Óscar Ramírez Vahos

OPINIÓN

Reforma tributaria de Petro: a pagar sabroso los más pobres

Lo inaudito es que no pasaron ni 24 horas desde su posesión y el presidente ya se estaba desdiciendo de su promesa más importante en campaña.

12 de agosto de 2022

Hay una incoherencia enorme en asegurar que Colombia es un país sin soberanía y sin seguridad alimentaria y, al mismo tiempo, ponerle impuestos de manera increíble a una cantidad de alimentos que hacen parte de la dieta de los ciudadanos, en especial de las clases populares. El Petro que era candidato lo tenía claro, cuando reaccionó a la reforma tributaria de Duque, asegurando que era un crimen “gravar los alimentos cuando en el país crecía el hambre”. Pero el Petro presidente, el mismo que le pondrá mensaje de urgencia a una reforma tributaria que ataca a los pobres, en cambio, plantea sacar billones de pesos directamente de los platos de las clases populares que, se supone, él como primer mandatario representa. Por algo así le incendiaron medio país a Duque.

Al margen de la discusión sobre si el salchichón, la fritanga o el chocoramo son alimentos o no, lo cierto es que hacen parte de los hábitos de consumo de la cultura popular colombiana. De ahí el enorme malestar que ha causado el anuncio de gravarlos, una medida que podía esperarse de cualquier mandatario, menos del adalid de los menos favorecidos, de la reencarnación de Simón Bolívar, del héroe histórico del pueblo de a pie. Incluso Gustavo Bolívar ya señaló que este impuesto a la cultura de los colombianos es impopular y quizá por eso se caiga. Es lo que debe suceder en una democracia, y por eso es necesario que todos rechacemos una reforma tributaria que solo ha servido para demostrar el amplio campo de mentiras de las que es capaz Petro.

Es casi un lugar común ya el señalar que el presidente le mintió en campaña al país al asegurar que podía sacar adelante una reforma tributaria de decenas y decenas de billones de pesos, solo poniéndole impuestos a los 4.000 más ricos de Colombia. ¿Qué tiene que ver el salchichón o la morcilla con esos 4.000 acaudalados? Nada en absoluto. En cambio, sí tiene que ver todo con el pueblo.

Consideremos el fondo moral de estos impuestos saludables. El mismo Petro fue tajante al decir que “El impuesto a las gaseosas no es para recaudar plata, es para que la gente deje de tomar tanta”. No es una discusión fácil, pues tienen razón quienes aseguran que un consumo abusivo de las mismas es perjudicial para la salud, como también quienes aseguran que en temas de acceso a bebidas, libertad, variación de precios de frutas en temporada e incluso preferencias básicas de consumo, muchas personas optan por la gaseosa porque no pueden optar por nada más.

Pero el presidente miente de nuevo, pues su misma reforma tributaria plantea que los impuestos saludables y ambientales recauden cada vez más recursos con el paso de los años (del 0.18 del PIB en 2023 al 0.20 del PIB para el año 2033, según la página 73 de la reforma), por lo que sería inexacto hablar de desincentivos reales. La gente seguirá tomando gaseosa, comiendo salchichón y celebrando ocasiones especiales con fritanga, solo que ahora a precios mucho más elevados por culpa de Petro.

Gonzalo Hernández, el nuevo viceministro de Hacienda, al ser interrogado sobre el malestar que ha producido esta cascada de impuestos a las clases vulnerables, pidió calma y señaló que falta el “proceso democrático de revisión a través del Congreso y de validación a través de la ciudadanía”.

Es algo en lo que estamos ampliamente de acuerdo; pero, ¿por qué no permitieron eso con la reforma tributaria de Duque? Las protestas empezaron incluso antes de que fuera radicada en el Congreso para que fuera discutida en democracia. Los mismos que validaron el discurso de la “digna rabia” y el “estallido social”, hoy se amansaron y quieren que la reforma sea discutida donde corresponde. Es un cambio positivo, pero que llega tarde para los fallecidos y heridos en el marco de las manifestaciones del año pasado.

Pensemos solo por un instante, y con un esfuerzo especial de la imaginación, qué hubiera sucedido en 2021 si Duque hubiera anunciado un impuesto al chocoramo, al salchichón o a la morcilla. Pensemos en lo que Roy, Racero, Inti Asprilla, Katherine Miranda, Pizarro, Carrascal y los influenciadores del petrismo hubieran dicho de este anuncio: no bajarían a Duque de odiar a las clases populares, de intentar desmoralizarlas, de cargarlas con impuestos contra su cultura, de meterse con sus tradiciones… Pero hoy tenemos el manso silencio.

Todavía hay algo muy preocupante de esta reforma tributaria, y es que el país desconoce del todo para qué quiere Petro los 25 billones de pesos que va a sacar de nuestros bolsillos. Es tanto su afán de sacar adelante esta reforma, contradiciendo además su anuncio de que no tendría mensaje de urgencia, que no se sabe, por ejemplo, si habrá presupuesto específico para luchar contra la pobreza, o si se invertirá en cosas tan innecesarias como la creación de nuevos ministerios.

En conclusión, esta es una reforma tributaria que sí pondrá a pagar sabroso a los más vulnerables desde la comida y la bebida. Lo inaudito es que no pasaron ni 24 horas desde su posesión y el presidente ya se estaba desdiciendo de su promesa de campaña más importante. Petro los engañó.

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