José Gregorio Hernández es conocido como el Negro. Así lo llaman de cariño sus familiares, amigos y clientes. Muchos no sabían su nombre de pila hasta que empezó a aparecer en las noticias. El motivo de su obligada fama es que se convirtió en uno de los protagonistas de una sorprendente y emotiva historia cuando descubrió, casi cuatro años después, que su hija había sido cambiada en el momento de nacer.

La situación, digna de enmarcar entre la mejor de las colecciones maravillosas del Caribe, tiene tres escenarios centrales: Santo Tomás, el pueblo del Atlántico donde vive el Negro; el Hospital Niño Jesús de Barranquilla, donde ocurrió el cambio; y Chimichagua, un municipio del Cesar del que poco se habla, pero al que se suele hacer referencia gracias a un verso de una popular canción con una piragua navegante. Y, además, tiene a José Gregorio como el hilo que se ha encargado de tejer las costuras que conducen a tratar de saber qué fue lo que de verdad pasó y por qué las niñas terminaron en familias equivocadas, con las que no tenían relación biológica.

Todo empezó el 21 de marzo de 2016, cuando Norelis Patricia Truyol llegó para dar a luz a su bebé. José Gregorio dice que, aunque hizo todo lo posible para llegar, no alcanzó a estar en el hospital a la hora exacta en que nació su hija. No obstante, ese día la mujer no le comentó de ninguna situación extraña, por lo que, a las pocas horas, con parte médico se marcharon a casa.

La pequeña fue concebida dentro de una relación del Negro con Norelis, y aunque no eran pareja estable, José asumió toda su responsabilidad durante el embarazo y luego en el nacimiento. Los dos primeros años, como suele ocurrir, ni José ni nadie en la familia notaron nada extraño en la niña. Pero con el paso de los días, cuando los rasgos de la pequeña Sofía* empezaron a definirse, el Negro comenzó a sentir inquietud, cada vez veía la piel de la pequeña mucho más blanca y las facciones de su rostro no encajaban con el de sus otras tres hijas, ni con los de la familia materna. La duda lo atormentaba cada cierta hora y le daba vueltas en la cabeza, se angustiaba, pero el amor cultivado con la bebé lo hacía desistir. “Son cosas de la naturaleza, eso puede pasar”, solía decirse para calmarse.

Hasta ese momento la conclusión ligera a la que había llegado era que podía haber sido víctima de una infidelidad de Norelis. Así que después de darle vueltas, llevó a escondidas a la niña a Barranquilla, con la excusa de comprarle unos zapatos, y le practicó una prueba de ADN. A los pocos días confirmó lo que hasta ese momento era su sospecha, Sofía no era su hija biológica. Se sintió muy triste, decepcionado y “burlado”. Con el resultado en la mano fue a encarar a su pareja, le suplicó que le dijera la verdad, que si había estado con alguien más ya no había nada que hacer, que la pequeña no tenía la culpa, que igual él la quería. Pero la respuesta que obtuvo fue la misma siempre: un no contundente.

Confundido, tratando de atar cabos y con la palabra de su pareja, el único camino que se le ocurrió fue someter a madre e hija también a una prueba. Ahí la sorpresa se agigantó, pues también salió negativa, 99,9 por ciento de incompatibilidad. Entonces el mundo de José y Norelis se quedó sin luz, no sabían cómo seguir, a quién acudir. No obstante, ella le confesó que nunca había sospechado nada, le sugirió dejar las cosas quietas, no complicarse la vida buscando de más. Estaba atemorizada, era su hija y ni un examen de laboratorio se lo iba a negar.

El intercambio de las niñas ocurrió en el Hospital Niño Jesús de Barranquilla, y aunque desde el primer momento el centro médico se mostró dispuesto a colaborar, hasta ahora no ha habido un informe público concreto de qué fue lo que pasó.

Una nueva pregunta, sin embargo, llegó a visitarlo por las noches: si esa no era su hija biológica, ¿dónde estaba la verdadera? Entonces, con las dos pruebas en mano, metió un derecho de petición al Hospital Niño Jesús para solicitar la información de todos los partos ocurridos ese 21 de marzo. La respuesta fue afirmativa y el Negro recibió el listado de los nacimientos ocurridos tanto de forma natural como por cesárea no solo ese día, sino también entre el 22 y el 26 de marzo en el centro médico de Barranquilla. Los del 21 de marzo eran siete en total. Los revisó y por puro descarte de horas y datos llegó al nombre de Ana Cecilia Cano, una mujer que había tenido también a una niña con solo 20 minutos de diferencia con Norelis Patricia.

