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La transición venezolana

El 11 de abril de 2002 el Presidente Hugo Chávez fue víctima de un golpe de Estado liderado por el presidente de Fedecamaras, Pedro Carmona Estanga. El hecho marcó el futuro de Venezuela tanto para el gobierno chavista, que dos días después regresó al poder, como para la oposición, que con su fracaso escribió una de las mejores páginas sobre la torpeza política.

Julia Londoño, Julia Londoño
5 de febrero de 2019

El empresario golpista tuvo la fantástica idea de suprimir todos los poderes públicos de un tajo. Su primer acto de gobierno fue disolver la Asamblea Nacional, el tribunal supremo de justicia y suspender al Fiscal, el Contralor, así como los gobernadores y alcaldes. Como si crear semejante vacío de poder fuera poco, el autoproclamado Presidente anunció que metería a la cárcel a todos los chavistas que hubiesen cometido crímenes o estuviesen vinculados a la corrupción.

Semejante combinación de errores generó una ausencia de institucionalidad y rápidamente unificó tanto a los chavistas como a los no chavistas que desempeñaban cualquier tipo de acción gubernamental (alcaldes y gobernadores no oficialistas). En lugar de conseguir aliados el usurpador solo se granjeó enemigos durante su breve paso, o mejor, paseo, por el poder.

A partir de allí se forjó una desconfianza terrible del chavismo con respecto a sus opositores y su compromiso con la democracia. La deriva autoritaria del chavismo tiene mucho que ver con el temor de que una vez fuera del poder serían perseguidos e incluso proscritos. A partir de ese momento se dedicaron a construir un sistema en el cual gobernaran para siempre y en ese camino arrasaron con la institucionalidad, la economía y el tejido social venezolano.

Para la oposición el hecho también fue traumático, pues si era difícil ponerse de acuerdo en cómo plantear una alternativa a las políticas de Chávez, resultaba más difícil aún consensuar que hacer con el propio chavismo como fuerza política.

En la actual coyuntura es importante recordar estos hechos para que no se cometan los errores del pasado. Cualquier salida para la actual situación autoritaria en Venezuela debe pasar por reconocer no sólo la necesidad de que se construya una transición pactada con el chavismo, sino que se tiene que garantizar la presencia de esa fuerza en todos los escenarios futuros de Venezuela. La transición debe incluir al chavismo o no va a haber transición.

Es cierto que la actual cúpula Madurista debe salir del poder para hacer creíble la posibilidad de una transición. Mientras Maduro y los suyos permanezcan en el gobierno será inviable organizar unas elecciones libres y justas en Venezuela. Durante los años de gobierno, después del golpe de Carmona, el chavismo copó todas las instituciones, asfixió todas las alternativas, cerró la puerta a la alternancia, persiguió a sus opositores y restringió las garantías necesarias para hacer creíble el resultado de las elecciones. En la prueba final de que no dejarían el poder, Maduro además mostró que estaba dispuesto a matar a estudiantes en la calle con tal de aplacar las protestas y eliminar la oposición.

Para que Venezuela pueda retornar a la democracia, se requiere salir de Maduro, pero asegurar un lugar para el chavismo. El Presidente Guaidó tiene razón en plantear una amnistía pero debería hacer claro que la reconstrucción del país no pasa por la exclusión de quienes aún creen y han creído en unas ideas y en una forma de ver la política inspirada por Chávez. No importa cuanto se hayan equivocado, una cosa es castigar y separar del poder a Maduro y los suyos y otra muy distinto concebir la idea de que la Venezuela del futuro no tiene un lugar para los chavistas.

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