El resultado de la consulta del Pacto Histórico del pasado domingo, 26 de octubre, no es un detalle electoral más. Es una alarma encendida, un ensayo de hacia dónde nos llevan y quién controla el rumbo del país. Es el recordatorio de que el proyecto del sátrapa de Gustavo Petro no está muerto, sino agazapado, organizado y decidido a perpetuarse en el poder, con el respaldo silencioso de los grupos armados que hoy controlan amplias zonas del territorio nacional, imponen su ley y actúan como aliados naturales de un gobierno que les ha abierto las puertas bajo el disfraz de la fracasada paz total.

Mientras la derecha se distrae en disputas internas y el centro se ve sin rumbo y sumido en la indecisión, la extrema izquierda demuestra que aún tiene base, relato y maquinaria. Casi tres millones de votos en una consulta sin el nombre de Petro en el tarjetón, sin elecciones legislativas de por medio y en medio de un gobierno sumido en el desprestigio, no son poca cosa; son una demostración de fuerza.

Y lo digo sin titubeos. Esto no es democracia participativa, es estrategia de poder. El petrismo está probando su capacidad de movilización con el propósito de mantener vivo un proyecto que combina populismo, ideología y control institucional. Que un tirano señalado por Estados Unidos como líder del narcotráfico, incluido en la lista Clinton (Ofac) junto a su familia y su ministro del Interior, logre que millones de personas salgan a respaldar a su bloque político es una muestra preocupante de hasta qué punto la estructura territorial del gobierno está funcionando.

La administración Trump fue contundente. Petro permitió la expansión de los carteles de droga, se alineó con el narcorrégimen de Nicolás Maduro y ha abierto las puertas del país al narcoterrorismo. Esa no es una acusación cualquiera. Es una ruptura con Washington y una confirmación de que Colombia, bajo este gobierno, se está alejando de sus aliados naturales —Estados Unidos, Israel y las democracias occidentales— para abrazar el eje de los regímenes autoritarios latinoamericanos.

Mientras tanto, el petrismo avanza con su proyecto interno: una asamblea constituyente para transformar el orden institucional, consolidar el control del poder judicial y prolongar su influencia más allá de 2026. Petro ya no necesita ganar una segunda reelección, necesita dejar un sucesor ideológico. Y ya lo tiene.

Iván Cepeda, el gran ganador de la consulta, no representa renovación, sino continuidad. Es el rostro amable del comunismo disfrazado de progresismo. Un hombre que defiende y es aliado de los narcoterroristas de las Farc, que justifica al ELN y se presenta como defensor de la paz total mientras el país se desangra. Su triunfo dentro del Pacto Histórico es el de la línea más radical del petrismo, aquella que busca destruir la institucionalidad desde adentro y reemplazarla por un modelo de control político permanente.

Y mientras todo eso ocurre, ¿dónde está la oposición? Fragmentada, desconectada, debatiendo en redes mientras la izquierda hace política real en los barrios, en los municipios y en las veredas. Esa es la verdad incómoda. El petrismo tiene un proyecto, la oposición tiene excusas. El petrismo tiene tropa, la oposición tiene reuniones. El petrismo recorre los barrios, las comunas y las veredas, por su parte, la mayoría de la oposición se queda en X.

Aunque vivimos en la era de las redes sociales, la política también se construye en la calle, con la gente, y son muy pocos los que realmente están haciendo la tarea. Mientras ellos se organizan para tomar el poder, los demás se entretienen discutiendo quién se sienta primero en la mesa de la unidad. El petrismo habla al estómago y al resentimiento; la oposición sigue hablándose a sí misma, en lenguaje de minorías satisfechas.

Los resultados del pasado domingo deben interpretarse como lo que son: un campanazo para la oposición. No un aviso de derrota inevitable, pero sí un recordatorio de que el enemigo no está caído. Petro y su movimiento han demostrado que incluso bajo sanciones internacionales, con un país sumido en la corrupción y en la inseguridad, con las finanzas públicas en crisis y con el narcotráfico fuera de control, todavía pueden movilizar masas.

No se puede minimizar lo ocurrido. El petrismo está haciendo exactamente lo que hizo Hugo Chávez en Venezuela. Construir una base social dependiente, un relato de odio de clases, un aparato de propaganda y un sistema institucional dócil. La misma receta, la misma ruta, el mismo objetivo, consolidar el socialismo del siglo XXI en Colombia.

La oposición (incluyo al centro, la centroderecha y la derecha) no puede seguir confiando en que el desprestigio de Petro será suficiente para derrotarlo. No lo fue en 2022 y no lo será en 2026. Todos deben reaccionar, articular un mensaje fuerte, proponer soluciones reales y dejar de pelear entre sí mientras el país se les escapa entre las manos. Porque esta vez el precio del error no será solo perder unas elecciones, será perder la patria.

El petrismo ha mostrado sus cartas. Unidad, disciplina y un sucesor preparado. La oposición, en cambio, sigue sin estrategia, sin vocería común y sin narrativa que emocione. Esa asimetría es peligrosa. Porque mientras unos siguen creyendo que ya todo el mundo vio quién es Petro, los otros trabajan, votan y avanzan. ¡Ojo! Tienen la chequera del Estado.

La consulta del Pacto Histórico fue más que una primaria, fue un ensayo general de lo que viene. Y si la oposición no despierta, 2026 no será una elección, será una rendición. El tiempo se agota. La izquierda radical está en marcha y Colombia no puede permitirse repetir el destino de Venezuela. Aún estamos a tiempo, pero solo si entendemos la gravedad del momento y actuamos en consecuencia.

Aquí hay que dejar claro que los gobiernos autoritarios no se derrotan con memes ni con indignación en redes, se derrotan con votos, con estrategia y con pueblo. Y si la oposición no entiende eso, 2026 será la repetición de 2022, pero con un peligro mayor: un sucesor de Petro más ideológico, más disciplinado y más decidido a convertir a Colombia en un experimento socialista irreversible. Ojalá despierten con ese campanazo.