El trabajo es -en palabras de la OIT- toda “actividad humana que genera valor” y que, en un contexto social y económico, tiende a resolver necesidades o requerimientos individuales o colectivos de la sociedad. Es, entonces, un vehículo de integración y de interacción social. Participamos y nos integramos en la sociedad a través de lo que creamos, aportamos, producimos y difundimos.

De allí que muchos doctrinantes actuales vean en el trabajo una ciudadanía social que es el pasaporte para acceder a todos los circuitos económicos y sociales. Por eso, también, el desempleo o la ausencia de trabajo suele ser una tragedia personal y familiar, al tiempo que es un asunto de orden público.

Tras el día cívico decretado por el presidente de la república de Colombia, Instituciones como la Alcaldía Municipal, Gobernación del Valle y demás entes gubernamentales operan con normal tranquilidad, prestando sus servicios y haciendo caso omiso a este decreto nacional. | Foto: El País

Ahora bien, cuando una autoridad administrativa de cualquier orden decreta un “día cívico” o se crea un día feriado o festivo, la consecuencia es precisamente no trabajar (o invitar a no hacerlo), pero, eso sí, sin desmerecer o rechazar la remuneración de ese día. Incluso el día del trabajo se celebra no trabajando.

Esta aparente incoherencia pone de presente una necesaria reflexión: ¿lo que se necesita para garantizar un festejo, una reflexión o una conmemoración es tiempo libre o remuneración, o ambos? ¿tendría el mismo efecto que en una festividad o día cívico se promueva el no trabajo bajo el supuesto de una ausencia de remuneración?

Desde luego que no. Hay cierta rebeldía, algo de paternalismo y mucho de cinismo en las jornadas forzosas de reflexión invitando a no trabajar, por cualquier causa. Es promover no trabajar, no producir, no aportar, no hacer, pero no dejar de cobrar. Sobre todo cuando el que paga la nómina pública o privada es precisamente es otro.

A este efecto hay que recordar que la Constitución colombiana entrona el trabajo con una cuádruple dimensión que explica la importancia que tiene para la conformación de nuestra sociedad: el trabajo es, al mismo tiempo, un valor constitucional fundante de la sociedad, un principio constitucional pilar axiológico de la Constitución, un derecho constitucional fundamental y un deber social y comunitario. Una quinta dimensión que puede ser agregada es, precisamente, el poder del trabajo como un vehículo de integración social.

Carlos Fernando Galán, alcalde de Bogotá, no respaldó el día cívico del que habló el presidente Gustavo Petro | Foto: Cortesía Alcaldía de Bogotá

En este sentido, invitar a no trabajar para reflexionar (sin dejar de cobrar el salario) es un acto de desprecio por el trabajo y de descrédito por su valor. Menos aún si es un viernes y coincide maliciosamente con evento histórico de contenido político y el natalicio de un líder de formas populistas. Si una jornada de reflexión verdaderamente quiere llamar la atención de los llamados a repensar, debería partir de la base de sembrar la curiosidad y atraer el interés de formas más efectivas.

Los grandes acontecimientos en la historia de la nación (y del mundo) que cambiaron el curso de las cosas no se produjeron precisamente dejando de trabajar (distinto a un estado de huelga, por supuesto). Todo lo contrario, la gente se puso “manos a la obra”.

El desprecio por el trabajo tiene mucho de cultural que hay que desaprender y superar, comenzando por todas las manifestaciones folclóricas en el arte, la música y la literatura que hicieron creer (y sentir) a millones que realmente el trabajo es “un enemigo” que se le debe “dejar al buey” porque “el trabajo lo hizo Dios como un castigo”. El verdadero castigo para una sociedad es despreciar su valor.

Carlos Arturo Barco Alzate

Socio Director de Litigios y Formación

Álvarez Liévano Laserna