OPINIÓN

El indispensable diálogo con Colombia

Uno de los problemas más complicados que afrontará el nuevo presidente, será el de las relaciones con Venezuela, que no es un episodio más de la política exterior, sino que tiene efectos determinantes en el ámbito económico y social, así como en el orden público en Colombia.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
15 de julio de 2018

No se trata solamente de la migración desaforada que sigue creciendo ante el inatajable deterioro de la situación en ese país. Se presenta un alarmante incremento de la prostitución descontrolada de venezolanas; aparecen venezolanos implicados en delitos comunes; varios de los integrantes de las bandas de delincuentes que asolan a Norte de Santander, también son venezolanos, mientras que “disidentes” o “guerrilleros” los incorporan a sus filas.  Entre tanto, en Venezuela sigue la presencia de grupos armados procedentes de Colombia.

En medio de tan dramático panorama, Maduro ante la carestía y la inseguridad rampantes, acude al manido tema de Colombia para distraer la atención y enfrentar la “amenaza colombiana”.

Dentro de ese sainete, mueve unidades militares hacia la frontera con Colombia y le ordena a una de sus fichas que, como muñeco de ventrílocuo, anuncie que los aviones venezolanos Sukhoi destruirían los puentes existentes sobre el río Magdalena para neutralizar una eventual invasión a su territorio. El problema es que la absurda y descabellada invasión que afirma vendría de Colombia se iniciaría, no cuando esta se produjera –que nunca será así- sino cuando el locuaz mandatario resuelva que su país ha sido agredido.

Así ha sucedido en otras ocasiones. Por ejemplo, los militares venezolanos resolvieron en 1987 que un buque de la armada colombiana, aunque navegaba en aguas que, de conformidad con el derecho internacional pertenecen a Colombia, había penetrado a “territorio venezolano” y en lugar de acudir a un procedimiento de solución pacifica de controversias, se prepararon para invadir a Colombia con decenas de tanques y a bombardear, no con los Sukhoi porque no existían, sino con sus nuevos F-16, a Cartagena, Puerto Bolívar, Palanquero y otras localidades.

Durante el gobierno del presidente Uribe, Chávez lo acusó de infiltrar a “grupos de paramilitares” para derrocar a su gobierno. Posteriormente envió diez batallones a la frontera en solidaridad con el gobierno de Correa y con las Farc, que tranquilamente se encontraban en territorio ecuatoriano atacando objetivos en Colombia. Hace algún tiempo tropas venezolanas, de la noche a la mañana, ocuparon la margen colombiana del río Arauca, afirmando sorpresivamente que era territorio venezolano.

La alarmante y desordenada migración -similar a la de los subsaharianos y los sirios que los europeos están tratando de contener en los países de origen- también afectará a Venezuela. Las bandas armadas “binacionales”, no solamente operan en Norte de Santander, sino también en el Táchira y el Zulia. Los grupos armados que reciben apoyo y refugio en Venezuela, en cualquier momento se volverán contra sus Fuerzas Militares y atacarán a la población civil, como ha sucedido en varias ocasiones. El complejo problema del narcotráfico, no obstante que ha enriquecido enormemente a funcionarios venezolanos, ha generado también una inseguridad generalizada en el país.

¿Acaso puede Maduro dar la espalda indefinidamente a tan preocupante situación? ¿Por qué en lugar de lanzar sus cotidianos y beligerantes infundios, no dialoga constructivamente con Colombia para enfrentar los problemas?

Aunque las circunstancias eran completamente diferentes, Virgilio Barco y Carlos Andrés Pérez dieron hace algunos años un ejemplo que transformó las relaciones entre los dos países y admiró al continente.

(*) Profesor de la facultad de relaciones internacionales de la universidad del Rosario

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