Todos los días llega a su oficina en Manizales, Caldas, con una misión: observar, detallar y hablar con un gigante que nunca duerme, que le dice cómo se comporta, al que ha estudiado por años y con el cual una casualidad de la vida —o el mismo destino— reunió: él se convirtió en su ‘médico’ y ese ‘león despierto’, en su paciente.
En el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales, el geólogo John Makario Londoño ve desde su ventana el volcán; tan lejos, pero a la vez tan cerca. Escucha sus latidos, sabe cuando emite pequeñas erupciones, los equipos le avisan de la magnitud de su presencia. Lleva casi cuatro décadas vigilando su comportamiento, y hasta el día de hoy lo observa con respeto y una dosis de temor.
“Lo tengo justo aquí al frente, justo aquí lo estoy viendo. Es de respeto y admiración, porque —digamos—, la mayoría de la gente ve el volcán por fuera, pero desde que empecé a estudiarlo, lo miro por dentro. Como si fuera un cuerpo al que le hacen tomografías, tacs, y le hacen todos esos estudios… Cuando lo estudio, pienso en las entrañas de ese volcán”, cuenta Londoño, quien 40 años atrás tuvo su primer encuentro con el imponente Nevado.
El 13 de noviembre de 1985 el país despertó con una aterradora noticia: Armero, municipio del Tolima, había desaparecido. El lodo lo consumió, todo eran ruinas e incredulidad, pero para Makario esa tragedia marcó un antes y un después, cambió el sentido de su vida y ese paciente que hoy atiende le había avisado meses antes lo que iba a ocurrir.
La ira del Nevado del Ruiz golpeó el corazón de los colombianos. La boca de su cráter expulsó lava y ceniza, que se mezcló con el hielo de los glaciares del Nevado; la masa, que recorrió 50 kms, formó una avalancha de lodo y escombros que llegó hasta el pueblo que hoy recuerda lo que un día fue.
Ese evento conectó a Londoño, cuando era un joven estudiante de Geología en la Universidad de Caldas, con lo que le depararía el futuro: convertirse en el más experto y ser hoy el coordinador del Grupo de Trabajo de Investigación en Geoamenazas del Servicio Geológico Colombiano.
Sobre su espalda recae la responsabilidad más grande para el país y la vida de los colombianos: investigar y monitorear las amenazas de origen geológico. Gracias a su labor es que hoy hay advertencias, alertas, boletines y comunicados de ese paciente que cada nada envía una señal que dice: ‘sigo aquí y muy activo’, junto con otros volcanes de la geografía colombiana.
De un mapa en el suelo a una trágica avalancha
“Lo que pinté en el suelo se hizo realidad”, así describió John Makario lo que pasó cuando era estudiante de Geología y cómo, de alguna manera, ese dibujo se convirtió en el puente de conexión entre él y el volcán Nevado del Ruiz, que hasta el día de hoy sigue.
Londoño se convirtió, además de testigo del primer estudio de evaluación de riesgos para el país, en una de las voces que hoy narra el evento más trágico de un fenómeno natural que impactó a nivel nacional. Londoño participó en la elaboración del primer mapa de amenaza del volcán.
“Había una amenaza del volcán y nos invitaron a participar a seis estudiantes de la Universidad de Caldas, que íbamos en semestres avanzados, junto con unos profesores y los integrantes del Servicio Geológico de ese tiempo, que estaban haciendo el mapa. Entonces, desde el 85, antes de la erupción, desde ahí fue mi primer contacto y continúa hasta hoy con la actividad del volcán”, le dice a SEMANA mientras rememora ese instante que quedó grabado en su memoria.
Y como narra, para ese momento, si bien el volcán estaba presentando alguna actividad leve, “nadie consideraba que fuera a hacer una erupción o que se reactivara”. Para Londoño, era una experiencia sorprendente acercarse a este gigante, caminar sobre él y “verlo cuando empieza a tener toda esa reactivación, pues nosotros hacíamos rutinas de monitoreo, escuchábamos ruidos o mediamos la temperatura del agua, cosas como esas, olores, algo muy básico y muy sintiente… Me pareció un mundo nuevo para mí, muy atractivo de estudiar”.
