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Que el “madrazo” se lo lleve el viento

Hay que ser claros, gritarle improperios a una persona en un vuelo no es un acto de valentía, es una falta de respeto injustificable. Por más indignación que haya en el ambiente, aplaudir ese tipo de hechos abre la puerta a permitir la agresión como herramienta de sanción social.

Lucas Pombo, Lucas Pombo
11 de octubre de 2018

El fin de semana pasado se hizo viral en internet un video en el que se ve a una mujer increpar, o más bien insultar, al expresidente Juan Manuel Santos, mientras abordaba un avión. Ese incidente, aunque insignificante, ilustra el deterioro que ha sufrido el debate público. Hay que ser claros, gritarle improperios a una persona en un vuelo no es un acto de valentía, es una falta de respeto injustificable. Por más indignación que haya en el ambiente, aplaudir ese tipo de hechos abre la puerta a permitir la agresión como herramienta de sanción social.

No es solo este caso; es el joven que le grita “paraco” a Uribe en un evento público o el médico que le dice “hp” a Gustavo Petro en un hospital. Nos hemos encargado de validar la bellaquería como herramienta dialéctica, atacando personas y no argumentos, quitándole profundidad a la discusión sobre los temas fundamentales para el país.

El rasero del debate democrático es cada vez más bajo y las redes sociales se han encargado de acelerar ese proceso. Hace 50 años, cuando un transeúnte le echaba un “madrazo” a un congresista en la Plaza de Bolívar, ahí quedaba; ahora, ese mismo transeúnte y ese mismo “madrazo” se vuelven tendencia y acaparan la agenda pública durante días.

Este no es un llamado a la autocensura, sino a la sensatez. En la medida en que movemos la línea del mínimo aceptable en un debate público, más nos acercamos a la validación de la violencia. En la pasada campaña presidencial vimos cómo, en cuestión de semanas, atacaron a Rodrigo Londoño en Armenia, a Álvaro Uribe en Cauca y a Gustavo Petro en Cúcuta, so pretexto de no compartir su visión de país.

Aquí cabe un mea culpa de los periodistas y los medios de comunicación. Es contradictorio que por un lado seamos adalides de la cruzada contra las noticias falsas e insistamos en la necesidad de generar contenido de calidad, mientras al mismo tiempo reproducimos este tipo de contenido sin un fin distinto al de generar clics. Es un círculo vicioso sin salida; intentamos sobrevivir a la época de las redes sociales montándonos en la ola de las pasiones dictadas precisamente por esas redes. En vez de tocar nuestro propio son, bailamos al ritmo del que nos pone el twittero de turno.

Aunque lo neguemos, como el fútbol, la política nos encanta a los colombianos. Nos pone a hervir la sangre y a veces saca lo peor de nosotros. Por eso retomemos la buena costumbre de dejar que, como en el estadio, el “madrazo” se lo lleve el viento. De nosotros como sociedad depende volver relevante lo que es relevante e irrelevante lo que es irrelevante.

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