GUSTAVO RIVERO

Protestas alrededor del mundo

Desigualdad, juventud y redes sociales.

Gustavo Rivero, Gustavo Rivero
22 de noviembre de 2019

En las últimas semanas, grandes manifestaciones antigubernamentales (algunas pacíficas, otras no) han obstruido carreteras en todos los continentes: Argelia, Bolivia, Reino Unido, España (Cataluña), Chile, Ecuador, Francia, Guinea, Haití, Honduras, Hong Kong, Irak, Kazajstán, Líbano, Pakistán...

Desde la ola de movimientos de poderío popular que arrasó Asia y Europa del Este a finales de los ochenta y principios de los noventa, el mundo no había experimentado un flujo simultáneo de ira popular.

Los movimientos de hoy parecen desconectados y espontáneos. Algunos temas surgen repetidamente, como la desigualdad, la corrupción y los presuntos fraudes electorales, pero parece más una coincidencia que una coherencia. Las causas iniciales de las protestas difícilmente podrían ser más variadas: en España (Cataluña), un absurdo e ilegal movimiento nacionalista repleto de alienación y adoctrinamiento; en Hong Kong, leyes propuestas que permiten la extradición de criminales sospechosos a China; en Reino Unido, un Gobierno que apostó por el brexit.

Ansiosos por imponer un patrón en estos eventos aparentemente aleatorios, los analistas han presentado tres explicaciones (económicas, demográficas y relativas a la conspiración):

Las explicaciones económicas reflejan que golpes aparentemente menores (un aumento del 4% en las tarifas del metro en Chile, por ejemplo) fueron la gota que colmó el vaso para las personas que luchan por sobrevivir en sociedades cada vez más desiguales. Incluso los partidarios del libre mercado ven la creciente desigualdad como una causa de ira concertada (como en Chile, uno de los países más desiguales y en mejor situación económica del mundo).

La explicación demográfica señala que los jóvenes tienen más probabilidades de protestar, y el mundo todavía es bastante joven, con una edad promedio de 30 años y un tercio de la población teniendo menos de 20 años. Niall Ferguson ha trazado paralelismos con la década de 1960 cuando, como ahora, había exceso de jóvenes cualificados debido al auge de la educación universitaria, que produce más graduados que empleos para ellos.

En cuanto a las conspiraciones, a los gobiernos les gusta insinuar que fuerzas externas siniestras mueven los hilos. El Ministerio de Relaciones Exteriores de China sugirió que las protestas en Hong Kong fueron de alguna manera obra de Estados Unidos. En América Latina, se susurra que los regímenes socialistas de Cuba y Venezuela han fomentado los disturbios en otros lugares para distraer la atención de sus propios problemas.

Según The Economist, ninguna de estas teorías es universalmente útil. Volviendo al ejemplo de Chile, la desigualdad de ingresos allí en realidad se ha reducido. Muchos de los manifestantes de Reino Unido y Hong Kong están canosos. En cuanto a la intromisión extranjera, nadie culpa seriamente a un cerebro global por los disturbios.

Otros tres factores llenan algunos de los vacíos que dejan estas explicaciones. Uno poco mencionado es que, a pesar de todos sus peligros, la protesta puede ser más emocionante que el trabajo pesado de la vida diaria, y cuando todos los demás lo hacen, la solidaridad se convierte en la moda (¿es el paro nacional de Colombia fruto de esta moda?). Otro es que los omnipresentes celulares facilitan la organización y el mantenimiento de las protestas. Las aplicaciones cifradas de mensajería permiten a los manifestantes ir por delante de las autoridades.

El tercer factor es demostrar que los canales políticos convencionales parecen estériles. A fines de la década de 1980, los gobiernos autocráticos permitían, en el mejor de los casos, elecciones falsas. Sin un voto libre, la calle era la única forma de ejercer el poder del pueblo. Algunas de las protestas de este año (por ejemplo, Argelia y Sudán) son similares. Pero las democracias que aparentemente funcionan bien también se han visto afectadas. Por varias razones, la gente puede sentirse inusualmente impotente creyendo que su voto no importa.