Además de lo “impactante” que fue ese primer acercamiento y de poner en práctica lo que aprendía en la universidad, nunca se imaginó que a sus 22 años iba a dibujar con precisión en el suelo un mapa que alertaría que lo peor estaría por venir ese año.
“Las entidades, los gobiernos, los gobernantes no conocían el fenómeno”
Se hospedaba junto a sus compañeros en el hotel Termales del Ruiz y cuando recrearon ese mapa usaron pinceles para dibujar las líneas sobre la tierra, el recorrido de una posible avalancha, los puntos principales de esa trayectoria. Todo quedó ahí y se hizo realidad.
“Nos pusieron a pintar ese mapa que se iba a entregar a los medios de comunicación oficialmente el 7 de octubre. Pintamos de color rojo la zona de Armero, que era por donde bajaban los flujos de lodo, y nosotros decíamos ahí, comentando a los compañeros, que si hace erupción el Ruiz, este pueblo se desaparece, todo esto se lo lleva”.
Como si de algo premonitorio se tratara, ese mapa y ese comentario se cumplieron un mes después, cuando el ‘león’ despertó el 13 de noviembre a las 9:30 p. m.: erupcionó, llevándose por delante todo lo que encontró a su paso.“Ver que eso pasó fue como un sueño terrible. Lo habíamos dibujado y ocurrió”, relata.
Londoño, cuando se enteró de la noticia de que efectivamente Armero había desaparecido por la erupción del volcán, quedó atónito. “Me parecía como un sueño. Dije:¡pero si yo pinté eso!, y como ¡por Dios! En realidad así ocurrió, para mí fue muy impactante ver que había pintado eso, ayudé a pintar ese mapa, la zona que podía destruirse y que realmente se destruyó”, resalta.
¿Tragedia anunciada?: “No hay a quién echarle la culpa”
Varios científicos, tanto extranjeros como colombianos, que visitaron el volcán meses antes de la tragedia venían advirtiendo del comportamiento del Ruiz, pues las señales eran constantes: había temblores leves, emisión de gases, ceniza y cambios en los ríos cercanos, lo que indicaba que el ‘león’ estaba despertando.
Pese a este panorama, varios registros que se conocieron después mostraban que las autoridades locales hicieron caso omiso a la advertencia.
En ese entonces, Armero estaba a más de 70 kilómetros del cráter del Ruiz y la idea de una ola de lodo y piedra que cruzara los ríos parecía imposible.
Pero la noche del 13 de noviembre, una erupción moderada derritió parte del glaciar del Ruiz, lo que hizo que el agua del glaciar mezclada con ceniza y roca bajara por los ríos Lagunilla y Azufrado, que en su rápido recorrido llegó convertido en lodo a Armero en cuestión de dos horas.
Al día siguiente, los colombianos se despertaban con la noticia de que el pueblo había sido totalmente sepultado y las imágenes de la tragedia inundaban los diarios tanto nacionales como internacionales con el peor desastre natural en el país.
“Me parecía como un sueño. Dije:¡pero si yo pinté eso!, y cómo ¡por Dios! En realidad así ocurrió, para mí fue muy impactante ver que había pintado eso, ayudé a pintar ese mapa, la zona que podía destruirse y que realmente se destruyó”
Londoño explica que, a pesar de esa situación, “el Ruiz es un ejemplo a nivel mundial, no hay a quién echarle la culpa individualmente, porque eso fue un error general. Porque tristemente qué se iban a imaginar los armeritas, que ni siquiera veían el volcán, que este los podía amenazar, que los podía afectar. Entonces, si uno no conoce un fenómeno, pues difícilmente lo entiende, difícilmente puede prepararse para ello”.
Además, señala que para ese entonces Colombia no había vivido una erupción volcánica de tiempos modernos, pues la anterior fue registrada en 1845, que se caracterizó por un sismo en febrero que desencadenó enormes avalanchas de lodo y escombros volcánicos a lo largo del río Lagunillas, causando la muerte de aproximadamente 1.000 personas.
