La historia reciente ofrece lecciones que los estrategas estadounidenses no pueden darse el lujo de olvidar. Irak demostró que la caída de un líder no equivale a la solución de un problema, y que remover al personaje visible de un régimen no destruye las redes de poder que lo sostienen. Ese fantasma —el del vacío de poder, la fragmentación, la insurgencia y la guerra civil— vuelve a rondar ahora mientras Washington evalúa rutas para forzar, inducir o acelerar la salida de Nicolás Maduro. Pero Venezuela no es un Estado fallido cualquiera: es un sistema de poder articulado alrededor del crimen transnacional, con múltiples centros de mando, lealtades armadas, alianzas externas y una base social que no desaparecerá con un cambio de élite política. Y allí radica el riesgo estratégico.
Reducir el desafío venezolano a un “Maduro sí o no” es, en esencia, un error de diagnóstico. Maduro no es el chavismo, y el chavismo no es un hombre: es un ecosistema de poder que incluye altos mandos militares, el Cartel de los Soles, colectivos armados, redes de inteligencia cubanas e iraníes, operadores rusos, alianzas criminales transfronterizas y, sobre todo, millones de ciudadanos que ven en ese proyecto político una identidad. Quitar a Maduro sin desactivar la red puede producir lo que ocurrió en Irak tras la disolución del partido Baaz: la multiplicación de actores, la radicalización de facciones internas y la aparición de nuevos caudillos más violentos, menos visibles y más dispuestos a sabotear cualquier transición democrática.
El riesgo de guerra civil —aunque pocos lo quieran admitir— está latente. No una guerra civil clásica, sino una guerra difusa, irregular, hibrida, donde milicias chavistas, grupos armados binacionales, disidencias de las Farc, el ELN y bandas criminales operen simultáneamente sobre un territorio fracturado. Una transición que llegue con ánimo de revancha, que excluya al chavismo de un día para otro de la vida política o que pretenda imponer una democracia sin garantías para ese sector, puede prender la chispa. Gobernar Venezuela en democracia implica gobernar también para los chavistas, porque su exclusión inmediata no solo podría verse injusta ante una gran porción del pueblo, sino estratégica y socialmente suicida.
El problema mayor es que Venezuela dejó de ser simplemente un régimen autoritario para convertirse en un Estado-simbiosis con el crimen organizado transnacional. El Cartel de los Soles no opera aparte del Estado: lo habita. El oro ilegal, la cocaína, el contrabando, las redes de trata y la cooperación con disidencias armadas son mecanismos de gobierno y supervivencia, no meros negocios paralelos. Las alianzas con China, Irán, Rusia y grupos del Medio Oriente fortalecen la resiliencia del régimen y su capacidad de adaptación frente a sanciones, presiones o bloqueos. Estamos ante un país gobernado por un Sistema Adaptativo Complejo, una estructura que aprende, muta, descentraliza funciones, se oculta y redistribuye riesgos. Desmantelar este tipo de poder exige una estrategia integral de largo plazo, no un golpe quirúrgico meramente militar.
La caída de Maduro no representa la solución a los problemas de Venezuela. Maduro es la punta de un iceberg que se ha consolidado a través de los años. El verdadero poder esta, precisamente, en la “fragmentación del poder”, es allí donde radica la principal fortaleza de la dictadura venezolana.
La dictadura venezolana esta conformada por una hidra, cuyas cabezas luchan entre ellas, pero a la vez se necesitan, porque también son interdependientes. Para entender este poder fragmentado, hay que conocer cada uno de ellas, sus fortalezas y debilidades, si es que en realidad se quiere saber llegar a la caída de régimen dictatorial en Venezuela, no solo de Nicolás Maduro.
La hidra del régimen venezolano, aparte de Nicolás Maduro se fundamenta en tres cabezas. La primera de ellas son los poderosos hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, quienes han ejercido varios cargos claves en la conducción de la política, economía, relaciones internacionales y la propagación conceptual y cultural del régimen chavista. Durante los últimos 20 años, ambos han formado parte de los ministerios de la Comunicación, Economía y de Relaciones Exteriores, además del Consejo Nacional Electoral, la Asamblea Nacional y la Asamblea Constituyente del país.
Los Hermanos Rodríguez: Viejos Chavistas, operadores sofisticados, para algunos, el núcleo del poder Madurista. Tecnócratas que manejan las relaciones diplomáticas y estratégicas, conducen las conversaciones subterráneas con China, Rusia, Irán y por supuesto con el gobierno Petro, intermediarios del dinero sucio que se lava afuera de Venezuela.
