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C O L U M N A

Sí es narcoterrorismo

Que las bombas las ponen los narcos extraditables, dicen unos. Que las ponen las Farc, dicen otros. En este país todo es posible, en efecto. Pero ¿por qué a nadie se le ha ocurrido investigar si, por casualidad, no será que las bombas las está poniendo la

Antonio Caballero
20 de diciembre de 1999

Porque el narcoterrorismo puede venir también de Estados Unidos, como todo lo que tiene que ver con el narcotráfico: que exista, que sea negocio, que haga daño. El narcotráfico, con todo lo que comporta, viene de que los ciudadanos norteamericanos inventaron el consumo masivo de drogas, y de que las autoridades de Estados Unidos lo prohibieron. Todo lo demás viene de ahí, de cabo a rabo: desde la destrucción física y moral de los adictos hasta la destrucción física y moral de Colombia. Y del narcotráfico viene también la existencia de la Drug Enforcement Agency, DEA.

Pero no estoy diciendo solamente que las bombas que han estallado en estos días en Bogotá, Cali y Medellín sean consecuencia indirecta de la política norteamericana sobre las drogas: eso es obvio. Estoy diciendo además que pueden ser obra directa de la DEA. Que es la DEA la que pone las bombas. Como en las películas. Norteamericanas.

Mi sospecha, mi acusación —es la DEA la que pone las bombas—, no está basada en pruebas, sino en deducciones lógicas. Basta con intentar responder a dos preguntas sencillas. ¿Qué interés pueden tener los narcos extraditables en poner bombas terroristas? Y ¿qué interés en ponerlas puede tener la DEA?

Se dirá que los narcos quieren impedir su extradición. Pablo Escobar consiguió en su momento que le acomodaran a su gusto las leyes penales y el sistema penitenciario mediante una campaña de terrorismo indiscriminado y de secuestros escogidos. Pero eso era tan distinto que se puede decir que era lo contrario. Escobar estaba libre, y no preso, como los extraditables de ahora: para extraditarlo era necesario primero cogerlo preso. La consecuencia de sus bombas fue que se prohibiera la extradición, y no que se hiciera efectiva, como ha ocurrido con las bombas de ahora: están extraditando a los presos. Y en cuanto a los muchos narcos que siguen libres, tampoco hay razón para que pongan bombas. O sea, para que quieran ser terroristas además de narcos, y quieran echarse encima el odio de la sociedad por ser asesinos de inocentes además de la persecución del Estado por ser infractores de la ley. Si algo debieran habernos enseñado estos 20 años de narcotráfico es que los narcos no son tontos.

Tampoco la DEA es tonta, claro está. Y en cambio su interés en desatar una campaña terrorista que se les achaque a los narcos es evidente. Gracias a la fanfarronada del presidente Pastrana —“si me hacen terrorismo, los extradito a todos”— basta con que haya terrorismo para que haya narcos extraditados. La extradición, como lo han probado de sobra los hechos, no tiene ningún efecto sobre el narcotráfico: lo único que pasa es que los extraditados son sustituidos por nuevos extraditables, y el negocio sigue igual. Pero eso a la DEA le da lo mismo, porque su interés no consiste en que se acabe el narcotráfico, sino en que no se acabe la DEA. Como no hay presos norteamericanos por narcotráfico —ni en las películas— es necesario que haya extraditados para que la DEA demuestre su utilidad y su eficacia. Y si hay narcoterrorismo, hay extraditados. Y florece la DEA.

En resumen, sí: hay narcoterrorismo. Pero yo creo que no es de los narcos. Creo que es de la DEA.

¿Que jamás podría hacer semejante cosa la agencia predilecta de un gobierno virtuoso y democrático como es el de Estados Unidos? Bueeeno. Me remito a las cosas que no han vacilado en hacer en el pasado, remoto y reciente, la DEA y sus hermanas: la CIA, el FBI, etcétera. Han puesto bombas en aviones civiles, han arrojado bombas desde aviones militares, han asesinado a amigos y enemigos, han secuestrado gente, han torturado y montado escuelas de tortura, han sobornado, han falsificado pruebas, han incitado a incautos a cometer delitos para apresarlos después. Las agencias ejecutoras de la política del democrático y virtuoso gobierno de Estados Unidos han traficado con drogas, con armas, con sangre, con enfermedades infecciosas. Han violado sin ningún escrúpulo todas las leyes, tanto las ajenas como las norteamericanas, tanto las humanas como las divinas: no les ha temblado el pulso ni siquiera para violar las sacrosantas leyes del libre comercio. Y, por supuesto, han mentido. No veo ninguna razón para creer que hayan dejado de hacerlo.

No digo todo esto porque me lo hayan contado los enemigos de Estados Unidos: ni los narcos, ni Sadam Hussein, ni los comunistas. Ni lo digo solamente porque lo haya visto en las películas. Norteamericanas: las ‘ficciones‘ de Hollywood y las ‘realidades’ de la CNN. Sino porque así lo han confirmado públicamente, aunque tachando los nombres propios de sus agentes, los documentos publicados por esas mismas agencias.

En consecuencia, y dado el interés que tiene la DEA en fomentar el narcoterrorismo en Colombia y sus confesados antecedentes criminales, propongo que se investigue si es ella la que pone las bombas.

Pero dudo de que sea el general Rosso José Serrano, proclamado “mejor policía del mundo” por la propia DEA, el hombre más indicado para adelantar esa investigación. Así que sugiero que nombren a un investigador independiente. Y espero que Dios lo proteja.