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BRIGITTE BAPTISTE Columna Semana

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Sostenibilidad profunda

La sostenibilidad no es un reto sectorial, hay que insistir, por lo cual todos los actores de gobierno deberán declarar su visión del mismo dentro del plan de desarrollo y hacer evidentes las sinergias y contradicciones entre ellos, a ver si al fin contamos con un eje de política transversal capaz de apalancar una paz estructural.

Brigitte Baptiste, Rectora Universidad EAN- columnista invitada para esta edición
20 de junio de 2022

Pese a que algunas personas consideran la idea de sostenibilidad como una invención inadecuada para reencauchar los paradigmas de desarrollo del siglo pasado, por su vínculo aparente con la continuidad del modelo neoliberal, lo cierto es que se trata de una noción muy concreta que ayuda a dar viabilidad a los procesos de cambio social y ecológico, que son interdependientes. Por este motivo, la sostenibilidad es el mayor reto del nuevo gobierno, y su aplicación está ligada a la noción de transición, es decir, a la de una transformación programada entre el modelo de gestión ambiental del presente, basado en una noción de crecimiento continuo y aparentemente limpio de las economías, pero inadecuada sin una reinversión proporcional y regenerativa en los sistemas de soporte vital del país, gravemente deteriorados. Es decir, una versión “ligera” de la sostenibilidad, que propone contabilizar las externalidades negativas de un progreso que se mide con indicadores muy controversiales.

El mejor ejemplo, la obesidad, que al igual que el PIB, enmascara el deterioro de la salud de las personas y de la economía bajo una mezcla aparente de mayores libertades a los consumidores y de mayor acceso a fuentes de alimento. Un gobierno que le apueste a una sostenibilidad más robusta debe entender que los problemas ambientales no se solucionan con decisiones individuales asociadas con la libertad de mercado, pues la intrincada red de relaciones de las que cada ciudadano hace parte crea trampas y contradicciones insuperables: lo que para algunos se convierte en alternativas de bienestar, como el consumo de dietas sanas, sin agrotóxicos o sustancias adictivas, representa una huella ecológica inequitativa para otros, que no pueden compensar el costo monetario que implica una producción responsable, no contaminante que acaban pagando terceros obligados a recibir basura, una opción éticamente inaceptable.

Los principales desafíos del nuevo gobierno en la construcción de una visión sostenible no se pueden fincar en las acciones del ministerio del ramo, mustio y lánguido, una simulación de superintendencia ambiental que resultó de su equívoca consideración como sector del gobierno, dentro de un modelo de planificación obsoleto que hace del consejo de ministros una mesa obtusa en la cual es imposible una conversación cara a cara. Basta mirar el aislamiento entre ambiente, ciencia y tecnología, y de estos con educación, para saber por qué la sostenibilidad es un imposible bajo el esquema convencional. Ni hablar del malhadado Consejo Nacional Ambiental.

El principal desafío, de todos modos, en términos de sostenibilidad, sigue siendo la construcción de un sector agropecuario moderno, eficiente y adaptado a las condiciones de biodiversidad del país, que por demás le aporta miles de millones de pesos sin que nadie los reconozca, bajo la forma de servicios ecosistémicos. Domesticar la ganadería salvaje que sigue deteriorando el país es una prioridad, y construir un sistema donde los daños ambientales que esta ha producido se reviertan, gran parte de la solución. Para ello Colombia tiene suficiente ciencia y tecnología, aunque un Agrosavia reinventado en sinergia con los institutos del Sina sería un gran paso adelante: el desarrollo rural colombiano debe retomar su lugar, pero no con visiones del siglo pasado, sino fortaleciendo con tecnología, crédito y asistencia un campesinado que sigue abandonado. El desafío complementario radica en la construcción de un país forestal y piscícola, donde restauremos los suelos, bosques y humedales degradados con espíritu emprendedor, no necesariamente comercial y de la mano de las comunidades rurales, siempre en desventaja. Para ello, lo han dicho todos los expertos, se requiere cumplir con los compromisos de crear el servicio forestal colombiano y construir un modelo social y económico en el que la economía verde no sea una simulación sino un robusto programa de sustitución de tendencias de deforestación o agricultura insostenible, como la del arroz en Casanare y Arauca, que deshacen un futuro muy promisorio de una acuicultura nativa por la codicia de pocos.

El siguiente reto tiene que ver con el abordaje de la conflictividad ambiental y el desarrollo de una minería con parámetros sociales y ambientales mucho más avanzados, con la conciencia de que Colombia tiene un potencial muy importante en la producción de carbón siderúrgico, materiales de construcción, oro, cobre y níquel. La circularidad de muchos procesos ya se está dando, aunque de milagro, dada la ausencia de ciencia y tecnología a la escala que requiere la innovación en el uso de minerales fundamentales para las energías renovables. Habrá que revisar el impuesto al carbono y toda la fiscalidad verde, por supuesto, y crear mecanismos de supervisión y fortalecimiento de las CAR, que a menudo navegan en contravía de las políticas nacionales y no necesariamente por una perspectiva regional de sostenibilidad.

Ecoturismo de verdad, no extractivista, va de la mano con la educación, la cenicienta de siempre, donde no hemos sido capaces de adecuar la formación de las nuevas generaciones a lo retos de la sostenibilidad, con lo cual las ha dejado en manos de las redes sociales y la espontaneidad de sus pasiones, indispensables para que pasen cosas, pero insuficientes para que lo hagan de manera sofisticada y crítica. Igualmente, hay que crear mejores condiciones para la transición de todas las actividades industriales y de construcción, cada vez más sensatas ante los retos del cambio climático, pero atrapadas por políticas financieras y de crédito de cortoplacistas.

El reto de la transición energética se va dando de manera bastante espontánea de acuerdo con los equilibrios globales y requiere de tino para no tirar el niño bañado con el agua sucia de la bañera, es decir, utilizar mal las limitadas rentas petroleras en comprar tecnología costosa, por amigable que parezca, o abandonar la energía hidroeléctrica por los riesgos mal definidos de un proyecto particular. Finalmente, el comercio y el emprendimiento marcan fuerte en la sostenibilidad, pues son vehículos rápidos de transformación cultural, y en ello hay buenos indicios y proyectos, incluso herencias como Innpulsa, una de las agencias más dinámicas del país.

La sostenibilidad no es un reto sectorial, hay que insistir, por lo cual todos los actores de gobierno deberán declarar su visión del mismo dentro del plan de desarrollo y hacer evidentes las sinergias y contradicciones entre ellos, a ver si al fin contamos con un eje de política transversal capaz de apalancar una paz estructural. Y mi coda: las áreas protegidas y la conservación, pasarlas al siglo 21…

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