El populismo progresista en Colombia, encarnado principalmente por el presidente Gustavo Petro y sus aliados del Pacto Histórico, parece ir en contravía de las tendencias mundiales más recientes.
Bill Gates, fundador de Microsoft y filántropo desde 1994, ha reorientado recientemente sus prioridades para combatir la desigualdad mundial de manera más efectiva. Sus declaraciones recientes han generado un debate importante sobre las verdaderas amenazas a la equidad global.
A nivel mundial, la mayor desigualdad se manifiesta en la salud. Más de cuatro millones de niños menores de cinco años mueren anualmente por causas relacionadas con la pobreza. Durante décadas se asumió que el cambio climático era la principal fuente de desigualdad, pues los fenómenos meteorológicos extremos afectan desproporcionadamente a las poblaciones más vulnerables.
Sin embargo, Gates ha presentado conclusiones que desafían este consenso. Primero, señala que, aunque el cambio climático afecta a la población mundial, la humanidad podrá adaptarse a sus efectos. Segundo, sostiene que la innovación impulsada por las fuerzas del mercado es clave para mitigar este fenómeno. Tercero, y quizás lo más controversial, afirma que limitar la producción de energía fósil, como el petróleo, genera más desigualdad de la que pretende resolver. Este cambio de posición responde a datos concretos: mientras el mundo registra aproximadamente ocho millones de muertes anuales relacionadas con la desigualdad, las catástrofes climáticas causan alrededor de cincuenta mil decesos. La proporción es reveladora.
Eventos recientes refuerzan esta perspectiva. La guerra en Ucrania obligó a Alemania a reactivar centrales de carbón, y la evaluación del ciclo de vida completo de las energías alternativas revela que su fabricación también genera emisiones significativas. Estos factores están modificando el debate sobre las prioridades en la lucha contra la desigualdad.
Mientras el mundo recalibra sus enfoques, el presidente Petro mantiene posiciones cada vez más aisladas, insistiendo en teorías que pierden vigencia y confrontando innecesariamente con la comunidad internacional.
Por otra parte, después de tres décadas de políticas centradas exclusivamente en los derechos de minorías, muchos países están buscando un equilibrio más sostenible. El economista Ludwig von Mises describió en su obra Socialismo cómo ciertas ideologías se fundamentan en “sueños de dicha y venganza”, una crítica que algunos aplican al actual movimiento de justicia social extrema.
En Europa y Estados Unidos, las empresas están moderando su adhesión a los principios ASG (Ambientales, Sociales y de Gobernanza), que en ocasiones priorizaban objetivos ideológicos sobre la generación de valor económico. En Estados Unidos, el Congreso ha aprobado legislación que busca reequilibrar derechos entre mayorías y minorías.
Mientras, en Colombia, Petro continúa inmerso en la filosofía de las reivindicaciones históricas, permitiendo que grupos armados o violentos actúen con impunidad bajo el pretexto de la justicia social, afectando a ciudadanos pacíficos.
Estas tendencias globales contrastan marcadamente con las propuestas presidenciales. Su credibilidad científica es cuestionada, mientras Colombia enfrenta un deterioro económico sin precedentes y niveles de endeudamiento históricos. Incluso, su activismo por la paz en Gaza resultó anacrónico cuando Estados Unidos, país al que constantemente señala, logró facilitar acuerdos de paz en Medio Oriente.
Es momento de que Colombia abandone el desdén por las experiencias internacionales exitosas y se posicione del lado correcto de la historia: aquel que prioriza el desarrollo económico sostenible, el respeto a la iniciativa privada y el mercado, la reducción real de la pobreza y políticas basadas en evidencia, no en ideología.