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Columna de opinión Marc Eichmann

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El nuevo enfoque presidencial

Habiendo casado enfrentamientos infranqueables con el voto de opinión, el presidente se refugia en aquel país al que ha golpeado económicamente con su reforma tributaria, alzas en los combustibles y su controvertido proyecto de reforma laboral.

Marc Eichmann
8 de mayo de 2024

Gran preocupación hay entre los colombianos con respecto al rumbo a seguir ante el cada vez más retador comportamiento del Gobierno, en cabeza del presidente de la República. Inicialmente, mientras mantuvo un tono conciliador e hizo partícipe de sus decisiones a diferentes estamentos de la sociedad, preocupaba principalmente su comportamiento personal, su frecuente incumplimiento de citas en instancias nacionales e internacionales. Ese rasgo de su personalidad en que irrespetó a alcaldes, gobernadores, militares, funcionarios de gobiernos extranjeros y muchos más se profundizó con el tiempo.

A renglón seguido, el mandatario exhibió un desdén por quienes no piensan como él: quien no esté alineado con el programa progresista de gobierno, que haga un paso al costado, declaró a medida que separaba a quienes no pensaban igual que él. Salieron de su gobierno ministros que respetaban el marco institucional, viceministros que denunciaban las jugaditas de sus jefes, presidentes de gremios y todos aquellos que no se alinearan. En este último caso, apareció una nueva tendencia, la de ignorar el Estado de derecho y utilizar todas las herramientas legales o ilegales para presionar cambios a favor de sus políticas, como en el caso de la toma de entidades como la Cámara de Comercio de Bogotá o Comfenalco Antioquia.

Ya cansado de pelear con sus colaboradores cercanos, la emprendió contra el resto de la sociedad, reflejando matices de su pasado al margen de la ley. El sector privado, desde el pequeño emprendedor hasta las EPS, pasando por la prensa, se volvieron objeto de su discurso de odio. Hizo de todo para golpearlos con toda la fuerza del Estado que lo representa, pero que él no representa en su comportamiento. Apoyó medios de comunicación alternativos, insultó a los líderes de opinión, se tomó la vocería de organizaciones gremiales privadas, no a punto de un proceso democrático, sino utilizando el poder cooptativo de la amenaza estatal.

Paralelamente, fue reemplazando los altos mandos de las fuerzas armadas y la policía y permitió que los grupos al margen de la ley se fortalecieran expandiendo sus cultivos y tráfico de cocaína e incrementaran su presencia significativamente en los municipios. Si no fuera por esta dimensión de su gobierno, podría pensarse que la actitud del presidente se ha limitado a imponer su visión del mundo mediante mecanismos institucionales. Sin embargo, buscar el monopolio de la fuerza, no en favor del Estado, sino suyo, se refleja en preocupaciones mayores de los colombianos con respecto al futuro democrático del país.

Ante la reacción del país institucional, que rechaza sus actitudes con vehemencia por no estar a la altura del actuar de un jefe de Estado, el presidente ha empezado una nueva fase confrontacional, en la que ese mismo país es el enemigo. Su nuevo discurso se concentra en darles protagonismo a quienes, a pesar de tener derecho a una opinión, son fácilmente manipulables electoralmente. No nos engañemos, el presidente no busca reivindicar la situación desfavorecida de los más pobres, a quienes el Gobierno sólo les responde con discursos, sino buscar el apoyo de este segmento de la población con fines electorales; ya entró, muy tempranamente, en fase campaña.

En política no solo importa el fondo, sino también la forma, y en esta se raja constantemente el mandatario. Su estilo en el que la constante es el señalamiento de sus opositores de hacer parte del mal, ensalzado por una actitud intelectual profundamente deshonesta en que lo que importa es el mensaje y no el apego a la realidad, y el sencillo reconocimiento de las relaciones causa consecuencia, demuestran que su capacidad para dirigir un equipo hacia metas tangibles hace agua.

Tal vez la mayor consecuencia de su estilo es el desbordamiento de la corrupción a niveles nunca vistos antes que pasa por su hijo, por su hermano, sus colaboradores cercanos, su ministro del Interior y muchísimos funcionarios de su partido y su gobierno. A pesar de que el presidente públicamente se manifiesta en contra de la corrupción, no toma acciones en contra de ella y protege a quienes la personifican en su gobierno, como en el caso Benedetti.

El bajo, pero respetable nivel de popularidad del presidente no se compadece de su cuestionada gestión. Es la consecuencia de un novedoso enfoque a la Colombia que no representa el voto de opinión, aquella a la cual, a pesar de que la golpea de manera infame subiéndole el IVA a los alimentos, el precio de la gasolina o con una reforma laboral que ignora por completo a los trabajadores informales, responde a fábulas esperanzadoras que, como dijo su compañera de partido Clara López, se pueden prometer y después no cumplir.

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