Crecer en una empresa familiar es crecer rodeada de mapas trazados por la tradición y de reglas que parecen inamovibles. Más aún cuando el negocio se rige por leyes que marcan cada palabra y cada procedimiento. En mi caso, todo estaba escrito, regulado y validado por el fundador y por los abogados que hicieron las cosas “como siempre se han hecho”. Y había una razón poderosa detrás: él las hizo bien. Por algo llevamos más de 40 años vigentes.

Ese respeto por la historia nunca ha estado en duda. Pero también entendí algo esencial: la tradición sin evolución se convierte en inercia, y la inercia mata la competitividad. ¿Qué ocurre cuando alguien decide cambiar el guion? Las miradas pesan; los interrogantes, más.

Así comencé a introducir cambios en un mundo que funcionaba en blanco y negro. En mi empresa, el marketing parecía redactado por abogados: cada frase debía sonar “legalmente correcta”. Pero la gente común no habla en términos jurídicos; habla en emociones, experiencias y soluciones. Y entonces llegué yo, con ideas llenas de color y la convicción de que conectar es más poderoso que recitar tecnicismos.

Un día me enamoré de un león como símbolo para una aplicación. Para mí, representaba fuerza, liderazgo y conexión. Para otros, era una locura. “Esas no son las palabras reales”, me dijo mi padre. “Legalmente se dice diferente”. Pero insistí: la gente no conecta con leyes, conecta con historias.

Cada propuesta era un examen final. Cada reunión, un ejercicio de argumentación para evitar que me borraran los colores. Las miradas que dudaban se convirtieron en combustible para explicar, convencer y demostrar que la innovación no es un capricho, sino una estrategia. Que hablar el idioma del cliente no es falta de rigor, sino un acto de empatía.

Lo que empezó como ideas “locas” hoy son proyectos que brillan. La aplicación con el león no solo rompió el molde, sino que abrió un camino para que la empresa dejara de hablar como un código legal y empezara a comunicarse como una marca cercana, humana y confiable.

Innovar en una empresa familiar nunca es fácil. Pero vale la pena. Porque la tradición hay que honrarla, sí, pero también hay que proyectarla hacia el futuro. Disrumpir no es destruir; es transformar con propósito. Es demostrar que la diversidad de ideas potencia y que la valentía de cuestionar lo establecido abre rutas nuevas.

Hoy, cada mirada que dudó hace parte de la historia que cuenta cómo una empresa tradicional comenzó su camino para convertirse en referente de innovación en su industria. Sí, a veces me miran raro. Pero es porque no estoy repitiendo la historia: la estoy escribiendo. Y lo hago con convicción, con propósito y con datos. Porque cuando una empresa familiar evoluciona, no solo cambia su presente: acelera el futuro de toda una industria.

Nathalia López Bernal, vicepresidenta de VML Holding