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Un conflicto que muta

Marlon Madrid-Cárdenas escribe sobre las bandas emergentes y alerta que el país sigue en guerra y que ahora, peligrosamente, se está incubando otro conflicto.

Semana
23 de diciembre de 2006

Anticiparse a los problemas del futuro es una de las armas que han tenido los humanos para sobrevivir. Prevenir los peligros. Colombia vive un conflicto violento que se reinventa con cada generación de un modo que parece imperceptible aunque todos sean conscientes en su momento de que está mutando. Igual que la garganta pegajosa o el vientre monstruoso del Alien que siempre va dejando sus crías en algún rincón para continuar atormentando a los hombres.

Se ha afirmado que el país en este momento está viviendo hechos propios del final de la guerra: desmovilización de más de 31.000 paramilitares, la exhumación de cuerpos enterrados por ellos en fosas comunes, la identificación de los asesinados desaparecidos y la posibilidad de que las víctimas y el país en general conozcan la verdad de lo sucedido y se inicie la cicatrización de las heridas provocadas por estos victimarios. Por momentos pareciera que nos encontramos ingresando en el posconflicto.

Pero no. La realidad parece tomar rumbos desconcertantes. Primero, porque las insurgencias prosiguen en su lucha armada y no hay certeza de que se efectúen negociaciones que conduzcan a cuerdos de paz en el mediano plazo. Y segundo, porque algunos hechos indicarían que la confrontación o la resistencia armada tienen las condiciones para re-incubarse del lado de los antiguos paramilitares.

Mencionamos las más visibles. Una, por incumplimientos del gobierno, por la improvisación y falta de garantías económicas a los desmovilizados, por el estímulo que dejan las rentas y los negocios ilegales o por la inercia misma de la violencia han surgido nuevos grupos armados. “Bandas criminales emergentes”, “Águilas negras” son los nombres que se utilizan para distinguirlas de los paramilitares históricos. La mayor parte de estos grupos lo conforman paramilitares que no se desmovilizaron, delincuentes comunes y desmovilizados que volvieron a tomar las armas.

Dos, estos nuevos grupos sumados tendrían alrededor de 2.000 hombres. Es decir, muchos más que el puñado con los que empezaron Fidel y Carlos Castaño en los años 80 y más aún que el número de hombres con los que empezó ‘Manuel Marulanda’ en los 50.
Tres, se encuentran esparcidos como langostas africanas en casi todos los departamentos del país. Tienen experiencia militar, armamento de combate y muchos cuentan con gruesas fajas de dólares provenientes del narcotráfico. “Nos esperan días muy problemáticos para la seguridad nacional”, dice Ernesto Báez, ex comandante de los paramilitares.

Cuatro, el desorden y el trato de tercera que se les está dando el gobierno a los ex cabecillas, primero recluidos en La Ceja y ahora en la cárcel de Itagüí, han prendido las alarmas en los mandos medios de los desmovilizados.

Y, quinta, el ideólogo político y también fundador de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Vicente Castaño, permanece aún escondido en el monte diciendo que el gobierno les incumplió. Y exigiendo que se firme un documento de cierre de las negociaciones. Esta actitud, que a simple vista podría no parecer peligrosa por tratarse de un solo hombre, deslegitima toda la negociación que se adelantó y le da argumentos a los que no se desmovilizaron, a los que se están rearmando y a las guerrillas mismas para continuar con su impronta de violencia. Porque se trata de la negativa de uno de los fundadores históricos de las AUC aún con vida.

Todo lo anterior ensombrece la idea de que el país está ingresando al posconflicto. Por el contrario, están apareciendo signos que indican que la guerra puede reconfigurarse. De un modo extraño y desprendida de toda ideología. Pero igual, guerra.

Ante esto es necesario que el gobierno rectifique su modo de negociar. Que se abra a un diálogo nacional. Que se anticipe a un posible futuro violento que se incuba y late como las terroríficas crías de un Alien. Si no lo hace, este gobierno podría ser recordado no como aquel que desmovilizó a más de 31.000 paramilitares y enfatizó en la seguridad, sino, como aquel donde surgieron nuevas agrupaciones armadas, donde apareció un tipo de conflicto nuevo que empeñó la tranquilidad de las siguientes generaciones.

“Seguimos en guerra, pero el después de la guerra ya empezó”, sugiere el periodista Álvaro Sierra en una de sus últimas columnas. No obstante, sería más exacto decir que seguimos en guerra, pero una nueva guerra parece haber empezado ya a incubarse.

*Profesor, Departamento de Ciencia Política Universidad Nacional de Colombia y Universidad del Rosario.

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