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La otra Selección Colombia

Un equipo de 11 jugadores tienen la responsabilidad histórica de negociar con celeridad y firmeza el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos ¿Están preparados?

28 de marzo de 2004

Es otra selección Colombia. Tiene 10 integrantes y un director técnico. Pero llevar la camiseta tricolor no será un juego. Tienen la responsabilidad de representar al país en el acuerdo comercial más importante de su historia. Es el equipo del gobierno colombiano que desde el próximo 18 de mayo se reunirá con los representantes de Estados Unidos para llevar a cabo las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre ambos países.

Al frente del grupo está Hernando José Gómez, quien después de ser embajador de Colombia ante la Organización Mundial del Comercio, llegó a dirigir el combinado patrio y a coordinar el desarrollo global de la negociación. De él dependen 10 negociadores que, en mesas que tratarán distintos temas separadamente, serán los encargados de definir la filigrana técnica y jurídica de los acuerdos. Cada pacto tendrá consecuencias enormes para los diversos sectores de la economía nacional. Ahí se decidirá en qué forma se desmontarán aranceles; cómo se protegerá la propiedad intelectual; cómo se facilitará el comercio de servicios entre ambos países o qué compromisos adquiere Colombia en legislación ambiental y laboral. (Ver recuadros).

No están solos en este partido. El equipo de 11 hombres y mujeres hace parte de un andamiaje institucional encabezado por el presidente Álvaro Uribe, el ministro de Comercio, Jorge Humberto Botero y su viceministro, Juan Ricardo Ortega. En las discusiones del TLC participarán desde ministerios y superintendencias hasta el Banco de la República y Proexport. Del trabajo conjunto de estas entidades y con la contribución del sector privado, Colombia definirá cuáles son sus intereses en el TLC y hasta dónde está dispuesta a arriesgar.

El 'tire y afloje'

La tarea que les espera a los negociadores colombianos no es fácil. Aunque en teoría se sentarán a la mesa en igualdad de condiciones con sus pares estadounidenses, es evidente que el peso de cada país en la negociación no es el mismo.

Sin contar las consideraciones políticas, pues Colombia es uno de los principales receptores de ayuda estadounidense en el mundo, para este país, Estados Unidos es su principal socio comercial. Es el destino de la mitad de sus exportaciones y el origen de una cuarta parte de la inversión extranjera en el país. Para Estados Unidos, en cambio, Colombia representa apenas el 0,5 por ciento de sus ventas externas. Es uno más en la lista de países que han firmado -o manifestado interés en negociar- con ellos un tratado de libre comercio. Colombia sería la décima nación del continente que lograría entrar sin aranceles al mercado norteamericano. De ahí que sólo una negociación exitosa permitirá a las empresas colombianas competir en ese mercado con las mismas ventajas que ya tienen países como México, Chile o los centroamericanos.

El equipo colombiano tiene una presión adicional: la urgencia. Demorar la firma del tratado es riesgoso para Colombia. El Trade Promotion Authority (TPA), las facultades especiales que le da el Congreso al Presidente de Estados Unidos para negociar acuerdos comerciales con otros países, sin que el mismo legislativo pueda luego modificar las condiciones de los tratados, vencen en junio de 2005. Sin esta autorización, también conocida como fast track, el gobierno estadounidense difícilmente podría negociar nuevos tratados de comercio, pues cualquier cosa que acordara podría ser reversada después por el Congreso. No hay certeza de que el fast track vaya a ser prorrogado. No es un tema popular en una campaña electoral cuando, a pesar del crecimiento, no ha cedido el problema del desempleo entre los estadounidenses. Si en noviembre llega a ganar John Kerry, candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, la posibilidad de que empuje una nueva autorización es escasa, ya que se ha mostrado en desacuerdo frente a las bondades de los acuerdos de libre comercio. Sin fast track, las negociaciones con Colombia quedarían embolatadas.

