ENTRE LA GORDURAY LA CORDURA

Cada día se ven más casos de anorexia y bulimia, dos trastornos en los que el miedo a engordarse convierte en una obsesión mortal.

11 de julio de 1994

MIENTRAS gran parte de la humanidad lucha por conseguir alimento, otros dejan de comer por su propia voluntad con el firme propósito de perder peso. Este temor a engordar puede llegar a ser algo más que una simple preocupación por la figura y convertirse en una obsesión cuyas consecuencias suelen ser fatales. Tanto que la anorexia y la bulimia, dos enfermedades hasta hace poco desconocidas, se han convertido en la última década en dos de los trastornos más preocupantes del comportamiento alimentario.

Ese es el caso de Michaela Kendall, una joven inglesa que falleció el mes pasado en un hospital de Birmingham, a la edad de 26 años y con 32 kilos de peso, luego de un "pacto de adelgazamiento" con su hermana gemela. Después de iniciar una dieta que sólo incluía manzanas y vitaminas -con la cual lograron bajar 13 kilos en 15 días-, las hermanas Kendall perdieron la capacidad de alimentarse normalmente a pesar de los tratamientos siquiátricos y hospitalarios a que fueron sometidas.

Pero no se trata de un caso extraño. Estudios realizados en Estados Unidos por la National Association of Anorexia Nervous and Associated Disorders (ANAD) muestran que en ese país hay siete millones de mujeres y un millón de hombres afectados por desórdenes alimentarios. El 6 por ciento muere por esta causa. En Colombia no existen estadísticas sobre el tema, pero los especialistas consultados señalan que cada día ven más casos de anorexia y bulimia.

PRIMERO MUERTO QUE GORDO
La anorexia nerviosa es definida como la pérdida de apetito de origen nervioso. Como características de la enfermedad se entienden el rechazo a mantener un peso normal, el miedo a engordar aun teniendo un bajo peso, la práctica compulsiva del ejercicio y la distorsión de la imagen corporal. Según los especialistas, el problema no es la imagen que se refleja en el espejo, sino la proyectada por la mente, independientemente de las características físicas. La persona no come, no porque exista una verdadera pérdida de apetito, sino porque ejerce un control sobre el apetito. Aún no se conocen sus verdaderas causas; sin embargo, la anorexia puede producirse por factores endocrinos, neurológicos, genéticos (enfermedades mentales) o de comportamiento.

Los síntomas de la anorexia son una alarmante pérdida de peso -de más del 25 por ciento-, acompañada de amenorrea (desaparición de la menstruación); aparición de vellosidad en diferentes partes del cuerpo (eso se produce porque el organismo, bajo en calorías, reacciona a la intolerancia al frío); tensión baja, y vómito. A esto hay que añadir otras manifestaciones en el comportamiento, como negación del hambre, pánico a ganar peso, irritabilidad e hiperactividad. "En estos pacientes se observa una alta selectividad en el tipo de comida elegido. A esto se suma un aumento en el ejercicio, negando la aparición de fatiga", dice la sicóloga comportamental Juanita Gempeler, quien en la actualidad trabaja en cinco casos de anorexia. "En cuanto a los factores sicológicos se incluyen alteraciòn es en las relaciones interpersonales, distorsiones de la imagen corporal y cognoscitivas (comer engorda, luego estar lleno es estar engordando) e inhabilidad para identificar estìmulos como hambre, saciedad y fatiga".

Para muchos estudiosos del tema, la enfermedad responde a unos estímulos sicosociales específicos. Por un lado, la baja autoestima, los problemas interpersonales, especialmente con el sexo opuesto, y el estrés. Y por otro, las tendencias perfeccionistas y dominantes que llevan a la necesidad de controlar algún aspecto de la vida. Los anoréxicos tienden a llevar un control patológico sobre sus funciones corporales: necesidades fisiológicas, patrones de sueño e impulsos sexuales.

