ADRIANA MOLANO

Exhaustos digitales

Bajo el cuento de la disponibilidad permanente hemos caído en un agobiante círculo de notificaciones incesantes. ¿Le pasa a usted o soy solo yo?

Adriana Molano, Adriana Molano
7 de junio de 2019

Exhausto es el término que define la condición de cansancio extremo, debilidad y falta de fuerzas. Justamente esta es la sensación que ha empezado a invadir el mundo, con movimientos que promueven la ‘sana desconexión’, que no es nada distinto a ponerle límites al inclemente bip de los dispositivos, que nos recuerdan en permanente que al máximo que podemos aspirar es al ‘casi al día’, nunca al ‘completado’.

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Vivimos conectados, tal vez algunos estamos hiperconectados, con información que corre una y otra vez, generando poco menos que ruido porque nuestros ojos y cerebros se acostumbran cada vez más a ignorar aquel grupo de WhatsApp donde todos tienen una opinión pero pocos toman acción.

Mi trastorno obsesivo-compulsivo se revuelca si aparecen notificaciones por abrir en el mínimo recuadro del teléfono. Ver una bandeja de entrada con correos que lleven más de tres días sin leer es una agonía y ni imaginar lo que sucede si es la plataforma de gestión de proyectos la que empieza a señalar, entre coloridas imágenes, que ‘no estás al día’.

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El problema es mío, por supuesto, porque pretender cargarle a la tecnología la culpa por reflejar nuestras debilidades no sería más que un sofisma de distracción.

Como hito de la desconexión digital está la ley francesa sobre el derecho de los trabajadores a no responder a las comunicaciones digitales de sus jefes mientras se encuentren fuera del horario establecido. Suena bien si creemos que el mundo laboral se resume a lo escrito en contrato o una norma. Suena mal si nos damos cuenta que necesitamos una ley para hacer cumplir lo que parece esencial.

En el extremo más controvertido del tema resuenan la adicción a internet y las clínicas de rehabilitación que no son más que entornos urbanos o rurales con bloqueadores de señales electromagnéticas.

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Quienes llevamos vidas laborales activas a través de lo digital difícilmente podemos desconectarnos. El argumento es simple: es trabajo y ha de ser atendido. Pero que sea trabajo no puede convertirse en una excusa… Ya muchos hemos caído en ese abismo y con heridas hemos salido de él.

Semanas atrás se declaró el Síndrome de Burnout como una enfermedad. Quemados, fundidos, exhaustos, así vivimos no solo en los entornos laborales sino en los personales y por efecto del bip las delgadas líneas se desdibujan.

El problema no es lo digital, que nos seduce con un amplio abanico de plataformas y contenidos que se ajustan a todos los gustos y se personalizan según nuestro propio historial de navegación. El problema es entender que lo digital crece en función de las interacciones que propicia, y, a través de los ‘espejos negros’ le estamos apostando cada vez más a las relaciones humano –máquina, creando listas de prioridades donde un mail es más importante que una llamada o una videoconferencia gana la partida en la carrera contra reloj en la que cada día vemos la meta pero no siempre logramos coronarla.

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La mitad del mundo clama por conexión y la otra mitad rogamos por desconectarnos; las paradojas de nuestra sociedad parecen salidas de un meme.

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