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Una máquina para suicidios enciende polémica en los Estados Unidos

9 de julio de 1990

El doctor Jack Kevorkian, un patólogo retirado que vive en el pueblecito de Holly, al norte de Detroit, Estados Unidos, acaba de desatar una tormenta en el mundo de la medicina. El viejo doctor facilitó la muerte de Janet A&, una mujer de 54 años a la que se había diagnosticado la enfermedad de Alzheimer, un mal degenerativo que lleva a las personas, tras largos años de sufrimiento, a la condición de vegetales.

El doctor Kevakian había diseñado a fines del año pasado un artefacto con el cual la persona enferma que quisiera poner fin a sus días podría manipular las palancas de su propia muerte. Los recuentos del deceso de la señora Adkins lo describen con detalle: Según el propio facultativo, único testigo del episodio, primero insertó en el brazo de la paciente un tubo intravenoso por el cual comenzó a administrarle una solución salina En ese momento la propia señora Adkins presionó un botón que detuvo el flujo de solución salina y lo reemplazó por tiopental, que causa inconsciencia. Un minuto más tarde, la propia máquina cambió de nuevo las soluciones, para dar paso al cloruro de potasio, que produjo un paro cardiaco que causó la muerte en cuestión de minutos.
El propio doctor Kevorkian dio aviso inmediato a la policía, y de paso encendió la controversia. La señora estaba, según el médico, en perfecta conciencia, acompañada de su marido y de su mejor amiga, cuando convinieron el procedimiento por seguir. Y cuando entraba en la inconsciencia previa a la muerte, la señora le dio en repetidas ocasiones las gracias.

Kevorkian, que no ha sido encarcelado, expresó en una entrevista que "sé que todo el mundo me va a caer encima por esto. Pero mi objetivo es en últimas hacer de la eutanasia una experiencia positiva. Estoy tratando de hacer caer a la profesión médica en la cuenta de que tiene que aceptar sus resposabilidades, y esas responsabilidades incluyen asistir a sus pacientes para morir" .

Muchos expertos en ética médica piensan que existe un límite que separa la práctica de retirar los aparatos que mantienen una vida, por un lado, de la de administrarle al paciente un medio para terminar su vida, por el otro.

Esa linea, al menos en Estados Unidos, se ve atravesada casi a diario por médicos que dan a sus pacientes terminales los medicamentos que, administrados por ellos mismos en dosis elevadas, son capaces de matarlos. Pero la máquina del doctor Kevorkian, en palabras de Rose Gasner, directora legal de la Sociedad por el derecho a morir, "atraviesa todos los límites" .

Judith Ross, profesora de ética médica en la Universidad de California, en Los Angeles, pareció resumir la posición de muchos colegas cuando dijo que "matar pacientes no es una buena actividad para los médicos. Aun si la sociedad quisiera la eutanasia, algo que no está comprobado, la debería administrar alguien diferente a los galenos. Porque si ellos lo hacen, estarían enviando el siguiente mensaje problemático a sus pacientes: "¿Sabe usted en qué está su médico?". Sin contar con las implicaciones religiosas de la eutanasia, son múltiples los inconvenientes legales y morales que enfrenta la tesis de Kevorkian. En espera de que se resuelva si se le acusará de asesinato, el médico se reafirma: "Yo creo en una alternativa dignificante e indolora para quienes no quieren sufrir una enfermedad incurable y penosa". Su único remordimiento: que la señora permaneció demasiadas horas en el sitio de la muerte y, por tanto, ninguno de sus órganos pudo ser usado para trasplantes.-