| Foto: Instituto Le Rosey.

SUIZA

El colombiano que realiza admisiones para el colegio más prestigioso del mundo

Por los pasillos de esta institución caminan futuros reyes, magnates y líderes políticos. SEMANA habló con uno de los pocos colombianos que han estudiado allí.

18 de mayo de 2020

En 2005, Felipe Laurent entró a estudiar al Instituto Le Rosey, en Ginebra, Suiza. Como fanático de la saga de J. K. Rowling, no tuvo inconveniente en que sus padres lo internaran a los 13 años pues era lo más cercano al famoso colegio Hogwarts de Harry Potter. Y no estaba equivocado. Allí no hacen magia, pero los estudiantes duermen, comen y asisten a clase en un castillo, y solo lo abandonan para visitar a sus familias unas cuantas veces al año. 

Laurent pasó su adolescencia en este centro académico catalogado por muchos como el colegio de los reyes. Hoy es uno de los pocos colombianos que ha tenido el privilegio de estudiar allí. El calificativo no es exagerado. Desde su fundación, hace 140 años, Le Rosey ha sido una fábrica de líderes. El Instituto no confirma ni revela los nombres de sus alumnos, pero por allí han pasado personalidades como el sah de Persia, Raniero de Mónaco, Juan Carlos I, el rey Balduino de Bélgica y otras figuras como Julian Casablancas, líder de The Strokes. 

En pocas palabras, los herederos de las familias más poderosas del mundo acuden por tradición a este instituto, y no cualquiera puede costearlo. De acuerdo con Laurent, la cuota promedio está en 100.000 francos suizos al año, es decir, más de 400 millones de pesos, aunque varía según la edad de los estudiantes. Los más pequeños, de 8 a 11 años, pagan un precio; y los grandes, de 12 a 18, otro. Sin embargo, el dinero no es el único boleto de entrada. Los alumnos también deben cumplir con ciertos requisitos, como tener conocimientos básicos de inglés y francés, y demostrar potencial en otras áreas, como el deporte o la música. 


Felipe estudió en Le Rosey gracias a una beca de la institución y a su promedio académico. Foto: cortesía Felipe Laurent. 

La cruda realidad, reconoce este joven antioqueño de 28 años, es que “solo hay disponibles 100 plazas al año, y rechazan a tres de cada cuatro aspirantes”. Hoy en día, el centro cuenta con 400 alumnos de 70 nacionalidades, por la norma de no aceptar a más de un 10 por ciento de alumnos de una misma área lingüístico-cultural. “Es controversial porque en el caso de los hispanohablantes, entre latinos y españoles, no pueden sumar más de diez”, explica Laurent. 

Para muchos detrás de esta regla se esconde la clave de su éxito, pues les garantiza la diversidad religiosa, política y cultural que a fin de cuentas enriquece enormemente la experiencia estudiantil. “Es un entorno muy interesante. El inglés y el francés son los idiomas oficiales, pero en los pasillos uno puede escuchar 60 idiomas”, cuenta el colombiano. Así mismo, asegura que hoy hay connacionales matriculados allí, y que al menos 25 exalumnos de este prestigioso colegio residen en Colombia. 

Laurent se graduó del Instituto Le Rosey en 2010, y cinco años después regresó allí para convertirse en su director de Comunicaciones y en una de las personas que asumen la difícil tarea de realizar parte del proceso de admisiones para el colegio. Su trabajo consiste en viajar por el mundo para visitar a las familias interesadas en matricular a sus hijos allí. Esa experiencia le ha permitido ver que, sobre todo en América Latina, la idea de enviar a los hijos a un internado resulta espantosa y muchas veces es percibido como un castigo, pero  “en otros países, como Australia, es casi la norma. Es algo cultural”, explica. 


Foto: Cortesía Instituto Le Rosey. 

Laurent reconoce que Le Rosey se aferra a sus tradiciones y por eso, muchos pueden llegar a considerar una institución de este tipo como fuera de lugar. No obstante, defiende los internados por cuestión de practicidad. “En ningún colegio diurno, en Bogotá, Londres o Nueva York, un joven puede salir de clase a las tres de la tarde para estar a las cuatro en el campo de rugby, a las seis en clase de violín, y a las ocho en su casa”, afirma.  Asegura que los internados dan la oportunidad a los alumnos de aprovechar las actividades y explotar su potencial al máximo, y en el caso de Le Rosey, que estos herederos poderosos sean educados con disciplina y rigurosidad. 

