Antes de que su nombre se asociara a la primera dama, Mauricio Vélez ya era uno de los fotógrafos más reconocidos del país, con una carrera consolidada en el arte, la moda, y ahora, con su llegada a Palacio, también en la política. Su estilo reservado convirtió su presencia en un punto de intriga dentro del poder.

Pero su historia no nació ahí, sino en una biblioteca familiar del Eje Cafetero, cuando un adolescente inquieto encontró una cámara e hizo por casualidad las fotos de un vecino que soñaba con ser modelo y descubrió que había nacido para mirar el mundo a través del lente. “Nunca he dejado de ser el mismo”, aseguró.

Entonces todo ocurrió a una velocidad casi improbable. A los 14 años ya trabajaba en un estudio en Medellín; a los 15, fotografiaba para El Mundo, y a los 30 días de ejercer ya tenía una portada en Aló. Lo que otros estudiaban durante años, él lo aprendió instintivamente: luz, ritmo, mirada.

Mauricio Vélez, fotógrafo colombiano | Foto: Mauricio Vélez

Entre Pablo Ramírez y Jaime Andrés Orozco se formó con disciplina, mientras Mario Testino y Sebastião Salgado le revelaban que la belleza podía ser sofisticación y humanidad. De esa mezcla nació su sello: imágenes que no solo buscan el rostro correcto, sino el instante exacto. Para Vélez, una fotografía vale por su verdad, no por su perfección.

Su irrupción en el mundo político no fue un accidente. Retrató presidentes como Belisario Betancur y dejó huella en otras campañas. Su estilo, conceptual y emocional, abrió puertas que nunca tocó. Así llegó a la Casa de Nariño como director visual de todo el aparato estético del Gobierno. “El poder no me deslumbra: lo entiendo”, afirmó.

Dentro de Palacio prefiere no hablar de intimidades, pero sus frases dejan entrever más de lo que pretende. Al preguntarle qué miembro de la familia presidencial es más difícil de retratar, responde: “No pienso en lo difícil. Pienso en el instante verdadero”.

Fernando Botero, Artista y pintor colombiano | Foto: Mauricio Vélez

Sobre la campaña y su trabajo con Verónica Alcocer, asegura que fotografiarla fue crear carácter, no perseguirlo. Y cuando se le pregunta por su relación con ella, su respuesta es contundente: “Lo que te mantiene allí es la línea que nunca debes cruzar”. Una frase que, en el mundo del poder, significa más de lo que parece.

Su visión también transformó proyectos como el video del nuevo himno nacional y El país de la belleza, en el que buscó una Colombia más cercana y real. Y aunque muchos lo asocian con la fotografía oficial de Petro, él mismo desarma el mito: no es su impronta. Su verdadero orgullo es la Sala de Gabo, un espacio cuya permanencia habla más de su trabajo que cualquier retrato presidencial.

Al final, cuando se refiere a su legado, la figura enigmática se vuelve nítida. Sus libros –sobre el conflicto, la mujer colombiana, el vallenato, la identidad de un país que aún recorre– son su verdadero archivo. “Aspiro a que se queden en alguna biblioteca. Ese será mi rastro”, aseguró.

Y así, entre poder y silencio, Mauricio Vélez aparece completo: un artista que llegó a lo más alto sin buscarlo y que espera ser recordado no solo por las personas que fotografió, sino por cómo aprendió a mirar Colombia..