¿Sabías que, para ver a Bad Bunny en Medellín, las entradas iban desde 177.000 pesos en gradería sur hasta 2.656.000 en palcos platino? Llama la atención cuánto estamos dispuestos a pagar por unas horas de emoción… mientras descuidamos lo que realmente nos acompaña cada día.

Solo en Bogotá, de acuerdo con la Secretaría de Desarrollo Económico, conciertos, festivales y competencias deportivas generaron en 2024 un impacto económico de $328 mil millones. Con razón: son experiencias que nos emocionan y nos dejan memorias imborrables. Sin embargo, vale la pena preguntarnos: ¿estamos valorando de la misma manera nuestros propios espacios?

Así como invertimos en momentos que nos marcan -que está muy bien hacerlo-, también deberíamos hacerlo en los lugares donde vivimos y en productos que cumplen funciones esenciales durante años. Hablo de los bienes durables, opuestos a los de consumo inmediato, como alimentos o cosméticos.

La pionera de la arquitectura Ray Eames decía. “Lo funcional es mejor que lo bello, porque lo que funciona bien, permanece en el tiempo”. Pensemos, por ejemplo, en el piso de la casa: un suelo de alta calidad puede parecer más costoso al principio, pero resiste el paso del tiempo, el tráfico diario e incluso las remodelaciones. Con el mantenimiento adecuado, será la base del hogar por décadas, evitando gastos de reemplazo.

Otros bienes durables son la lámpara que ilumina nuestras noches de lectura, el espejo frente al cual nos vemos cada mañana o el mueble que guarda recuerdos y fotografías de toda una vida. La esencia de estos objetos está en su calidad, su diseño pensado para optimizar recursos y su capacidad de reutilización, acompañada de repuestos y garantías que prolonguen su vida útil.

En ellos se combina lo mejor de antes -la resistencia y durabilidad- con lo mejor de ahora: tecnología, diseño y sostenibilidad. Porque hoy, más familias que antes tienen la posibilidad de acceder a este tipo de inversiones para sus hogares.

Por eso, hago un llamado a valorar lo que realmente importa. Sin dejar de lado la importancia de un buen rato de esparcimiento, debemos darle el mismo peso a lo que permanece. Optar por lo durable no es solo adquirir un objeto: es una apuesta por el futuro, por productos que cumplan los más altos estándares, nos sirvan por años y además protejan al planeta.

La sostenibilidad y la innovación deben estar presentes en cada decisión. Un lavamanos ahorrador, por ejemplo, no solo cumple su función, también cuida el agua, un recurso vital. Esa es la verdadera esencia del bien durable: combinar estética, funcionalidad y responsabilidad ambiental.

En últimas, los bienes durables no son un gasto: son una inversión en confort, ahorro y sostenibilidad. Construyen patrimonio, generan bienestar y dejan un legado. Porque lo que realmente marca la diferencia no es lo que dura unas horas, sino lo que permanece con nosotros toda la vida. Ese es, sin duda, el verdadero lujo.

María Paula Moreno, Gerente General de Almacenes Corona