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Entrevista

“Ir al espacio y volver me cambió la vida”

Jon McBride es una de las 300 personas en el mundo que han tenido el privilegio de viajar al espacio. A su paso por Bogotá, SEMANA habló con este veterano sobre su experiencia y el futuro de la exploración espacial. Charla recomendada para niños, jóvenes y viejos con alma de exploradores.

19 de septiembre de 2018

Jon McBride es una de las 300 personas en el mundo que han tenido el privilegio de viajar al espacio. Lo hizo en 1984 en el transbordador espacial y aún hoy, al recordar el viaje, dice que ver desde afuera la mara azul que todos llamamos Tierra es una sensación divina. “Es difícil no sentirse como Dios”. A su paso por Bogotá, SEMANA habló con este veterano de esa experiencia y sobre el futuro de la exploración espacial. Charla recomendada para niños, jóvenes y viejos con alma de exploradores.

SEMANA: ¿Cómo es esa experiencia de estar fuera de la tierra?

Jon McBride: Me tomaría volúmenes llenos de palabras y metros de filme para describir qué se siente al dejar la tierra y entrar en el espacio y vivir una semana y trabajar allí en gravedad cero y volver a la tierra con una diferente perspectiva. Estuvimos 9 días. Dimos 133 vueltas a la tierra, 16 veces cada día.

SEMANA: ¿Es una visión que cambia la vida?

J.M.: Sí, te da una sensación maravillosa al estar ahí y mirar hacia atrás, podía ver 1500 millas en todas las direcciones. Por un lado, veía la mitad de Suramérica y por el otro el océano Pacífico, miraba hacia arriba y veía el mar Caribe y para abajo, Antártida. Es difícil de explicarlo en palabras. Los sentimientos son de asombro. Recuerdo muy vívidamente la primera vez que vi a la tierra, fue después de 45 minutos de salir del Centro Espacial Kennedy.

SEMANA: ¿Fue en el transbordador espacial?

J.M.: Sí, en el Challenger, volé en ella antes de que la perdiéramos, iba a ser el comandante de esa después de la misión fatal. Yo estaba entrenando en el simulador en ese momento cuando el jefe de misión llamó para decirnos que estaban listos para el lanzamiento y nos dijo ‘por qué no salen y ven el lanzamiento en el centro de control’, y fuimos y vimos cuando se fue y luego vimos la explosión. Mi corazón casi se para.  Solo pensaba ‘por favor traigámosla de vuelta y empecemos todo de nuevo’, pero la habíamos perdido, se había ido para siempre la nave que yo acababa de manejar, con ocho personas a bordo.

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SEMANA: Fue muy duro...

J.M.: Sí, porque yo había viajado un año y medio antes, en octubre de 1984.

SEMANA: ¿Cómo fue esa experiencia de ir al espacio?

J.M.: Fue la primera tripulación de 7 astronautas. La primera canadiense y la primera australiana. Como era el comienzo del programa muchas primeras veces sucedieron en esa misión. La primera visión de la tierra fue 45 minutos después de dejar la Florida. Excitante ver eso, uno tarda tiempo en prender todo el equipamiento y se queda ahí un rato apenas llega. Yo vi. Vi la tierra. Estábamos sobre Australia y hacía nada estaba en la Florida. La vista me quitó la respiración. Uno se vuelve filosófico allá arriba, es una experiencia muy poderosa ver la tierra desde ahí, te da una sensación de ser dios al ver la tierra ahí abajo.

SEMANA: ¿Cómo se siente adentro?

J.M.: Al principio es como estar en un avión que luego se rota y queda mirando hacia arriba. Entonces desde la silla se ve el cielo y a los lados se ve el Centro Espacial Kennedy, y uno está amarrado con arnés hasta en los pies. Y empieza a escuchar el conteo. Trabajamos con el Centro Kennedy hasta 30 minutos antes del lanzamiento, pero ellos nos hablan aún y ellos manejan todo y solo nos sometemos al control de Houston cuando se da el lanzamiento. Lo llamamos ‘tower clear’ y es que la torre se desapega de la nave. Cuando prenden los motores uno siente como un edificio que está moviéndose mucho, pero yo estaba entrenado para eso porque los simuladores eran exactamente igual. Y en Houston son tan buenos que de verdad suben 20 metros y uno siente el lanzamiento y se ven las ventanas mover. En 10 segundos uno alcanza 160 kilómetros por hora.

SEMANA: ¿En cuántos minutos están sin gravedad?

J.M.: En ocho minutos y medio uno está en gravedad cero. A medida que uno sube se siente la presión. Uno siente el empuje hacia la silla y se siente cada vez más liviano. Hay una silla de eyección por si acaso es necesario salir. En una emergencia sale la silla expulsada y se activa un paracaídas.  Afortunadamente no tuve que usarla.

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SEMANA: ¿A dónde llegaron?

J.M.: En esa época no había Estación Espacial Internacional de modo que estuvimos esa semana en el transbordador. Nosotros fuimos a estudiar la Tierra y llevábamos un satélite que instalamos el primer día y que analizaría el reflejo y la intensidad del Sol, es lo que se llama el presupuesto de radiación, y es ver qué es lo que recibe y refleja la Tierra, qué retiene la Tierra de lo que irradia el Sol. Teníamos una cámara para tomar fotos y para medir las corrientes del océano y cómo se mueven, estábamos diseñados para hacer ciencia, para estudiar el cuerpo humano, pero también para poner satélites en órbita. La misión del transbordador era para construir la Estación Espacial Internacional.

