SHERLOCK HOLMES EN LA SOPA

El espionaje, antes reservado a asuntos de alto turmequé se ha convertido en pan de cada día

27 de mayo de 1985

Micrófonos ocultos bajo una mesa, teléfonos intervenidos, rayos que atraviesan ventanas y captan conversaciones privadas, aparatos que permiten detectar las claves de utilización de una línea de télex o de un computador, todo un lenguaje digno más bien de "Misión Imposible" o de las películas de James Bond, que hasta hace muy poco nadie se hubiera atrevido a asimilar a la vida cotidiana.
Pero lo cierto es que tanto en los Estados Unidos y Europa, como en Latinoamérica, incluida Colombia, el espionaje está hoy a la orden del día. En Estados Unidos, desde los años de la guerra del Vietnam y luego, con el estallido del escándalo de Watergate. En Europa, con el descubrimiento reciente de que desde los télex de la embajada soviética en París se enviaban mensajes en clave a Moscú que revelaban todos los secretos de la diplomacia francesa. O con el desmantelamiento en España de una red de espionaje utilizada por la embajada de los Estados Unidos para hacer se a los secretos de la política nacional e internacional del gobierno socialista de Felipe González. Y aquí en Colombia, con la revelación a principios del año pasado de que el teléfono privado del entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara, había sido intervenido.
Sin embargo, esto es sólo lo que trasciende a la prensa. Casi siempre, casos de espionaje político. Además de ellos, se conocen día a día nuevos episodios de espionaje industrial, muy de moda en los países desarrollados donde las grandes empresas se roban unas a otras los más valiosos secretos sobre sus investigaciones, descubrimientos o estrategias de mercado. Finalmente, están los casos de espionaje familiar y sentimental que, en Colombia, al decir de especialistas consultados por SEMANA, son mucho más frecuentes de lo que se pudiera creer y van desde el marido celoso hasta los padres preocupados por que sus hijos estén dedicados a consumir alguna droga.
El caso europeo
En el Viejo Continente, la cuestión del espionaje aparece hoy con más frecuencia en las noticias de los periódicos que en las series de ficción de la televisión. En los últimos años, las revistas españolas, por ejemplo, han dedicado varias portadas al tema de "las escuchas", que se comenzó a tratar cuando el gobierno de Felipe González llegó al poder y descubrió los modernos equipos que utilizaban los organismos de seguridad para enterarse de los más mínimos detalles de la vida de políticos, profesionales, empresarios y periodistas.
En Francia, la revista Le Nouvel Observateur dedica, en su último número, dos de sus páginas para analizar las nuevas modalidades del espionaje. Anota el prestigioso semanario que los micrófonos ocultos ya no son hoy en día fenómeno exclusivo de las embajadas. Por doquier, agrega, proliferan las firmas dedicadas a proteger del espionaje electrónico a las grandes empresas e industrias.
Se puede, por ejemplo, enviar un rayo laser para que rebote en una ventana y, con base en el análisis de las vibraciones del vidrio, reproducir escuchar la conversación que se esté llevando a cabo dentro de la habitación. Esto puede hacerse incluso a varios kilómetros y, según un especialista, "al no producirse intrusión alguna, la ley no puede evitarlo ni penalizarlo". Dice la revista que en lo países europeos se conocen hoy por lo menos cuatro empresas dedicadas exclusivamente a fabricar a pedido del cliente interruptores de pared toma corrientes y otros implementos dotados de un minúsculo micrófono que pueden ser colocados en el luga deseado, en reemplazo de la pieza original. Basta para ello con el pago de un pequeño "estímulo económico", cualquier trabajador que vaya a revisar las instalaciones eléctricas y que de paso, puede cambiar la pieza.
Como si esto fuera poco, la revista revela la existencia de otros sistema más sofisticados, como uno recientemente descubierto en Holanda. Se trata de una antena y una "caja negra" que permiten leer a cientos de metros de distancia, sobre un televisor común y corriente, la información confidencial que aparece en una pantalla de computador alimentado con claves secretas. O sea que ni siquiera la informática y sus archivos cifrada pueden resistir el embate del espionaje. Sus códigos secretos corren el riesgo de ser copiados desde una camioneta parqueada en la acera de enfrente.
