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Las jarteras de ser ministro

Ser ministro es un trabajo difícil, ingrato, mal remunerado, y lleno de riesgos inimaginables

Semana
16 de febrero de 2003

Juan Luis Londoño necesitó matarse en una avioneta para que la gente descubriera esa personalidad extraordinaria que era en realidad el Ministro de Protección Social.

Alguien amigo me hizo hacer esa reflexión cuando, al contarme que no había llegado a conocerlo, me dijo: "A juzgar por la tristeza de todo el mundo y la cantidad de gente que fue a su entierro, debió haber sido una persona muy especial".

¿Qué era lo especial que tenía Juan Luis? De eso se ha escrito interminablemente. De su transparencia, sencillez, bonhomía, inteligencia, terquedad, locura, genialidad, chabacanería.

Sólo otra despedida semejante ocurrida hace un par de semanas sorprendió como la de Juan Luis: la de la galerista Aseneth Velásquez. Una señora cincuentona, amiguera, parrandera, que planeaba sacarle a la vida una segunda oportunidad para montar nuevamente su galería de arte, también tuvo el entierro y todos los escritos de prensa que merecía la vida que llevó y lo que logró transmitir en la gente: detrás de la galerista que fue Aseneth se escondía, al igual que Juan Luis, otra personalidad extraordinaria.

Pero volviendo al tema de Juan Luis, quizá lo que más conmovió a la gente en el caso de su muerte no corrió por cuenta de su popularidad. Su propio hermano anotaba que andaba preocupado con recientes encuestas que indicaban que Juan Luis no marcaba muy bien en ellas y que para muchos colombianos era prácticamente desconocido. Más aún: no marcaba más mal porque la gente todavía no captaba la magnitud de su misión, que para muchos no sería fácil de entender: llevar de la mano al país a hacer unos sacrificios tesos hoy para cosechar, creando empleo y salvando el sistema pensional, mañana.

¿Qué fue entonces lo que su muerte, estrellado contra un cerro en las alturas en una frágil avioneta, en cumplimiento de sus labores de Ministro, fue tan inspiradora en la gente? Algo que los colombianos hemos venido olvidando paulatinamente: el concepto del servidor público, que, en esencia, es lo que Juan Luis Londoño era, porque eso fue lo que escogió voluntariamente hacer en la vida.

Aunque voy a hablar de los ministros en homenaje a Juan Luis, las siguientes reflexiones no están dirigidas solamente a reivindicar a los funcionarios del poder Ejecutivo sino a todos los servidores públicos, cualquiera que sea el campo en el que se desempeñen.

Yo creo que por la cabeza de Juan Luis jamás pasó la posibilidad de que ser ministro pudiera ser jartísimo. No creo que le haya dado ni una pensada a que el espíritu de sacrificio que requiere ser ministro no siempre es reconocido y menos agradecido.

Creo que nunca se vio realmente tentado con la posibilidad de vivir el resto de su vida cosechando las comodidades del sector privado, donde sin duda habría tenido recompensas muy distintas, probablemente más jugosas, que las que ofrece en el sector público un país que atraviesa las dificultades de Colombia.

Pero por culpa de ese gradual desprestigio de la política, son muchos los colombianos que ven a un Ministro con recelo y desconfianza.

Tenemos una visión injusta de los servidores públicos: creemos que están ahí para robar, o por las mieles del poder, o porque son unos lagartos profesionales o porque no encontraron espacio en el sector privado por ineptos, o por cualquiera otra razón distinta a la de la vocación de servir.

Pero miradas las cosas al revés, ser ministro es un trabajo difícil, ingrato, mal remunerado (¡un ministro gana lo mismo que un magistrado de tribunal!) y lleno de riesgos inimaginables: uno es el de la vida. Pero otro es la posibilidad de embarrarla públicamente ante el país en pleno y arrastrar esa carga de mala imagen el resto de la vida.

Seguro que hay muchas cosas más agradables a la de que lo despierten a uno a las 6 de la mañana para que explique en términos sencillos por el radio cómo es que va a salvar a tres millones de desempleados, cómo va a capturar al 'Mono Jojoy', cómo va a mantener el valor adquisitivo del peso, más todas las otras pendejadas que preguntamos los periodistas sin consideraciones con el tiempo y las ocupaciones del entrevistado. Eso, sin contar con los columnistas que vivimos regañando a los ministros acusándolos de estar haciendo todo mal.

Debe haber cosas más agradables que vivir citado por el Congreso contestando cuestionarios interminables. Estar lleno de investigaciones de la Procuraduría y empapelado hasta el cogote. Saber que 10 años después de dejar el puesto de ministro van a perseguirlo como su sombra las mismas investigaciones, que tienen como principal característica que nunca se acaban.

Y el ministro que se atreva a decir que el sueldo que le pagan le alcanza holgadamente para vivir sin apretarse el cinturón es un sapo, o le da una entendible pena con quienes hoy no pueden ni siquiera quejarse de un sueldo malo.

No tienen vida privada, pasan días sin ver a la familia, viven rodeados de guardaespaldas hasta el punto de que ir a un matiné implica un operativo. Pero todo eso era igual de jarto antes de ser presidente Uribe.

Ahora es tres veces más jarto, por las razones conocidas. El propio Presidente ha advertido que aquí no hay vacaciones, ni fines de semana, ni tiempo con la familia, que vaya a ser respetado mientras el país atraviese por la crisis actual.

Y a pesar de todo eso, Londoño fue un ministro que llegó ahí para dar, dar y dar y lo único que esperaba a cambio es que tuviera razón en las fórmulas que llevaba entre el maletín para reactivar lo más pronto posible el empleo en el país.

Irónico. Pero esa avioneta en la que se mató Juan Luis cumpliendo con su deber, es la que nos inspira para pensar que de pronto la mística del servidor público aún no está extinguida en Colombia.

ENTRETANTO?¿Quiénes ganaron puntos con el manejo del horrible drama de El Nogal? Antanas Mockus: sereno, conmovido, pero muy seguro del camino. Y la presentadora de televisión Vicky Dávila: la más aplomada, y la menos escandalosa.

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