Con estas condiciones, ¿qué tan amplio será el margen de negociación del equipo nacional? Los tratados que ha firmado recientemente Estados Unidos con Chile o Centroamérica sirven de referencia. Aunque no son "contratos de adhesión" como algunos críticos los califican, protegen los intereses estadounidenses y es poco probable que Colombia consiga lo que otros países no han podido. Hay margen de maniobra en puntos como el tiempo requerido para desmontar los aranceles o la preservación de mecanismos de protección para productos sensibles a la apertura de las fronteras, como los agrícolas. Pero en temas como el régimen de propiedad intelectual, las normas de inversión o de solución de controversias, la experiencia muestra que no hay mucho campo de negociación.

Jugada bien, la carta de la relación especial de Estados Unidos con Colombia en temas como la lucha contra el terrorismo o el narcotráfico podría servir a favor del equipo nacional. Sin embargo, como dijo a SEMANA el embajador de Colombia en Washington Luis Alberto Moreno, la "agenda política" tiene limitaciones. Negocios son negocios, y por más que haya consideraciones políticas de por medio, como la estabilidad regional, los representantes de la oficina comercial de Estados Unidos intentarán conseguir, al igual que Colombia, los mayores beneficios para sus empresarios.

El margen de negociación dependerá de la claridad que tenga el país sobre los frentes en los que está dispuesto a perder a cambio de ganar en otros. Así, por ejemplo, para mantener las preferencias arancelarias que actualmente tiene Colombia por cuenta del Atpdea (el acuerdo mediante el cual los textiles y flores colombianas, entre otros, entran con 0 arancel a Estados Unidos), habrá que pagar un precio. Lo mismo si se quiere que Estados Unidos aumente el cupo del azúcar que hoy pueden exportar los ingenios colombianos o que otorgue facilidades -un cupo de visas, por ejemplo- para que los empresarios nacionales puedan viajar a hacer negocios. Que el precio sea razonable y no afecte desmedidamente a algún sector estratégico para Colombia, por ejemplo, en materia de empleo o de seguridad, es la labor del equipo negociador y, detrás de él, del gobierno y el sector privado que en últimas determinarán los objetivos y estrategias en la negociación.

Los temores

¿Qué tan preparado está el país para negociar un tratado que afectará a los consumidores, al gobierno y a todo el aparato productivo? ¿Tienen los negociadores colombianos la experiencia necesaria para desenvolverse con éxito ante un equipo como el estadounidense con larga trayectoria y posiciones muy firmes? Estas son las preguntas más comunes a medida que se acerca la primera ronda de negociación del TLC, el próximo 18 de mayo en Cartagena.

Aunque el gobierno y el sector privado vienen trabajando de tiempo atrás en temas de libre comercio, a raíz de las negociaciones del Alca (Area de Libre Comercio de las Américas) o incluso antes con el G-3, todavía falta camino por recorrer. Hay diversos estudios sectoriales que, con mayor o menor grado de profundidad, han determinado los lineamientos generales. Pero en los tratados comerciales, "el diablo está en los detalles" y, según varios representantes de los gremios, ahí la tarea todavía está cruda.

Quienes han trabajado de cerca con los negociadores cuentan que, en general, son expertos en los temas a tratar. Hay dudas, sin embargo, sobre la experiencia negociadora de algunos de ellos. Y los que tienen cancha en negociaciones de comercio la han adquirido sobre todo limitada a temas arancelarios. Los colombianos sólo han debatido otros temas más complejos como propiedad intelectual en escenarios multilaterales. No es lo mismo, sin embargo, sentarse a negociar solo un TLC con Estados Unidos que hacerlo acompañado de muchos países en la mesa, como en el caso del Alca o la OMC.

La prueba más reciente del equipo negociador ha sido el acuerdo entre la Comunidad Andina y Mercosur que está a punto de cerrarse. Mientras unos gremios destacan la coordinación que hubo entre el gobierno y el sector privado en este proceso, otros dicen que los negociadores, por el afán de firmar el acuerdo, no atendieron sus inquietudes. Estas diferencias serían fatales para el país en las negociaciones del TLC con Estados Unidos. No montarse al tren de la integración económica con el principal mercado del mundo no es una opción. Pero tampoco lo es llegar a la mesa sin una posición firme, concertada con el sector privado y consciente de los beneficios y los costos que tendrá para el país.