“Por eso no se pudo porque no había un sistema de gestión de riesgos como tal, no existía. Entonces, ¿quién iba a coordinar?, ¿la Cruz Roja, la Defensa Civil o quién? Ni siquiera esas entidades de respuesta tenían idea, no había vulcanólogos en el país. Las entidades, los gobiernos, los gobernantes no cocían el fenómeno”, comenta.
Y fue así como en medio de la situación que presentaba el volcán, de los pasos de animal gigante que se avecinaban, aunque “se pidió ayuda internacional a algunos científicos, con unas estaciones para monitorearlo, desafortunadamente había muchos problemas en esas transacciones y toda esa burocracia administrativa de una embajada a la otra”.
Londoño asegura que el país no podía contar con una red rápida de respuesta como si lo que tenía Estados Unidos al monitorear sus volcanes, pues “después ya se pudo contar con una aquí en Colombia, ya era un poco demasiado tarde para mirar qué pasaba en el volcán, porque esas estaciones ubicadas en campo no llegaba esa información telemétricamente, nunca se sabía qué estaba pasando, sino que era el día anterior”.
Y es que ante la falta de una red de respuesta que reaccionara de manera eficiente y con el poco conocimiento que se tenía “echarle la culpa a una sola entidad, a una sola persona, a una sola institución, pues me parece que ese no es el caso”, al ver las lecciones que dejó esta tragedia para que el país consiguiera la tecnología, profesionalización y creación de entidades que trabajaran de manera mancomunada para evitar una nueva catástrofe.
“Sirvió para que todo el mundo tomara conciencia… que todo el mundo recapacitara sobre el riesgo volcánico y lo que implicaba. Y, de hecho, en 1991, cuando hace la erupción el Pinatubo, en Filipinas, fue una gestión de riesgo muy apropiada, de hecho, la experiencia de Colombia fue lo que marcó la clave para que esas personas pudieran evacuarse”, sostiene.
“Como un paciente en cuidados intensivos”
Ya han pasado cuatro décadas, pero el recuerdo de Armero sigue vivo en la mente de John Makario cada vez que al mirar ese gigante sabe que ahí está presente una amenaza y es que es muy enfático en eso, para él los volcanes no son los ‘amigos’ como han querido presentarlos en libros infantiles o en campañas educativas.
“Nunca se puede confiar en un volcán activo y es el principal error que a veces se comete en considerarlo nuestro amigo, el volcán… Es un fenómeno natural de mucho respeto, por eso lo miro siempre con admiración y respeto, porque si bien han sido los generadores de la vida en este planeta, también son un peligro letal”, señala.
El geólogo trata al volcán como un paciente que le dice donde debe prestarle atención, pues hoy el SGC cuenta con la tecnología para monitorear 24/7 el comportamiento no solo de este gigante sino de los otros 21 volcanes activos que tiene el país.
“Yo miro el volcán como un paciente en cuidados intensivos. Está conectado a sensores, a monitores, pero uno nunca sabe si va a mejorar o empeorar. Puede estar tranquilo y, de un momento a otro, cambiarlo todo”, dice Londoño mientras que los equipos marcan, como un marcapasos, sus latidos en lo más profundo de la tierra, al tiempo que su enorme cráter duerme y despierta —como una leve tos— expulsando humo o cenizas, que debe tratar de manera urgente y precisa.
Así, entre sensores, radares y datos satelitales transcurren los días del coordinador del Grupo de Trabajo de Investigación en Geoamenazas del Servicio Geológico Colombiano, pero el Nevado del Ruiz no es el único, pues también debe estar pendiente de los otros pacientes que también requieren atención.
“Colombia cuenta con tres observatorios vulcanológicos y geológicos en este momento, que son operados por el SGC (Manizales, Popayán y Pasto), que se encargan de monitorear alrededor de 25 estructuras que son activas en este momento… Tenemos acceso a imágenes satelitales cuando el tiempo nos permite para ver desde el espacio cómo se comporta la zona del volcán”, comenta.
Su experiencia tan cercana a lo que vivió en 1985 le ha servido para recordarle a los colombianos: “tenemos tecnología, pero también tenemos memoria. El problema no va a ser solo advertir, sino que lo más importante para prevenir un desastre es preparar tanto a las entidades como a las comunidades”.