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Y nosotros, como imbéciles

Lo de Montesinos y Fujimori es igual a lo de Noriega: la DEA sólo los acusa de traficar con drogas cuando han dejado de serle útiles a la CIA

Antonio Caballero
25 de diciembre de 2000

No he visto señalado en ninguna parte el hecho de que ninguno de los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Al Gore y George W. Bush, ni tampoco ninguno de sus dos respectivos candidatos a la vicepresidencia, Lieberman y Cheney, haya mencionado en su campaña electoral el tema de las drogas. Ni en los debates, ni en los discursos, ni en los programas, ni en los anuncios de la televisión. Nunca. ¿Será que el asunto no es tan importante para los Estados Unidos como nos habían dicho? Y nosotros, como imbéciles, destruyendo hasta las raíces nuestro propio país por esa guerra contra las drogas decretada por ellos, pero que por lo visto ni siquiera a ellos les importa.

Bueno, a algunos sí. Les importa a los jefes de la DEA, que si no fuera por esa guerra se quedarían sin oficio, sin puesto, sin sueldo. Probablemente no se notaría mucho, pues la verdad es que no parece que hagan su trabajo muy bien: el narcotráfico, y el consumo de drogas prohibidas en los Estados Unidos, siguen creciendo sin cesar. A propósito de la DEA, comentaba en estos días un senador peruano a raíz de las acusaciones sobre narcotráfico y lavado de dólares hechas contra el presidente Alberto Fujimori y su principal asesor, y agente a sueldo de la CIA, Vladimiro Montesinos: “Qué raro que la DEA no se hubiera dado cuenta”.

No, no es raro. Es lo habitual. Tampoco se había dado cuenta la DEA de que su jefe de misión en Colombia, un coronel del ejército norteamericano, lavaba el dinero que ganaba su señora con la exportación de drogas a los Estados Unidos por el correo especial de la embajada. Lo descubrió el correo, no la DEA. Y tampoco se había dado cuenta de que el hermano del presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari estaba haciendo una fortuna colosal con el narcotráfico: sólo se percató cuando Salinas dejó de ser presidente, y su hermano fue acusado —por la Fiscalía mexicana, no por la DEA— del asesinato de su ex cuñado. Con el general Manuel Antonio Noriega, que mandaba en Panamá, había pasado exactamente lo mismo: la DEA no sólo no se había enterado de que era narcotraficante sino que en varias ocasiones lo había felicitado públicamente por su colaboración en la lucha contra las drogas; y sólo cayó en la cuenta de que se dedicaba al narcotráfico cuando dejó de ser agente de la CIA y descubrieron en la nevera de su casa un misterioso polvo blanco. Después resultó ser harina para arepas: pero ya para entonces Noriega estaba preso y encadenado en una cárcel de los Estados Unidos.

Lo de Montesinos y Fujimori es igual: la DEA sólo los acusa de traficar con drogas cuando han dejado de serle útiles a la CIA.

La cual, como es sabido desde el escándalo Irán-Contras de los tiempos de Ronald Reagan, trafica a menudo con drogas. Pero el responsable directo de aquel negocio multilateral —armas iraníes para los ‘contras’ nicaragüenses pagadas con el producto de drogas colombianas transportadas a los Estados Unidos en aviones de la CIA—, el coronel Oliver North, fue proclamado por el presidente Reagan “un héroe norteamericano” y lanzó su candidatura al Senado (no recuerdo si salió elegido). Y a continuación todos los implicados, empezando por el propio Reagan, fueron lavados de toda culpa por un “perdón presidencial” dado por su sucesor en la Casa Blanca, George Bush padre, que hasta el día anterior había sido su vicepresidente. Previamente había sido también tanto director de la CIA como ‘zar antidrogas’. Pero ocupar esos cargos no le había servido para enterarse de que su propio hijo, el hoy (tal vez) presidente George W. Bush, se había convertido en adicto a las drogas en los Estados Unidos en el mismo momento en que su papá las perseguía ostentosamente en Colombia y en Birmania a la vez que traficaba subrepticiamente con ellas en Nicaragua y en Panamá.

El por entonces futuro presidente —otro más— Bill Clinton tampoco estaba, por lo visto, en condiciones de darse cuenta de nada. Porque fumaba otra de las drogas combatidas por los gobiernos de sus país, la marihuana. Aunque, asegura él, “sin inhalarla“. Y la marihuana, ya se sabe, altera la percepción de la realidad y hace perder la memoria.

Y entre tanto nosotros, como imbéciles, destruimos nuestro propio país por orden de esos hipócritas.

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