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Sopor i piropos

La santa suerte de la Feria

Nicolás Morales revisa las novedades de la Feria del Libro y realiza un balance de las apuestas de las editoriales por la literatura nacional.

RevistaArcadia.com
21 de septiembre de 2010

Rezamos a los dioses para que Walter Riso no sea el hecho cultural de la próxima Feria Internacional del Libro. Pero si las cosas siguen así, podría darse este escalamiento de la autosuperación y la gastronomía. Digámoslo con letras mayúsculas: el año literario que precede a la Feria ha sido uno de los más soporíferos de los últimos tiempos. El aburrimiento inunda los escaparates, los periodistas culturales penan buscando los libros colombianos de calidad y el lector, advertido por el tufillo rancio que desprenden las novedades de la narrativa local, gira la vista hacia los libros nuevos que nos llegan de otros países.

Las editoriales despliegan sus cartas, aunque, por el número de libros que se lanzan, parece que escasean los presupuestos. Y me temo que, este año, tendremos un único bestseller: Santa suerte, de Jorge Franco. Según mis cálculos, debería poder vender al menos unos 50.000 ejemplares. Lo sabemos: la operación Franco no debe fallar. Doblete el sábado y el domingo en El Tiempo, con dos publirreportajes encargados a la editorial. Lanzamiento con Alejandra Borrero, recetas personales en programas de cocina, bonitas tarjetas, etc. En la otra orilla, la de Alfaguara, encontramos a don Tomás González, carta de una dignidad incontestable, a juzgar por su pasado literario y su modestia, tan lejana a las ambiciones de los autores de café concierto. La novela se llama Abraham entre bandidos y, por supuesto, es la candidata favorita para convertirse en el mejor libro de esta feria —aunque dudo que pase de los 15.000 ejemplares vendidos. De resto, no hay mucho más que ver —por lo menos en las grandes ligas. Norma prefiere el silencio y Ediciones B no logra editar algún novelista colombiano de quilates (por cierto, lo de Gringadas, de Hincapié, es realmente bueno). En resumen, creo que un país con un número tan limitado de novedades, y aún más, de buenas novedades criollas de ficción, en plena época de feria, tiene que comenzar a preocuparse.

Se agolpan las preguntas: ¿dónde están los relevos para estos novelistas que se llegan hoy a los sesenta? ¿En qué quedaron los autores jóvenes, tan publicitados, que iban a producir un buen número de novelas importantes en este milenio? ¿Por qué las editoriales, en su fabricación natural de best sellers, no encontraron un grupo de autores que les garantizaran calidad y muy buenas ventas? Con esto estoy diciendo que en los últimos años, por supuesto, hemos leído un grupo de novelas colombianas dignas pero muy marginales en circulación y, al revés, bodrios estruendosos que superan, para nuestra desgracia, los 20.000 ejemplares vendidos. Pero la industria editorial en Colombia no ha sido capaz de conciliar calidad y ventas en torno a esa generación que hoy tiene entre treinta y cuarenta y cinco años. Sí, hablo de todos esos autores jóvenes, mil veces fotografiados en las revistas Credencial y Diners, esos que escribieron algunos cuenticos en revistas como El Malpensante, esos que salieron de sabático a otros países con la promesa de que volverían con novelas extraordinarias, esos que, hasta ahora, no se han trasformado en grandes autores.

¿De qué se trata todo esto? Tal vez la culpa esté por el lado de los editores de ficción, antes importantes y ahora actores de segunda. Lo ilustro con un solo caso: el de la editora Pilar Reyes. Editora pragmática, rápida y certera de Santillana Colombia, logró armar un catálogo que intentó darle un lugar primordial a la ficción. Es decir, hacer que buenos y regulares novelistas vendieran más libros. Pues bien, el sello español prefirió bajar el perfil público de su editor de ficción. No digo que los editores que hoy trabajan en la casa española no sean competentes. Lo son, y me consta. Sin embargo, Pilar Reyes hubiera podido ser reemplazada, en mi opinión, por alguien más público y, si se quiere, más literario.

Y, en el fondo de este escenario, tenemos algunas editoriales que publican en automático lo que los Gamboas y compañía producen. De acuerdo, puede que algunos de ellos escribieran en el pasado algún libro de algún valor, pero, ¿es esa razón suficiente para seguir publicando ad infinitum las novedades de un ingenio muerto, de una disciplina esquiva, de unas ideas secas? Con las cosas así, “santa suerte” la nuestra.

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