Una crítica a 'Los divinos' por Camilo Hoyos.

FICCIÓN

Camilo Hoyos reseña 'Los divinos' de Laura Restrepo

Camilo Hoyos reseña la nueva novela de la escritora colombiana Laura Restrepo, basada en un caso que estremeció a Colombia.

Camilo Hoyos
22 de agosto de 2018

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En Las metamorfosis, Ovidio definió a Narciso como aquel cuya maldición es consumirse en amor a sí mismo y provocar y padecer las llamas. Laura Restrepo toma esta afirmación como punto de partida en su última novela para visibilizar, o acaso comprender, ese prototipo de masculinidad que fue protagonista hace un par de años en uno de los infanticidios y feminicidios más horripilantes y que más han logrado sacudir a los colombianos. En su novela Los divinos, Restrepo realiza un retrato de un grupo de amigos de un liceo de clase alta bogotana, los Tutti-Frutti, todos para uno y uno para todos, y de la manera como el grupo reacciona cuando Muñeco, uno de sus miembros, alias Kent, Kento, Mi-lindo, Dolly-boy y Chucky, secuestra, viola y asesina a una niña.

No es únicamente una mirada crítica a este prototipo de macho, sino también una consideración sobre el sentido de amistad que desencadena. Todos sabían que Muñeco era relativamente malo, pero durante la novela, Hobbit, el narrador –alias Hobbo, Bitto, Bobbi y Job–, se pregunta si acaso la maldad relativa no esconde una absoluta: “Bajo la maldad tolerada, ¿gravita una maldad intolerable, esperando que le llegue el momento?”.

Durante la década de los ochenta y noventa, había una expresión en los colegios privados del norte de Bogotá que se refería a cierto tipo de masculinidad bruta, al tipo que siempre estaba por encima de los demás y no temía cruzar la raya: el que toma, picha y pelea. Era el que se colaba en las fiestas de quince para darle en la jeta al novio de la cumpleañera, o el que llegaba a otro colegio, territorio enemigo, a preguntar por fulano para darle un recado. Tenía, además, un largo itinerario en el consumo de drogas. Era también el que mandaba el puño antes de la palabra, o el que respondía sin pestañear al “Qué, ¿muy alzadito?”. Era a quien, a veces, se le “cruzaban los cables”. Pero lo que entonces toda esa comunidad colegial no se preguntaba era precisamente lo que Hobbo hace en la novela: si acaso no se inoculaba en él algo más profundo desde aquella vez, en tal o cual lugar, en esta o la otra fiesta en que hizo esto o aquello, mientras todos afirmaron: “Se le volvieron a cruzar los cables”.

En la novela, Muñeco es el prototipo del macho que se entiende por encima de la ley y del destino: como quien hace de mago y es capaz de doblar la realidad hasta encontrarla a su gusto y voluntad. No se trata de una novela con muchos eventos y acciones, pues se concentra en la disertación en torno a sus personajes, en la manera como Hobbo los retrata ahora que escribe la historia, o lo que logra imaginar de ella: del horror. Tampoco es una novela sobre la sorpresa. Realiza más bien una radiografía ética y moral de la sociedad bogotana ante la reacción de los amigos y del narrador, una vez conocen la noticia de la violación y el asesinato: “Ahora sí lo van a atrapar”, “ahora sí lo cogieron”, “ahora sí va a pagar”: “Que lo capen, que lo rompan, que lo aplasten con el peso de sus cuerpos y le trituren los huesos, como hizo él con ella. Que le arranquen la boquita a mordiscos, como le hizo él a ella, y lo desgarren por dentro”.

Esta novela logra capturar la podrida esencia de la masculinidad que comete el feminicidio y el infanticidio, aún hoy. Por eso, la sensación del crimen verídico que aconteció en la ciudad de Bogotá el 4 de diciembre de 2016 vuelve siempre sobre las páginas de la novela, para recordar que lo que estamos leyendo es una variación de ese crimen, otra manera de como pudo haber ocurrido, o habrá ocurrido y nunca lo supimos. Anclada así a la realidad, la novela es una protesta contra el feminicidio realizada de una manera efectiva: retratando a ese Narciso maldito que provocó y padeció las llamas de su crimen.

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