Emilio Sanmiguel.

CRÍTICA MÚSICA

Ni con palanca

Emilio Sanmiguel hace un breve recorrido por algunas dinastías de la música clásica.

Emilio Sanmiguel
26 de junio de 2018

En la música no hay palanca que valga. Se tiene el talento o no. Dinastías de genios ha habido, como los Couperin en Francia, especialmente Louis y François; los Strauss, en Viena, con Johann I, padre de Eduard, Josef y Johann, “el rey del vals”. En Alemania, los Bach reinaron por siglos. Johann Sebastian fue el compositor más grande de la historia y cuatro de sus hijos fueron decisivos en el paso del barroco al clasicismo. Hay más, como los Scarlatti y los Gabrielli, en Italia. Todos talentosísimos.

Foto: W.& D. Downey/ Getty Images.

En el canto la familia más célebre fue la de los García: a Manuel padre, que era tenor, Rossini le encargó el estreno de El barbero de Sevilla. Manuel hijo fue un barítono excelente que inventó el laringoscopio, y sus hermanas, Pauline Viardot y María Malibrán, dos de las cantantes más famosas del siglo XIX. Las hermanas Grisi, Giulia y Giuditta también fueron legendarias, Rossini y Donizetti les escribían óperas y su prima, Carlotta, la bailarina, fue la primera Giselle. Los hermanos De Reszke, Jean y Édouard, tenor y bajo, fueron estrellas absolutas del canto en el paso del siglo XIX al XX y no conocieron rivales.

Beethoven era nieto de un músico de cierto valor e hijo de uno mediocre. Intentó que su sobrino Karl se dedicara a la música, pero perdió el tiempo. A Mozart lo educó su padre, Leopold, que no era de su talla. Karl Thomas, el hijo mayor, terminó sus días como un oscuro funcionario por su escaso talento y Franz Xaver Wolfgang, el menor, fue discípulo de los mejores maestros de Viena, pero ni con eso: fue un compositor de escasísimos méritos, a pesar de que llevara el nombre Wolfgang.

En el siglo XX fueron míticos los Kleiber, directores legendarios. Erich fue un genio del estilo expresionista; aunque forzó a Carlos a estudiar química, cuando este decidió dedicarse a la música no se opuso, pero tampoco lo ayudó. Carlos, consciente de la sombra de su padre, llevó su talento a tal nivel de perfeccionismo que se afirma que fue el mejor director de todos los tiempos.

El tenor Alfredo Kraus tenía un hermano barítono, Francisco, que no le llegaba ni a los tobillos; ambos fueron alumnos de la misma maestra en Milán, pero le censuraban no haber usado sus influencias para que Francisco llegara más arriba.

La soprano Montserrat Caballé fue una de las vocalistas más grandes de la historia. Al contrario de Kleiber y Kraus, no ahorró esfuerzos para que la carrera de su hija, Montserrat Martí, despegara. Pero no lo consiguió. La voz de “Montsita” no posee el poderío del de la madre, menos aún su técnica estratosférica, que nadie ha podido superar.

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Teresa Berganza, la fina mezzosoprano española, tiene una hija soprano, Cecilia Lavilla, que tampoco la emula.

Caso aparte es Plácido Domingo, uno de los grandes tenores del siglo, quien hizo debutar a su hijo como el niño de La Bohème, de Puccini, en la grabación de Solti con Caballé, en 1974. Pero qué se puede hacer si no heredó el talento del padre, quien no ceja en su empeño y lo llevó a cantar boleros a Chile, en la gira de este año de la Filarmónica de Bogotá.

En Colombia no hay casos, al menos conocidos, pero preocupan, y mucho, quienes giran alrededor de la música.

Aquí viene apareciendo una nueva plaga, la burocracia musical (que nada tiene que ver con el talento), padecida por los músicos. Poco a poco, con una laboriosidad digna de mejor causa, se han adueñado de casi todo. Sin duda desconocen a los Bach, Couperin, Strauss, Malibrán, Viardot, García, De Reszke, Kleiber, las Grisi. No les importa la música, sino el poder. Hay que ver los disparates que cometen. A la música, tal vez, no pueden llegar, pero son un peligro. ¿Hasta cuándo?

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