Otra de las cabezas y quizás la mas radical, que tiene todo que perder ante una incursión armada o incluso una negociación con los Estados Unidos, es Diosdado Cabello Rondón. Actual ministro del interior y de justicia, con autoridad sobre la policía y las cárceles en Venezuela. chavista puro, exmilitar, narco puro, controla el Servicio Bolivariano de Inteligencia “SEBIN” y la Dirección General de Contrainteligencia Militar “DGCIM” que es la Gestapo bolivariana. Diosdado es el autor de la represión sistemática a la oposición. Su gran fortaleza: le tiene expedientes comprometedores a todos en el régimen.
El “Cartel de los Soles”, es la tercera cabeza, el verdadero centro del poder, El Cartel de los Soles es la denominación que se ha otorgado a un entramado de oficiales militares y facciones dentro del Estado venezolano. Aunque el concepto se asocia principalmente con los sectores militares, también se han identificado otras ramificaciones del Estado incrustadas dentro del ecosistema criminal, incluyendo a cuerpos policiales, la rama ejecutiva y distintos funcionarios. Poseen el control total del Narcotráfico, la minería criminal a nivel industrial, controlan las minas de oro y de otros metales preciosos del arco minero del Orinoco, manejan las rutas clandestinas del narcotráfico y puertos estratégicos. A ellos no les interesa la revolución, no son ideológicos. les interesan defender sus negocios lucrativos.
Venezuela es una colcha de retazos, tiene todos los ingredientes, para convertirse en un segundo Irak para los EE. UU. Población desesperada y armada, múltiples facciones armadas con lealtades fragmentadas, instituciones estatales destruidas, recursos naturales valiosos porqué pelear, bandas criminales transnacionales sin ataduras ideológicas, con un negocio de economías licitas muy rentable, que sostiene la guerra entre facciones armadas. Regiones perdidas por el gobierno, una frontera porosa con Colombia. — La gran zona gris —. Los Estados fronterizos de Zulia, Táchira, Apure y Amazonas, son dominados por el ELN, las disidencias de las FARC, el tren de Aragua y bandas de contrabandistas. La mezcla de bandas criminales y colectivos en varias ciudades como Caracas, Barquisimeto, Valencia, Maracaibo, se le salió de las manos a la policía y tampoco controla, ni confronta la Guardia Nacional. Todo esto es el caldo de cultivo para convertir a Venezuela en “El Irak del Hemisferio”.
Para Colombia, la ecuación es incluso más crítica. Una implosión venezolana detonada por una transición mal gestionada puede desbordar la frontera en semanas. Las disidencias de las Farc, el ELN y múltiples bandas binacionales encontrarían el escenario ideal para expandirse. El flujo migratorio podría multiplicarse, ejerciendo una presión humanitaria inédita sobre La Guajira, Arauca, Norte de Santander, Vichada y Guainía. La frontera se convertiría en un corredor descontrolado donde operan más actores armados que instituciones. Y actualmente la capacidad del Estado colombiano para estabilizar su propio territorio podría verse erosionada, amenazando directamente su seguridad y defensa nacional.
Estados Unidos debe entender que el problema no es Maduro: es la estructura que lo sostiene. Y si cae Maduro sin un plan de estabilización integral —político, económico, judicial, militar y social—, lo que emergerá será un archipiélago de poderes armados, mafias territoriales, protectores extranjeros y facciones radicalizadas compitiendo por el control territorial y las economías ilícitas. El fantasma de Irak vuelve a recordarle a Washington que la pregunta no es cómo sacar a un líder, sino cómo garantizar que lo que venga después no sea peor.
Cualquier curso de acción debe responder preguntas duras: ¿qué pasa con los generales chavistas? ¿Quién controla al Cartel de los Soles tras la transición? ¿Qué sucede con los colectivos? ¿Cuál será el rol de Cuba, China, Rusia e Irán? ¿Cómo se neutraliza la economía criminal que financia al sistema? ¿Qué garantías se ofrecerán a la base chavista para evitar su radicalización? Pero también y no menos importante: ¿Cómo se blindará a Colombia del impacto? Las respuestas a estas preguntas no caben en un tuit, ni en un ultimátum, ni en un paquete de sanciones. Requiere pensamiento estratégico, multilateralismo, realismo político y, sobre todo, una comprensión honesta de la naturaleza del adversario.
Venezuela necesita un diseño estratégico sofisticado, que entienda que el colapso de la red criminal-estatal no se logrará solo por presión militar instantánea, sino también por un proceso que combine transición política, integración social, desmontaje progresivo del crimen organizado y garantías para todos los sectores. Si se actúa sin ese marco, el hemisferio puede encontrarse con una nueva versión del error de Irak, pero esta vez en las puertas de Colombia.