SABE LA ULTIMA?

Los sicólogos han llegado a la conclusión de que la chismografía ayuda a mantener la salud mental.

24 de septiembre de 1990


Cuál es el chisme? Todos quieren saber. Ni los más rigurosos y estrictos temperamentos logran evitar voltear a mirar a ese corrillo de la esquina que tiene toda la apariencia de estar amasando un chisme. Tampoco puede nadie evitar que se le detenga la respiración cuando alguien se acerca al oído y dice: "Sabe la última?" La chismografía, tan vieja como la humanidad, ha sido siempre una especie de correo informal -un fax verbal- que a medida que avanza en su recorrido crea un mundo fantasioso e irreal el de los inventores y reproductores de chismes. La contraparle de estos, son el resto de los mortales que siempre están dispuestos a participar de ese excitante corredor íntimo que representa invadir la vida privada ajena.

Curiosamente y sin excepción, todo el mundo se precia de no ser chismoso Pero sería difícil encontrar a un solo ser humano, hombre o mujer, que no entre en éxtasis cuando oye un chisme entra en acción. En general, no se salva nadie. Desde las más intrincadas peleas familiares hasta las más peligrosas intrigas estatales, están siempre tejidas por manos expertas en hilar rumores.
Sin mencionar las vidas privadas de las personalidades -jefes de estado, gobernantes, empresarios, artistas, jet set - que se han convertido en esta última década en el "trompo de poner", tanto en las conversaciones privadas como en los medios de comunicación.

Pero aunque hay quienes llegan a convertirse en profesionales del "oficio", chismosear es una actividad que se da de forma natural en todas las personas, así existan muchos que inflen el pecho indignados cuando se habla de terceros chismosos.

La variedad de formas que puede tomar una confidencia es tan voluminosa como personas existen sobre el planeta. Sin embargo, hay algunas muy comunes y reconocibles. El que intimida "Yo sé algo que usted no sabe" . El que manipula: " Le voy a contar esto sólo porque creo que a usted le conviene saberlo". O el que echa mano de recursos dramáticos: " No me va a creer lo que le voy a contar". Pero en general el portador del chisme se siente poderoso sobre los demás y estira o suelta la cuerda de la curiosidad humana a su antojo. Puesto que chismosear, a pesar de ser una actividad de aplicación común, es socialmente criticada; hay quienes encuentran la forma de verter en el receptor del chisme la responsabilidad sobre los posibles efectos de su lengua suelta "Prométame que no lo repite" es una forma muy común de lavarse las manos frente a una infidencia. Hay, claro, variaciones más agresivas de esta misma salida: "Usted es capaz de guardar un secreto?"". No fallan tampoco los que se anticipan y dejan sembrado el sentido de culpabilidad en el otro:"Se lo cuento, pero yo prometí no contar". Finalmente, existen los que de una vez se hacen los locos: " ¿Por qué no me dijo que no lo podía contar?"
El caso es que aunque criticada por muchos y utilizada por todos, los científicos han llegado a la conclusión de que tan milenaria práctica tiene una explicación sicológica. Todas las personas tienen la necesidad de que su manera de pensar, sus sentimientos y su punto de vista sobre el mundo, obtengan aval de sus semejantes. Si bien hay muchas maneras más "serias" y altruistas de conseguirlo, parece ser que la mayoría de la humanidad se ha ido siempre por el camino corto. El chisme -ese momento en, que se comparte con alguien una información supuestamente única- le da a la gente la sensación de pertenecer a algo más grande que su simple y solitario ser. Chismosear da, según los sicólogos sentido de pertenencia a algo, razón que quizás explique porqué es una práctica tan antigua como los dinosaurios.

Esta teoría, naturalmente, justifica tanto la chismografía como afirmar que la lepra, por ser una enfermedad de vieja data, es aceptable. El lado oscuro de esta hiperactividad verbal, es una larga e histórica lista de confusiones, injusticias, frustraciones, dolores y hasta tragedias sufridas por la gente, por cuenta de un chisme que se ignoró o que no se pudo atajar a tiempo. Existe un cuento inédito de Gabriel García Márquez Presagio -cuyo tema demuestra no sólo la velocidad que puede alcanzar un rumor sino las nefastas consecuenciae que en ocasiones produce. La esposa del boticario del pueblo amanece un día convencida de que "en este pueblo va a pasar algo". Se lo cuenta a un familiar quien en el momento de comprar carne en la carnicería, decide llevar más de la acostumbrada dado que "en este pueblo va a pasar algo". Con la carnicería como epicentro de información, el rumor corre por las calles hasta que todos los habitantes del lugar empiezan a ver anormalidades en los más cotidianos sucesos. Lo que en un comienzo fue tan sólo un rumor, se convierte en paranoya colectiva hasta que la gente desesperada termina prendiendole fuego al pueblo. Cuando no quedan sino cenizas, la esposa del boticario, dueña del presagio y gestora del rumor, confirma:
"Yo lo dije. En este pueblo iba a pasar algo".
Aunque a casi todas las profesiones el chisme las toca de alguna manera, el periodismo tiene que lidiar con ellos todos los días. En él, sin embargo, está amparado en nombres que buscan despojarlo de sus matices de costurero para darles categoría. Se les llama "rumor" o información confidencial, moda que ha hecho su agosto de casi todos los medios de comunicación. Como siempre, a veces tiende a llevarse a extremos.
Para no ir muy lejos, baste traer a colación la grotesca exhibición de vidas íntimas de personalidades españolas que han inundado las publicaciones de ese país en los últimos años.

Pero aunque los resultados de una chismografía alborotada no siempre son positivos o sanos, los especialistas aseguran que alivia tensiones sicológicas. Los usuarios, por su parte, saben que otorga beneficios prácticos: el primero de ellos es que brinda información. Hay quienes van más lejos y aseguran que sin los chismes no existiría la historia, lo cual es una manera de afirmar que las personas somos pequeños depositarios de mucha información - enciclopedias vivientes - cuyo deber es pasarla de generación en generación. Son versiones.

Lo cierto es que los sicólgos han comprobado que el acto de transferir o recibir información confidencial, permite a las personas expresar sentimientos consciente o inconscientes, reafirmar sus creencias y crear alianzas con sus semejantes. Cosa que tiende a mantener un cierto equilibrio mental de la humanidad. Contarse cosas ha sido la forma por excelencia elegida por los humanos para entablar contacto social.

Claro que también el chisme es frecuentemente utilizado con fines bastante menos "sociológicos". Una historia inventada, transformada o agregada, ha servido a los envidiosos, a los iracundos y a los malvados como una eficaz herramienta para destruir prójimo.
Sin intenciones tan malevolas y cuando sirve para disculpar o explicar fracasos, el chismorreo se convierte en un recurso para los oprimidos. Nada como hablar de los poderosos. El intercambio de opiniones sobre los seres inalcanzables promueve un sentido de igualdad entre los que están en el poder, o en la mira del interés público, y su audiencia.
O sea, todos los demás.

En cualquier caso, aunque la chismografía y sus derivados tienen toda clase de defensores y detractores, el hecho es que todo ser humano en algún momento de su vida ha sentido un fresco correr por dentro cuando se cree dueño de un dato que nadie más tiene y, sin lugar a dudas, alguna vez ha sucumbido a la tentación de contarlo. Aunque la chismografía como oficio tiene muchos más contras que pros, cualquier persona honesta tiene que aceptar que en el momento de decidir, no se sabe qué es más rico: ser el único portador del último chisme o ser el primero en escucharlo.--