa de reparación de víctimas avanza a pesar de la inmensidad de la tarea y las dificultades emocionales y humanas propias de tan compleja labor.

Subsisten serios problemas, por supuesto. La seguridad es uno de ellos, en especial por cuenta del narcotráfico. El narcotráfico alimentó y degradó el conflicto. Pero su lógica es distinta. El conflicto precedió al surgimiento del narcotráfico en Colombia y resolverlo requiere acciones adicionales a la firma de un acuerdo de paz con las Farc. Las políticas y las instituciones responsables de la implementación seguramente pueden mejorarse y fortalecerse. Pero todos esos problemas no pueden hacernos perder de vista el objetivo importante, el proyecto de país al que debemos aportar todos.

El acuerdo de paz es un paso significativo para poner fin a la pesadilla. Pero si no cambiamos de gafas, si no corregimos la miopía, vamos a convertirlo en la pesadilla sin fin.

Llegó la hora de avanzar, de concentrarnos en hacer realidad las oportunidades que trae el fin de un conflicto. De trabajar juntos por materializarlas en vez de apostar a un fracaso en el que perdemos todos.

El Gobierno nacional tiene la oportunidad, sin traicionar a nadie, sin renunciar a sus principios, cumpliendo su promesa de promover la equidad, de liderar el fin de los debates agrios y encontrar un tema que realmente nos una a todos los colombianos. No es la paz, son las oportunidades que ella trae. Es construir un futuro distinto del pasado, uno que va más allá de simplemente sobrevivir a la violencia. En ese terreno, podemos encontrarnos los colombianos, sin importar cómo votamos el plebiscito.

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