Sin otra herramienta más que sus conocimientos generales de redes sociales, José Gregorio se sentó frente al computador. Pero, cuenta, que más tardó en teclear el nombre de la mujer en Facebook, que en confirmar que había hallado a su verdadera hija. En la foto que Ana Cecilia tenía en su perfil aparecía cargando a Sandra*. Al verla, el Negro se vio a sí mismo, su piel morena, su nariz aguileña, sus ojos grandes, la sonrisa a medio abrir. Sintió, dice, una corazonada. Decidió seguir tejiendo certezas sobre las dudas, le empezó a enviar mensajes a Ana Cecilia, pero no recibía respuesta. Luego les escribió a los familiares de ella que iba encontrando en internet. Nada, no obtenía respuesta.

Tuvo que esperar 20 días para que un tío residente en Bogotá le respondiera y le pidió que le explicara más la situación. Por ahí empezó a jalar de la madeja. Consiguió el número telefónico, hablaron, primero a Ana Cecilia le pareció un chiste que un desconocido de un pueblo del Atlántico la llamara para decirle que ella tenía a su hija y él la suya. Se reía, desconfiaba. Pero cuando le sugirió intercambiar fotos, todo cambió, la madre quedó en shock y ante las evidencias aceptó cuadrar un encuentro fuera de Chimichagua, su pueblo.

El Negro y Ana Cecilia se encontraron a finales de 2019 en Barranquilla, desde la primera vez que vio a la pequeña Sandra en persona, dice que no le quedó ninguna duda de que era su hija, para él no había necesidad de ninguna prueba, pero para estar seguros era lo mejor para todos. El resultado positivo fue solo un protocolo.

En ese momento compartieron 15 días en la casa de San Tomás, la relación, más allá de la extraña situación, fue muy cordial. Como era de esperarse, Sandra no lo recibió bien, cada vez que intentaba acercarse le huía, un día hasta le dio una bofetada. José Gregorio lo cuenta como simples anécdotas, la felicidad no se la iba a robar nadie. Desde ese momento, señala, se hizo cargo de la manutención, ya que la situación económica en Chimichagua no es la mejor. Después se la enviaron sola y la tuvo a su lado durante un mes. Se sentía cómodo con su hija, pero ahora, dice, todo parece haber cambiado.

Santo Tomás es un municipio que queda en la zona oriental del departamento del Atlántico, a unos 40 minutos en carro de Barranquilla. | Foto: SEMANA

Sobre el hospital, el Negro señala que desde el primer momento se mostró diligente a colaborar para resolver la situación, de hecho, sacó un comunicado en el que señalaba estar dispuesto a aportar lo necesario en la investigación. Pero, según él, nadie, hasta ahora, le ha dado una explicación precisa de qué pudo haber pasado, de qué falló ese 21 de marzo y que “el daño ya está hecho”. Por eso, junto con sus abogados adelanta un proceso administrativo.

Han pasado casi dos años desde aquellos días de pruebas clínicas. En un par de ocasiones las dos niñas han compartido en casa del Negro. En tono de chiste se les ha escuchado decir “somos gemelas”. Pero cada una sigue viviendo en la casa de siempre, mientras la justicia resuelve qué se debe hacer. “Mi mayor anhelo es poder ayudar y tener a las dos cerca, pero sin forzar nada, bajo acuerdos. Quiero que las dos puedan ir al colegio y que tengan una buena vida. Ese sería mi mundo ideal”, confiesa José Gregorio, quien hace fuerza para que no se le suelte un nudo de llanto que parece contener en la garganta.

Hace apenas unos días, a todos les fueron practicadas nuevas pruebas genéticas por orden del Instituto de Medicina Legal. José pasa sus jornadas entre las ocupaciones que le demandan su negocio y sus otras hijas en Santo Tomás. Sofía vive con Norelis a solo diez minutos de distancia. De Sandra tiene varios días que no sabe nada, le parece extraño el cambio de actitud de Ana Cecilia, que ahora, dice, no deja que hable con la niña. Pero reconoce que para las madres ha sido un golpe emocional muy fuerte, trata de entenderlas.

El Negro está desesperado, siente que el proceso no avanza, aspira a que todo quede definido antes de que termine el año. “Mucha gente me dice que deje eso así, a veces flaqueo, me canso, pero por el bien de todos y para no causarles un daño mayor a mis hijas es mejor llegar hasta el fondo de todo”, dice con frases entrecortadas. “Con diferentes características las dos son mis hijas, eso lo tengo claro”.

*Nombres cambiados.