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Las víctimas en el proceso de paz

Reconocer los cinco millones de víctimas exige, en definitiva, reconstruir el tejido de toda nuestra sociedad.

Wilson López-López
22 de enero de 2013

Recientemente la Directora de la Unidad administrativa especial para la reparación integral a las víctimas, de la Presidencia de la República, señaló que la “cifra de víctimas” del conflicto es de al menos cinco millones, esto es uno de cada ocho colombianos. Por lo menos el 12% de toda la población del país es o ha sido víctima del conflicto. 

Seguramente el que hablemos de una “cifra” puede ser percibido como una abstracción y disminuir el impacto de la magnitud de la tragedia o, probablemente, la afirmación de “al menos cinco millones de víctimas”  puede relativizar el tamaño de la infamia.  Creo que censar y entregar un número debería contribuir a sensibilizar y movilizar a la sociedad frente a la necesidad de parar las guerras que vivimos; hacer explícita esta cifra muestra un esfuerzo de sinceridad que no es común ver en nuestros gobiernos.

Sin embargo, me ha sorprendido el silencio mediático frente a estas declaraciones del horror, de las consecuencias de esta “honorable y digna guerra”. Ni los opinadores, los comentaristas, los líderes gremiales o los políticos han dicho nada frente a la atrocidad. Estamos hablando de por lo menos cinco millones de personas que cada día, cada noche de sus vidas tratan de vivir con el horror derivado de haber sido objeto del ejercicio de la violencia (tal vez, sea mejor decir de las violencias estructurales, culturales y directas) y la impunidad; cinco millones de historias, de familias, de mujeres y hombres, de niños y niñas, abuelas y abuelos, de jóvenes que tienen que hacer el esfuerzo de seguir viviendo con todo el dolor, el sufrimiento, la tristeza, la vulnerabilidad, la desesperanza, la ira, el desconsuelo, los sueños hechos pesadillas, los sentimientos de venganza, la búsqueda de un sentido para esto, las preguntas repetidas y sin respuesta “¿por qué?” “¿cuándo terminará?” “¿qué hacer?”; y estas preguntas que no son un ejercicio cognitivo desprovisto de emoción, sino una dolorosa y terrible sensación, es que “duele incluso respirar”, es “el dolor que da, no tener más lágrimas para llorar” el desconcierto de haber sido violentado, como lo describen muchos de los testimonios de las víctimas de este “honorable conflicto violento”.

La gran mayoría de estas víctimas jamás tomarán acciones de venganza ante la impunidad; algunas no tendrán otra elección que aprender a vivir con ese dolor; otros -seguramente con el poder para ejercer la venganza-, buscarán en el espejismo de la violencia creyendo que así podrán saciar lo insaciable, suponiendo que podrán curar las heridas, pero tenemos ya mucha evidencia sobre que la venganza de los poderosos solo acrecienta su poder, su soberbia, su odio, su ira, pero no cura el dolor, ni cierra las heridas y, el ejercicio de la venganza, justificada o no, solo termina por generar más violencia.

Es inevitable la reflexión sobre lo que significan estas cinco millones de víctimas; cifra que muestra que esta violencia no es solo un tema aislado y fortuito sino que detrás de ellas hay poderosas estructuras políticas, económicas y jurídicas que han armado, sostenido y legitimado nuestra tragedia. La magnitud de este horror no es un tema solamente de individuos patológicos, de casos aislados o de pequeños grupos armados, -que juego más perverso tratar de convencernos que cinco millones de víctimas son el resultado de unos cuantos criminales sin nombre-, como si se resolviera algo al intentar individualizar y responsabilizar a unos pocos, sin develar las estructuras de poder organizadas, por acción y por omisión, que han estado detrás de esto. 

Seguramente algunas de estas poderosas estructuras saben que victimizar una sociedad bajo el ejercicio de la violencia en forma sistemática, tiene como consecuencia la destrucción de la vida, de la confianza, del tejido social y termina por instaurar el miedo que paraliza e incrementa la sensación de vulnerabilidad, de impotencia y como consecuencia, incapacita para reaccionar y para afrontar la violencia con otros recursos que no sean el uso de la misma violencia.

Todos lo intuíamos, todos conocemos o hemos sido víctimas en este conflicto y ni el juego semántico de buscar criminalizarlo lo resolverá, tampoco el buscar disolverlo bajo el manto de sustentaciones ideológicas, étnicas, religiosas, políticas o de cualquier tipo, ni siquiera las razones de rentabilidad de la insaciable ambición económica, de ganar más tierra, más recursos, más dinero, más poder (que en general están en el trasfondo de mucha de nuestra violencia). Finalmente, todas estas  creencias terminarán como un bumerang generador de más  violencia (no creo que sea necesario sustentar con cifras esta afirmación, basta con mirar nuestra historia). 

Es fácil olvidar a los más débiles de las sociedades, pareciera que los actores que defienden la violencia como recurso tienen amnesia, pues no recuerdan que la mayoría de estas cinco millones de personas víctimas son las más vulnerables de nuestro país, pero lo peor y más difícil de ver en ocasiones (seguramente por la verdad que se oculta detrás y que legitíma de nuevo el ejercicio de la violencia), es que la mayoría de los causantes de tanto dolor tienen la doble condición de víctimas y victimarios. No sabemos aún qué hacer con esta infame paradoja.

Ante estos horrores debemos ser capaces de movilizarnos como sociedad para parar la guerra ya; dejar de trivializar la muerte;  reprobar el uso de discursos de oportunismo politiquero que legitíman continuar con esto, y  trabajar pacíficamente para transformar las prácticas violentas en pacíficas. Reconocer los cinco millones de víctimas exige, en definitiva, reconstruir el tejido de toda nuestra sociedad. 

Si cada una de nuestras víctimas, que no tienen voz, que son invisibles y vulnerables, percibe/evidencia que la sociedad se está movilizando para reparar lo que se ha hecho, construir convivencia pacífica será más alcanzable.

* Profesor asociado, Grupo investigación “Lazos sociales y Culturas de Paz”. Editor de Universitas Psychologica, de la  Pontificia Universidad Javeriana. Correo electrónico: lopezw@javeriana.edu.co. Twitter @wilsonLpez9  

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