Laurent reconoce que los ‘roseans’ son privilegiados. Pero la institución los motiva a entender sus responsabilidades. Por eso, parte de su formación incluye viajes humanitarios, uno de ellos a la isla de Lesbos, Grecia, donde trabajan en un campamento de refugiados. “Muchos piensan que somos maleducados y descomedidos por estudiar en un colegio de ricos, pero no es así. Algunos llegan siéndolo, sin embargo, no salen igual”, cuenta.

Un día normal de sus estudiantes comienza a las siete de la mañana. A esa hora una alarma los despierta y, luego de ducharse, deben arreglar sus habitaciones. El desayuno, que consta de un amplio buffet, está abierto desde las 7:30 de la mañana; después toman clases de 8:00 a 3:30 de la tarde. De 4:00 a 6:00 asisten a actividades extracurriculares, y luego de la cena están permitidas ciertas reuniones sociales. 


La escuela tiene 140 años de historia, pero empezó a recibir mujeres en 1917. Foto: Cortesía Instituto Le Rosey. 

Según el colombiano, el modelo académico de Le Rosey está basado en “el desarrollo de las inteligencias múltiples que propuso en 1983 el profesor de Harvard Howard Gardner”. Los jóvenes siguen un plan básico para obtener el diploma del bachillerato internacional (IB) o francés, no obstante, las demás actividades se acomodan a sus intereses. La estrategia ha sido muy efectiva, pues la tasa de aprobación es casi siempre del 100 por ciento. 

Y es que pocos colegios tienen la oferta académica de Le Rosey. La institución enseña 25 idiomas en modalidad de lengua materna, y se da el lujo de tener proyectos como lanzar cohetes o satélites. Además, es un paraíso para los amantes del deporte: hay campos de fútbol y rugby, centro de artes marciales, estudio de danza, equitación, y un centro de navegación a lo largo de 100 metros a orillas del lago de Ginebra. Las mejores orquestas, compañías de teatro y oradores del mundo se presentan con regularidad en el  Instituto.

Como si eso fuera poco, los estudiantes de este instituto dividen su año académico en dos sedes. Para escapar de la niebla invernal que se apodera del área del lago Lemán, Le Rosey se traslada a Gstaad, la famosa estación de esquí en el Oberland bernés, todos los años de enero a marzo.  La escuela tiene sus propios chalets allí y prácticamente todo el pueblo constituye el campus de invierno de los estudiantes.  Durante estos meses, el deporte, el esquí, el hockey sobre hielo y las expediciones de montaña ocupan un lugar privilegiado. 


Foto: Cortesía Instituto Le Rosey. 

En sus 140 años de existencia, el colegio ha tenido que reinventarse y sortear diversos escándalos. Un hito clave fue la llegada de las niñas en 1917. Antes de esa fecha la institución solo educaba hombres, pero desde entonces Le Rosey ha equilibrado la balanza poco a poco al punto de que hay exactamente 200 camas para hombres y 200 para mujeres. 

Otro interrogante recurrente sobre el ambiente en este castillo de ricos está relacionado con el bullying. De hecho, la institución enfrenta en estos momentos un escándalo debido a que el empresario indio, Pankaj Oswal, asegura que Le Rosey no protegió adecuadamente a su hija del acoso escolar. La escuela niega el reclamo y sobre el tema, Laurent asegura que lejos de ser un entorno perfecto, la diversidad cultural que compone a Le Rosey permite que el instituto tenga pocos o ningunos de estos casos. 

El coronavirus, como a todos, también les ha planteado desafíos. “Nuestros estudiantes están en 48 países y 20 zonas horarias distintas. No es una opción conectarlos a una misma hora”. Por ahora, Le Rosey permanece cerrado como pocas veces en su historia. 

Laurent sabe que no todos los colegios pueden replicar el modelo de Le Rosey, pero invita a los padres a luchar porque sus hijos exploren todos sus talentos. Su caso es el mejor ejemplo: aunque sus familia gozaba de buena economía para el promedio colombiano, Laurent logró entrar allí gracias a una beca de la institución y a su promedio académico.