sicologÍa

Golpe de suerte

A pesar de todas las predicciones, los estudios muestran que la lotería no cambia drásticamente la vida de los ganadores.

8 de noviembre de 2004

El sábado de la semana pasada se escuchaba en cualquier parte a hombres y mujeres de todas las edades hacer predicciones sobre lo que harían si se ganaran el Baloto. El premio se había acumulado durante cinco meses y esa noche lo que se jugaba no era cualquier cosa: 33.000 millones de pesos. "Yo me voy a vivir a las islas griegas", "yo no vuelvo a la oficina ni por la cartera", "yo le voy a comprar acciones a mi jefe", "yo compraría una casa en la playa", "yo haría una fundación para perros callejeros", "yo me compraría un yate y navegaría por el mundo".

Aunque las probabilidades de ganar eran una en 8 millones -había muchas más posibilidades de morir pulverizado por un rayo (una en dos millones) -, ese sábado alguien acertó los seis números. No era la suma más alta acumulada. En otra ocasión el Baloto había llegado a 43.000 millones. Pero sí era la primera vez que una sola persona ganaba tanta plata con el popular juego desde que llegó a

Colombia en 2001.

A pesar de los grandes planes que la gente alcanza a imaginar con la sola idea de obtener el premio, los estudios muestran que una cosa es soñar con la lotería y otra muy distinta, ganársela. Según H. Roy Kaplan, autor del libro Lotery winners, publicado en 1978, volverse millonario de la noche a la mañana no cambia la vida de las personas tanto como se espera. La mayoría, dice el experto, se queda en el mismo trabajo, mantiene las mismas amistades y no son más felices por ser más ricos. Las investigaciones que se han hecho desde entonces han confirmado esta teoría. En 2002, un sondeo de Camelot, la empresa que maneja la Lotería Nacional en Gran Bretaña, encontró que 95 por ciento están casados con la misma persona y aún conservan a su mejor amigo. Treinta y uno por ciento continúa trabajando y 53 por ciento han comprado una casa más grande pero sólo a unos cuantas cuadras de distancia de la que tenían. "Uno puede lanzar gente de un estatus económico a otro en un abrir y cerrar de ojos, pero no cambiar drásticamente una vida de creencias y experiencias", dice Kaplan.

Pero, ¿y son más felices? Si bien en el sondeo de Camelot se reportó que 70 por ciento de los ganadores están más contentos que antes porque ya no tienen problemas de dinero, los estudios científicos aseguran que ganar la lotería no cambia el nivel de felicidad de la gente. En 1978, un grupo de investigadores, liderados por Peter Brickman, compararon un grupo de 22 ganadores de lotería con 29 personas paralizadas en accidentes. Los ganadores de lotería no estaban más felices que el grupo control y le sacaban menos provecho a las pequeñas cosas de la vida. Recientemente, el profesor de siquiatría Greg Berns, de la Universidad de Emory en Atlanta, Estados Unidos, encontró que las personas sienten más satisfacción personal cuando se ganan la plata con el sudor de su frente que cuando reciben dinero sin trabajar. "Es más importante para el cerebro cuando uno hace cosas por una recompensa", dice Berns. Según los científicos, la euforia del ganador es temporal y la gente se habitúa a su nueva condición cuando la emoción pasa.

Pero los estudios científicos más recientes han encontrado que ganarse la lotería no es un evento positivo para todo el mundo. El sicólogo Stephen Goldbart, director del Instituto Money, Meaning and Choices, dice que hay evidencia de que algunos de los ganadores pierden todo a la vuelta de cinco años. Otros se divorcian y también hay reportes de problemas en sus relaciones personales pues repentinamente se ven asolados con peticiones de préstamos y colaboraciones tanto de amigos como de extraños. "Traer una gran cantidad de dinero al escenario cambia la vida", afirma.

Los problemas con los hermanos se originan por las expectativas de estos últimos frente a la participación en la ganancia. "Uno de mis hermanos quería que dividiéramos el cheque por mitad. Ya no somos tan cercanos como antes", manifestó uno de los participantes del estudio.

Que esta experiencia sea buena o mala depende en gran parte de la personalidad de cada ganador. Kaplan relata en su libro que "la gente extrovertida lo toma con calma y los tímidos e introvertidos se vuelven suspicaces y paranoicos".

Eileen Gallo, sicóloga que ha dedicado su trabajo al estudio de la riqueza súbita, cree que el 14 por ciento de los nuevos ricos consideran negativo el cambio en sus vidas debido a que no han podido adaptarse a la nueva situación ni tomar decisiones. "Esa pasividad hace que la gente a su alrededor se aproveche y tome las decisiones por ellos", dice.

Las experiencias en el manejo del dinero durante la niñez cuentan mucho cuando llega el momento de adaptarse mejor a la situación de riqueza. Quienes habían recibido durante su infancia mensajes de ahorrar y no gastar tenían una visión positiva del nuevo estatus económico, mientras que quienes califican la experiencia de negativa no habían recibido este tipo de mensajes. La personalidad también cuenta. Los introspectivos tienden a ver este evento como positivo pues dicha cualidad ayuda a pensar y analizar y, por ende, a adaptarse a las situaciones estresantes que trae consigo una ganancia ocasional.

El altruismo parece ser un factor que ayuda a la adaptación de la riqueza súbita, considera Gallo. Quienes donaron a una obra de caridad o a sus familiares parte de la fortuna se sintieron más a gusto con la nueva riqueza que quienes no consideraron esa posibilidad. En su experiencia, José Manuel Jaimes Silva, vicepresidente comercial de Etesa, entidad que maneja el Baloto en Colombia, sospecha que una de las primeras decisiones de los ganadores de Colombia es hacer una obra de caridad. A esta oficina llegan cientos de cartas de personas necesitadas dirigidas al ganador del Baloto, y los directivos las guardan y se las entregan al dueño del tiquete premiado.

Independientemente de cómo maneje cada cual la nueva fortuna, "objetivamente esta es una experiencia positiva", dice Silva, quien recuerda un caso de lo maravilloso que puede ser el azar. Es la historia de un hombre de clase baja que el día del sorteo mandó a su hijo con la plata del Baloto y un papel con los números escritos. Antes de ir a la droguería el niño se entretuvo en el parque con su hermanito y jugando perdió el papel que su padre le había dado. Al momento de comprar el tiquete los dos hermanos decidieron escoger ellos mismos los números y no decir nada en casa. Al otro día, cuando su padre revisó el resultado se desanimó porque no vio su número. "No ganamos", dijo con cara de frustración a sus hijos. Pero ellos, que recordaban los números escogidos a última hora, se dieron cuenta de que increíblemente habían acertado en las seis cifras. Entonces lo miraron y le dijeron: "Sí ganamos, papá, ganamos".