Fotografía tomada tras la explosión de un oleoducto causada por la guerrilla del eln. Machuca, Segovia, Antioquia. Octubre 19 de 1998

FOTOGRAFÍA

Un rostro perfecto de Jesús Abad Colorado

La curadora Carolina Ponce de León analiza una de las fotografías de la muestra 'El testigo', que estará en el Claustro de San Agustín hasta octubre.

Carolina Ponce de León*
29 de mayo de 2019

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“Sucedió en el nordeste antioqueño. Por enésima vez, la guerrilla del ELN dinamitó el oleoducto Caño Limón-Coveñas a la media noche y durante una hora el petróleo estuvo fluyendo. Bajó de la montaña y llegó al río. Todo se llenó de gases y vino la explosión que consumió el bosque y parte del pueblo. LA GENTE BUSCÓ EL RÍO, PERO ESTABA CONVERTIDO EN FUEGO”.

Jesús Abad Colorado

Ella es Matilde Sánchez. Su dolor tiene nombre y rostro. Sobrevivió a una masacre ocurrida el 18 de octubre de 1998 en el corregimiento de Machuca, municipio de Segovia, Antioquia. Ahí, 78 personas, incluyendo varios miembros de su familia, perdieron la vida en el incendio provocado por un escape de combustible tras un atentado del Ejército de Liberación Nacional (ELN) contra un oleoducto. Su retrato forma parte de las quinientas imágenes de la exposición El Testigo, curada por María Belén Sáez de Ibarra en el Claustro de San Agustín de Bogotá. Se trata de parte de la obra fotográfica de Jesús Abad Colorado, el fotoperiodista que, a lo largo de las últimas dos décadas, ha registrado el conflicto armado colombiano desde “la verdad de las víctimas”.

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Dorothea Lange, la fotógrafa norteamericana conocida por su trabajo sobre la Gran Depresión (1929-1939) en Estados Unidos, afirmaba que solo un fotógrafo “sin engaño ni astucia” podía capturar la verdad. ¿Cuál es la verdad? Según ella, no importa cuán desvalida se ve la gente, hay que captar su dignidad. Esa es la medida esencial para lograr un testimonio fotográfico justo. Hallamos la verdad –la dignidad– en este retrato, pese a la dificultad de discernir su expresión del todo. Quizás ella cierra los ojos para no exponer una mirada alterada para siempre por las imágenes, olores, sonidos y llantos indelebles de la tragedia y el duelo inaguantable que los acompaña. Acaso lo hace para conservar la reserva espiritual que la sostiene en su luto y desconsuelo. La arquitectura de su cara, con los pómulos marcados, los labios sellados y el entrecejo fruncido, encuadra la mirada colmada de tristeza de sus ojos cerrados. Hay dolor, pero al mismo tiempo quietud y fortaleza incuestionables. La luz y los trazos de sudor, el mentón y el cuello de la camisa blanca elegantemente plegado sobre su piel oscura convergen sobre su figura con un sentido descendiente de gravedad física e interior.

Jesús Abad Colorado habla de la piel de la guerra, “la que viven los campesinos y la que devora también a la naturaleza”. Es la piel que cubre nuestra historia y se convierte en testigo, registro y evidencia de sus violencias. Es la de las víctimas que hemos de hacer nuestra. Colorado explora la piel de la guerra al hacer visible la experiencia y la humanidad de las víctimas por medio de “fotografías sencillas”, dice, “pero dignas y hechas a pie –como se hace el periodismo–, y por eso tienen nombre y tienen rostro, para que podamos entender que ese dolor también debería ser el mío, que nuestra responsabilidad también es ayudar a solucionar esa historia trágica que ha ocurrido en el país”. El afecto con el cual Jesús Abad Colorado cumple su labor testimonial se afirma en el tierno modo con que capta el rostro perfecto de Matilde Sánchez. En el dibujo fino de su expresión ya se adivina la sobriedad de su resistencia y la fuerza de su resiliencia: la dignidad de los vencedores, podría afirmar el fotógrafo.

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*Ponce de León es curadora. La fotografía que comenta aquí pertenece a la exposición El Testigo. Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado, en el Claustro de San Agustín de Bogotá, curada por María Belén Sáez de Ibarra y producida por la Universidad Nacional de Colombia.

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