SEMANA: ¿Usted la ayudó a construir?

J.M.: No. Cuando yo fui no la habíamos empezado a hacer, eso fue en los años noventa.

SEMANA: ¿Qué pasó una vez alcanzaron la órbita?

J.M.: Las turbinas aceleran de cero y en ocho minutos van a 25 veces la velocidad del sonido, a 25.000 kilómetros por hora. Hacemos una vuelta a la Tierra cada 90 minutos, cubrimos 10 kilómetros cada segundo. Cada 45 minutos hay un amanecer y a los 45 minutos hay un atardecer y quedó en la oscuridad por los siguientes 45 minutos. Entonces doy 16 vueltas al día.  El amanecer dura 10 minutos aquí en la Tierra, allá es segundos porque vamos muy rápido.

SEMANA.: ¿Le cuesta mucho al cuerpo adaptarse a eso?

J.M.: Sí, toma como dos días no solo por la sensación de ingravidez sino por el ritmo de amanecer y atardecer cada 45 minutos. Dormimos 8 horas al día en el espacio a pesar de que hay un amanecer y un atardecer cada 45 minutos y para eso nos ponemos unos anteojos. Yo no los usé. Yo dormí en el ‘air lock’, una pequeña habitación que es muy oscura y donde guardamos los trajes presurizados. Es como un clóset. Me situaba entre los dos vestidos. Era tranquilo y había aire más fresco.  A unos les gustaba dormir en la mitad de la nave. Me acuerdo de mi compañero australiano que dormía en la plataforma y yo lo veía yendo para un lado y luego para el otro. También a otros les gusta dormir en las sillas que se recuestan y que tienen cinturones de seguridad para que no salgan flotando.

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SEMANA: ¿Cómo se ve la Tierra desde ahí?

J.M.: Uno puede quedarse en el Ecuador o hacer la órbita por los polos. Nosotros no nos quedamos solo en el Ecuador porque teníamos que mapear la Tierra para poder tomar fotos de todo. En cada órbita tomaba fotos. Hicimos la ecuatorial y la polar. Así vi todo el mundo. Vi las auroras boreales y las australes.

SEMANA: y, ¿cómo es la experiencia de volver a entrar a la atmósfera?

J.M.: Si uno ha estado en el espacio por mucho tiempo no es muy agradable porque el cuerpo ya se adaptó a vivir en gravedad cero. Yo al segundo día ya era 2 o 3 pulgadas más alto porque la columna vertebral se separa. Se pierde el sentido del balance. De modo que cuando vuelves a la gravedad toma tiempo adaptarse y uno dura dos días con dificultad para caminar. Al llegar, uno demora como 45 minutos antes de que el cuerpo pueda funcionar realmente. Vi a Tim Kelly hace un mes (el astronauta que más ha estado en el espacio) y me dice que aún no se siente totalmente normal. Pienso que esos 14 meses que él estuvo en el espacio tendrán algún tipo de efecto permanente en él.  No es incapacitante, no causa dolor ni agonía, es solo que uno se da cuenta que perdió algo.

SEMANA: entonces, ¿ir a Marte y a la luna será difícil?

J.M.: Podemos hacerlo. Pero tendremos que construir una manera de simular la gravedad. Una manera es que la nave tenga una rueda que rota donde los astronautas puedan dormir por ocho horas. La idea es que esa fuerza centrífuga genere gravedad artificial. Eso ayudará al cuerpo a funcionar mejor y hará la transición más fácil. Esa es una manera. Probablemente cuando lleguemos a Marte la tripulación estará en un módulo y será como cuando fuimos a la Luna, cuando un astronauta se quedó en la nave esperando mientras los otros bajan.

SEMANA: ¿Nunca ha vuelto al espacio?

J.M.: No, desde esa vez Nasa me pidió que ocupara un cargo en Washington, en el cuartel principal de la Nasa como administrador de las relaciones con el Congreso. Fue una decisión difícil pero me retiré. Llevo mis últimos 13 años trabajando en el Kennedy Space Center. Es un sitio maravilloso que los visitantes tardan dos días en conocer. Tenemos varios centros, uno con el Saturno V, otro donde se ven los lanzamientos, otro con teatros para mostrar cómo se hace un lanzamiento. Otros con ciencia. Es cerca de Disney y allá decimos que Disney es fantasía. Esto es realidad.

SEMANA: ¿Cómo piensa la Nasa volver a la luna o a marte?

J.M.: Tenemos un grupo de naves que se llaman Orión. Se ve como un gran cohete, como el Saturno. Orión luce mucho como Apolo. El plan en el papel es primero ir a la luna. Creo que iremos por allá en el 2030 y a marte en el 2040 si tenemos la plata y el compromiso. Ir a la luna será muy parecido a como lo hicieron en los años 60. Para  Marte hay varias opciones. Una es ir a la luna y de ahí a marte, otra directo desde la Tierra, pero aún se está diseñando el viaje. Es lo que llamamos la arquitectura del viaje. Queremos ir a explorar porque en la exploración a la Luna se desarrollaron miles de tecnologías. Para ir a Marte tendremos que saber cómo reciclar porque allá no puede haber desechos. Resolver eso tendrá efectos en la Tierra donde la basura es un problema mundial.  

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J.M.: ¡Que Dios lo bendiga! Nosotros queremos ir y volver. No quisiera ir en un viaje de una sola vía. Todo el viaje al espacio que hice fue relevante porque volví, porque pude compartir mi historia. Para qué tener una historia si no la puedes contar.