Los principales afectados por la anorexia son los adolescentes, en su mayoría mujeres entre los 13 y los 16 años. No obstante, los primeros síntomas suelen aparecer en la niñez. "El primer paso hacia la anorexia es dado generalmente ante estìmulos sicosociales (grupo de amigos, padres u otras personas significativas) en los que se cuestionan la forma y el peso del cuerpo. Aparecen sentimientos de tener el control y el comportamiento se refuerza positivamente por el sentimiento de logro y satisfacción, y negativamente por la restricción de la ganancia de peso a través de patrones irracionales y poco lógicos", explica la sicóloga.


COMER Y VOMITAR ES EMPATAR

La otra cara de la moneda es la bulimia. Esta puede aparecer después de la anorexia, aunque no necesariamente en todos los casos el proceso es igual. Se caracteriza por episodios de consumo voraz de alimentos en cortos períodos, con la sensación de pérdida de control y va acompañada por el vómito autoinducido y el uso de laxantes y diuréticos.

La bulimia nerviosa puede ser entendida como otra manifestación de un desorden de la imagen corporal, aunque para muchos se trata de una adicción compulsiva análoga al alcoholismo. Según la nutricionista Zuria Zawady, "en este comportamiento se plantea la alternativa de comer, cediendo el control, pero a la vez encontrando un método alternativo para regular el peso. Además, para quienes lo padecen existe la ventaja de que evitan las confrontaciones con la gente que los rodea. De este modo, comen en público y vomitan en privado, y así pasan como personas normales".

La bulimia, que suele afectar a personas entre 18 y 25 años, puede detectarse por síntomas como lesiones en las manos (ocasionadas por los dientes al inducir el vómito), amenorrea, vómitos, diarreas y cambios periódicos de peso. En cuanto al comportamiento sicológico, las manifestaciones van desde la obsesión constante por la comida, la falta de autoestima y el aislamiento, hasta las depresiones y los amagos de suicidio.

Tanto la anorexia como la bulimia pueden suscitar fallas en el organismo y, a largo plazo, causar la muerte. Según el gastroenterólogo Luis Alberto Angel, especialista de la Fundación Santa Fe y quien realizó un estudio de 35 casos de trastornos de comportamiento alimentario (de los cuales ocho eran de anorexia y seis de bulimia), estos desórdenes han aumentado en los últimos años. Sin embargo, está visto que la gente que sufre anorexia o bulimia, al igual que aquellos que sufren problemas de dependencia y adicciones, tienden a negarlas. Pero se trata de trastornos serios que deben ser detectados y tratados a tiempo, pues sus consecuencias son, en muchos casos, fatales. "El problema es que la mitad de los pacientes no se somete al tratamiento, ya sea porque no se sienten enfermos o porque generalmente estos trastornos se asocian con la culpabilidad y la verguenza. Pero con el tiempo se empiezan a observar fallas cardiacas, infecciones, trastornos digestivos, intolerancia a los alimentos, vómitos crónicos, broncoaspiraciones, deterioro de la musosa respiratoria, pérdida de los dientes, otitis y una serie de enfermedades que pueden ser mortales. Añadido a esto aparecen limitaciones de índole intelectual: al pensar exclusivamente en la comida desaparece el interés por el resto de actividades".

Para los dos casos el tratamiento debe ser de trabajo en equipo de un sicólogo, un médico y un nutricionista. El control parte de la negociación con el paciente de un menú, que se modifica gradualmente, hasta lograr que el paciente no practique un control directo sobre el peso y la medida, sino sobre los alimentos que ingiere. Otra etapa del tratamiento sicológico es el trabajo con la familia con el fin de lograr el mantenimiento de su autoimagen del paciente (teniendo en cuenta que en la mayoría de casos se trata de adolescentes que dependen de su familia y amigos) y el mejoramiento de las relaciones interpersonales. "Para esto es necesario el establecimiento de fuentes de satisfacción positiva, diferentes a hacer dieta, sobrealimentarse y vomitar, en la vida del individuo", explica la doctora Gempeler. Y la verdad es que en una cultura que rinde culto a la figura, se puede fácilmente traspasar la delgada línea de la vanidad para convertir el aumento de peso en una obsesión que lleve a la pérdida no sólo de la gordura sino de la cordura.