Parecía que desde la medianoche hubiera hecho el voto del silencio. Ligia Isabel Buitrago avanzó en calma entre la muchedumbre alborotada. Una mujer alta sacaba la cabeza entre el tumulto y cada tanto gritaba "¡Hagan fila. Déjennos entrar!". Las cientos de personas apostadas frente a la baranda metálica empezaban a impacientarse, a alzar la voz. Alguno supo pedir paciencia con el argumento de que ese día todos iban a estar llenos del Espíritu Santo. Pero ningún miembro de Trinidad parecía estar presente para transmitir sosiego.Lea la historia completa aquí