Pero no siempre resulta necesario desplegar una moderna tecnología para llevar a cabo un trabajito de espionaje. Recientemente, una de las firmas privadas de "contraespionaje", a pedido de una poderosa compañía de corredores de bolsa de París, inició una investigación en las oficinas de ésta, pues sus directivos estaban convencidos de que el fracaso de algunas negociaciones sólo podía deberse a la labor de un espía. Tras desmantelar las oficinas en busca de micrófonos o detectores, los "contraespías" descubrieron la existencia de una vieja chimenea olvidada después de la remodelación del edificio. En su parte superior, encontraron las huellas de unas ventosas de caucho que habían sostenido al espía bajo el cielo raso y que le habían permitido asistir, sin ser invitado, a las más secretas sesiones de los ejecutivos de la compañía.
¿Cómo luchar contra esta ofensiva de los violadores de los secretos y de la privacidad? La cosa no es fácil. En primer lugar, hay que invertir mucha plata. Instalar recubrimientos de cobre, impermeables a las ondas hertzianas, alrededor de las zonas más sensibles. Inventar lenguajes en clave, incluso para las sesiones de una junta directiva. Y, sobre todo, ponerse en el lugar del eventual espía e imaginar que haría en su posición si tratara de obtener determinada información. Esto sin duda es una buena ayuda, pero no garantiza la privacidad absoluta.
Espías criollos
Como sucedió con el hielo, los carros y la televisión, el espionaje se demoró en llegar a Colombia. Pero aquí está y, para sorpresa de muchos, aparece a distintos niveles. A raíz de la intervención del teléfono de Lara Bonilla, vino a descubrirse que en el país interceptar un teléfono es más fácil que viajar a San Andrés un fin de semana. O al menos, resulta más barato.
Enrique Orejuela, propietario de la firma Conextelco, ubicada en Bogotá, decía a SEMANA que "esta operación de intercepción puede costar entre 12 y 15 mil pesos". Se trata de un sistema sencillo que consiste, en primer lugar, en abrir una caja de teléfonos, de esas anaranjadas que están en las esquinas de cualquier barrio, y ubicar en ella el teléfono que se desea intervenir. Luego, se tiende un puente entre la línea a intervenir y aquella desde la cual se va a escuchar. El teléfono utilizado para escuchar sonará cuando se produzca una comunicación entre el intervenido y otro teléfono. Bastará entonces con levantar el auricular y, si es necesario, grabar la conversación. Este sistema fue utilizado, por ejemplo, en las intervenciones de los teléfonos de las oficinas de Roberto Soto, que se supone permitieron inculparlo a él y a otras personas en el caso de los 13.5 millones de dólares. También es muy común que las familias de los secuestrados intercepten sus propios teléfonos y graben las conversaciones con los captores.
Esto puede hacerse legalmente con una orden judicial y con la colaboración de la empresa de teléfonos. Pero en otros casos, como en el del ministro Lara, la operación no requirió precisamente de estos trámites. Se sabe que en las grandes licitaciones públicas, el sistema es utilizado por las empresas en competencia para conocer detalles de las propuestas que se van a presentar. Los medios de comunicación, por su parte, se quejan constantemente de que en esta época de entrevistas y citas con la guerrilla, las fuerzas de seguridad interceptan sus líneas telefónicas.
Todo esto es, claro está ilegal, pero sancionarlo resulta tan difícil como probarlo. El artículo 288 del Código Penal, introducido en 1980, asimila tal operación a la violación de correspondencia y la considera una "violación ilícita de comunicaciones privadas".
Menos ilegal es, al parecer, el espionaje familiar o sentimental, que se hace dentro de una residencia, cuando un marido celoso desea conocer los secretos de su esposa, o cuando los padres están interesados en detectar si uno de sus hijos consume droga. Para ello se utilizan aparatos de grabación adaptados a los teléfonos, cuyo costo oscila entre los 10 y los 20 mil pesos.
La cosa se ha vuelto tan común, a juzgar por la proliferación de empresas dedicadas a la venta de equipo para interceptar conversaciones telefónicas, que ha surgido un negocio paralelo que consiste en la venta de los llamados "censores de línea". Estos aparatos se conectan al teléfono susceptible de ser intervenido y, por medio de un bombillito que se prende se apaga, permiten establecer si la llamada está siendo interceptada. Otros equipos van más allá y sirven para distorsionar las voces de los interlocutores, impidiendo al espía escuchar con claridad. El "censor de línea" otros aparatos similares pueden adquirirse por cerca de 20 mil pesos y si usted es periodista, político, corredor de bolsa, juez o empresario, es bueno que vaya pensando en instalar uno en su teléfono.--