rehabilitaciÓn

A punta de crochet

En medio de las dificultades, las cárceles colombianas tratan de regenerar con estudio y trabajo a los presos.

21 de noviembre de 2004

El objetivo primordial de las cárceles es que los criminales, además de purgar una pena por un delito, puedan rehabilitarse y reintegrarse a la sociedad para iniciar una nueva vida cuando recuperen su libertad. En Colombia, sin embargo, durante mucho tiempo las cárceles han tenido fama de ser universidades del crimen, donde los reclusos en lugar de corregir sus malos pasos aprenden a seguir delinquiendo.

Pero en los últimos años esta realidad ha ido cambiando en la medida en que se ha establecido un programa pedagógico que brinda más oportunidades de educación entre las rejas. Hoy ofrecen desde alfabetización hasta diplomados y cursos de capacitación en diversas áreas. "La cárcel es un miniSena", dice la sicóloga María Paola González, subdirectora de tratamiento y desarrollo del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, Inpec. Hace poco este instituto lanzó el programa 'Compromiso', con el cual pretende además ofrecer la mano de obra de los reclusos a los empresarios colombianos, lo cual resulta atractivo si se tiene en cuenta que su trabajo no genera prestaciones sociales. "Queremos convertir las cárceles en centros productivos", explica el director del Inpec, Ricardo Cifuentes.

La población de personas privadas de libertad en los 141 establecimientos que administra el Inpec son de bajo nivel académico. Del total de 68.000 presos, 46,65 por ciento han cursado algún grado de educación básica primaria y 33,16 por ciento tienen algún grado de básica secundaria y media vocacional. En los extremos están los analfabetas, que representan el 7,61 por ciento y los profesionales, que apenas llegan al 0,95 por ciento. Por lo tanto ofrecer educación se ha convertido en una prioridad para que el impacto de la vida en la cárcel no sea negativo.

Los reclusos pueden cursar la primaria y el bachillerato, presentar la prueba del Icfes, validar la secundaria, y seguir programas de educación superior a distancia, como lo hizo Gilberto Rodríguez Orejuela con la licenciatura en filosofía de la Unad. En estos casos los reclusos reciben por correo todas las clases y directrices de sus monitores. En total hay 100 reclusos en programas de educación superior. Este año se han graduado 12 como promotores de salud de la Universidad Tecnológica de Pereira. Los más avanzados académicamente les dan clases a los de menor nivel educativo.

No es que los presos tengan el espíritu académico exaltado. Lo hacen por interés pues por cada dos días de estudio hay dos de redención de pena. Eso explica por qué los más aplicados son los condenados. Hay una motivación adicional y es la evaluación final, que depende de la asistencia a este tipo de programas. Aun así muchos prefieren quedarse echando globos en los patios.

A los sindicados se les ve con mucha menos frecuencia en las aulas de clase debido a que son una población flotante que se encuentra en un limbo, a la espera de su sentencia. "Aunque pueden pasar ocho años en una cárcel no logran hacer planes a largo plazo", dice Rosa Mercedes Rojas, coordinadora de los programas de educación, deportes y cultura del Inpec.

Una gran mayoría, por lo tanto, prefiere los cursos de capacitación y la educación informal. Según las estadísticas del Inpec, a septiembre de este año 11.000 prisioneros habían asistido a talleres, conferencias y seminarios sobre distintos temas. Según la sicóloga González, la mayoría es gente muy pobre que quiere entrenarse en una actividad para luego dedicarse a trabajar.

Dentro de la prisión hay una red de apoyo para ofrecer programas de educación no formal y actividades laborales sostenibles que les den un sustento a los reclusos. Ellos no manejan dinero pero tienen cuentas de ahorro en las que se les consignan las ganancias de sus ventas, con las cuales pueden comprar material o alimentos en la misma prisión.

En La Modelo, por ejemplo, algunos reclusos asisten a 'Cine al Patio', un programa establecido por estudiantes de la Universidad Nacional para enseñarles apreciación del séptimo arte. En La Picota, este mismo programa ha propiciado que los reos se lancen como guionistas. Otros se encuentran en clases de música y en otro sector se observa a unos reclusos reciclando plástico y envases de gaseosa, una actividad autosostenible. En el ala sur otros están entregados al crochet. Este trabajo manual se inició hace un año. María Victoria Millán, una profesora de manualidades, no sabía qué hacer con ellos cuando el convenio con el Sena terminó. Un día llegó con dos agujas y les preguntó: "¿No les gustará tejer?". Dos de ellos contestaron afirmativamente. Al principio fue difícil. "Es complicado poner a tejer a un sicario, dice Nery Vargas, otra de la instructoras, por el problema de la virilidad. Creen que es oficio de mujeres". Pero la actividad ha sido un éxito entre los hombres y hoy en toda la cárcel La Modelo hay más de 600 reclusos tejiendo a mano gorros, bolsos y sacos para bebé. Tienen un instructor indígena que les enseña la técnica wayuu, con la que esperan hacer chinchorros y mochilas. En la cárcel de Santa Rosa de Cabal también los hombres están realizando bordados; en Popayán hacen pupitres; los de La Picota fabrican juegos de alcoba y los internos del Líbano tienen fama por las artesanías y porcelanas que producen. Los collares que lucieron las reinas este año en Cartagena fueron realizados por internas en la cárcel de Bucaramanga. "Es una forma de sobrevivir al encierro. No tenemos nada qué hacer y esto nos ayuda a no pensar en cosas malas", dice uno de los reclusos.

Y tiene razón. Desde que se establecieron estos programas y se incrementó la disciplina en las cárceles, en Colombia estos lugares han dejado de ser ese terreno revoltoso de hace un tiempo, en donde los reclusos andaban con celulares y pistolas. "Hace cuatro años uno se levantaba preguntándose en cuál de ellas habría habido un motín", dice González. Hoy, para ella los presos son muy juiciosos.

El tipo de crimen no incide en la participación en estos programas. No obstante, los homicidas tienden a ser los más dedicados para el estudio y el trabajo debido a que con estas actividades pueden reducir su condena, pero también porque con ellos es mucho más fácil trabajar un proyecto de vida a largo plazo. Es el caso de alias 'El Bochas', sindicado del asesinato de Jaime Garzón, quien terminó el bachillerato, presentó el Icfes, hizo un diplomado de promoción en salud y dejó la droga, todo tras las rejas.

No hay forma de saber si el proyecto de reeducación ha surtido efecto puesto que no se hace seguimiento una vez salen. "La manera de comprobar que funcionó es que no vuelvan", dice González. Por lo general quienes pagan toda una condena y terminan el tratamiento penitenciario no lo hacen. En cambio, los sindicados entran y salen con más frecuencia de las penitenciarías. Según César Vanegas, evaluador de proyectos del Inpec, tienen historias de condenados que gracias a lo aprendido en la prisión establecen su microempresa al recuperar su libertad. "La cárcel les cambió la vida", dice.

Cada interno es un universo y necesita atención personalizada. Hoy, sin embargo, esto es difícil por falta de recursos y personal. Además, cada día las cárceles están más hacinadas. El cálculo es que todos los meses llegan 900 reclusos. Por eso Vanegas considera que aún hay mucho por hacer para que los internos puedan encontrar en la cárcel un proyecto de vida alejado de la delincuencia y el crimen.