
Opinión
Venezuela, el espejo al que debemos mirar
Venezuela completará pronto tres décadas tratando de recuperar su democracia y su libertad. ¿Acaso no nos vamos a mirar en este espejo?
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Este miércoles Ana Corina Sosa, hija de María Corina Machado, subió al escenario dispuesto en el Oslo City Hall para recibir de manos del presidente del Comité Noruego del Nobel, Jørgen Watne Frydnes, el Premio Nobel de Paz. En un auditorio repleto, en el que las lágrimas brotaban a cada rato, Corina Sosa leyó de manera magistral el discurso que su mamá no alcanzó a pronunciar, pues para ese momento trataba de terminar su travesía escondida en el océano.
Minutos antes, el presidente del Comité Noruego había hecho una radiografía perfecta de la realidad venezolana. Tras describir las brutales torturas a las que son sometidos los opositores del Gobierno de Maduro, dijo: “Venezuela se ha convertido en un Estado brutal y autoritario sumido en una profunda crisis humanitaria y económica. Mientras tanto, una pequeña élite en la cúspide, protegida por el poder, las armas y la impunidad, se enriquece… Una cuarta parte de la población ya ha huido del país, lo que supone una de las mayores crisis de refugiados del mundo. Quienes se quedan viven bajo un régimen que silencia, acosa y ataca sistemáticamente a la oposición…”. Y planteó la gran pregunta: “¿Por qué nos resulta tan difícil preservar la democracia? Cada vez más países, incluso aquellos con una larga tradición democrática, están derivando hacia el autoritarismo y el militarismo. Los regímenes autoritarios aprenden unos de otros. Comparten tecnologías y sistemas de propaganda. Detrás de Maduro están Cuba, Rusia, Irán, China y Hezbolá, que proporcionan armas, sistemas de vigilancia y vías de supervivencia económica”.
Venezuela perdió su democracia hace 27 años. Pero no la perdió de golpe. La dictadura llegó a través de las urnas, cuando eligió a Hugo Chávez, un autoritario que llegó al Gobierno agitando la bandera de un cambio. Busqué las promesas de campaña de Chávez en 1998: construyó un discurso en el que decía que Venezuela necesitaba refundar la república y acabar con la vieja clase política a través de una asamblea nacional constituyente. Esta constituyente permitiría, según él, acabar con la corrupción, reducir los privilegios de las élites, reducir la pobreza, mejorar los salarios y crear más programas sociales. Esto que escribo lo traigo textual de sus discursos de campaña.
Tal como lo prometió en campaña, en su primer acto de gobierno, Chávez convocó a una constituyente, y en ese cambio mostró quién era en realidad. Con una asamblea constituyente de mayoría chavista, el país giró hacia el radicalismo de izquierda, de forma tal que modificó la Constitución para acumular todo el poder político y económico en la figura del presidente. Chávez cooptó las instituciones, diseñando una arquitectura constitucional en apariencia democrática, pero que en la práctica permitió que las instituciones persiguieran a todo aquel que fuera opositor a su Gobierno. Reformó las instituciones de tal manera que en sus cabezas pudiera elegir a personas afines a su proyecto político. Poco a poco, las altas cortes, los entes de control, los altos cargos del Estado quedaron en manos de personas sin preparación, pero con una fidelidad ciega al chavismo. Así se fue silenciando a la oposición, persiguiéndola con procesos judiciales en apariencia legales, inhabilitando a quienes querían competir en elecciones, llevándolos al exilio. Lo mismo hizo con la prensa y los periodistas.
“Cuando comprendimos cuán frágiles se habían vuelto nuestras instituciones, ya era tarde. El cabecilla de un golpe militar contra la democracia fue elegido presidente, y muchos pensaron que el carisma podía sustituir el Estado de derecho”, dijo María Corina. “Incluso la democracia más fuerte se debilita cuando sus ciudadanos olvidan que la libertad no es algo que debamos esperar, sino algo a lo que debemos dar vida… Desde 1999, el régimen se dedicó a desmantelar nuestra democracia: violó la Constitución, falsificó nuestra historia, corrompió a las Fuerzas Armadas, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, persiguió la disidencia y devastó nuestra biodiversidad…”, siguió María Corina. “Pero más profundo y corrosivo que la destrucción material fue el método calculado para quebrarnos por dentro. El régimen se propuso dividirnos: por nuestras ideas, por raza, por origen, por la forma de vida. Quisieron que los venezolanos desconfiáramos unos de otros, que nos calláramos, que nos viéramos como enemigos. Nos asfixiaron, nos encarcelaron, nos mataron, nos empujaron al exilio”.
Es imposible escuchar esas palabras y no pensar en Colombia. Esa división entre nosotros ya está ocurriendo. Ese llamado a vernos como enemigos es un hecho. Ese llamado a una asamblea nacional constituyente ya está puesto sobre la mesa. En solo cinco meses será la primera vuelta presidencial. Los colombianos sabemos que este Gobierno no tiene reparos en estrechar la mano del Gobierno asesino de Nicolás Maduro. Pero no solo estrecha su mano; avanza, a pesar de la inconveniencia, en la idea de comprarle gas para suplir la deficiencia en abastecimiento que este mismo Gobierno provocó intencionalmente. Aquí ya se llama nazi al opositor y se señala a la prensa y a sus periodistas. Aquí ya se habla de oligarcas y pobres para seguir dividiendo. Aquí ya están a la cabeza de entidades personas sin preparación, pero completamente fieles al presidente.
Todos sabemos quiénes son los candidatos que no han podido llamar dictador a Maduro, e incluso sabemos que hay algunos a quienes Maduro no les resulta incómodo. Es más, les puede resultar un aliado.
Venezuela completará pronto tres décadas tratando de recuperar su democracia y su libertad. ¿Acaso no nos vamos a mirar en este espejo?
