Hay una vieja historia sobre el demonio del medio día y un monje llamado Ciro. Una versión nos dice que el monje siempre trabajaba arduamente, hasta que el perverso mediodía llegaba a atormentarlo. El sol lo agotaba, lo hacía cuestionarse todo, y el demonio, que los griegos llamaron acedia, le susurraba cosas, haciéndolo sentir peor. Exhausto, el pobre monje le pidió ayuda a un sabio. Y éste le dijo: “Tu aburrimiento no es un vacío externo, sino un vacío en ti que puedes llenar”. Y eso hizo. En vez de escapar del aburrimiento, el monje se enfrentó a él, sentado en el silencio, desafiando a acedia. Lo curioso es que el demonio se cansó cuando vio que el monje empezó a disfrutar del aburrimiento, encontrándole un sentido.

Hace unas semanas, les conté a mis estudiantes una historia de una persona que increíblemente, se había logrado aburrir; ¡logró no hacer nada! Parece algo tan obvio y raro a la vez, que no vale la pena mencionarlo, pero el aburrimiento —real y sincero— se está convirtiendo en un bien escaso, casi un lujo, gracias a las interminables tentaciones que tenemos para no pensar. Porque si hay algo que conviene a algunos actores del contexto actual (políticos, algunas empresas, algunos influencers, etc.), es que no pensemos y hagamos lo que nos digan. ‘Para qué gastar 10, si puedes gastar 100′, y nadie lo dice así, porque la persuasión es tan silenciosa como efectiva.

Hay un reto que parte de la idea del matemático Blaise Pascal: quédate en tu habitación sin hacer nada. Pascal creía que nuestra infelicidad está basada en la imposibilidad de quedarnos quietos. No estoy totalmente de acuerdo, porque gracias a la inquietud es que avanza una civilización, pero que esta entre en declive, porque no nos sepamos aburrir y hacer algo con ello, da para pensar.

Es muy importante ‘poder y saber’ aburrirse de verdad. Es decir, quedarse sentados contemplando, sin acudir al teléfono o al estímulo más atractivo del momento. Mis estudiantes me confesaron —entre risas— que no se han aburrido recientemente porque simplemente no hay manera. Tienen tantas cosas a la mano, tantas redes, tanto e-commerce, tanto ruido, que ni opción hay. El riesgo es que tanta sobreestimulación nuble la capacidad de pensar crítica y estratégicamente. Si me la paso en una red social tóxica —perdón por la redundancia— puedo quitarle oxígeno a una reflexión, a una idea que tengo que escribir, un emprendimiento por formar —prospere o no— y así más cosas. No me extraña que se diga que las mejores ideas nacen cuando caminamos —creo que fue Nietzsche—.

El tema del aburrimiento va más allá de nuestra vida individual. Tiene una dimensión que me hace pensar con algo de pena (en ambos sentidos) en nuestro país y nuestra región. Es que Latinoamérica es tremenda y tristemente “entretenida”. Pasan tantas cosas inaceptables que poco a poco entran al canon de la normalidad. Qué importante es —para la paz mental— vivir en un país aburrido, uno en el que la violencia es una excepción, en el que las cosas funcionan y no hay escándalos que son tan fuertes, que lo inaceptable no impresiona a nadie. Pero los países aburridos en dicho sentido se están volviendo cosa del pasado.

Con tanto entretenimiento sabemos cuál puede ser el desenlace. Que algunos gobiernos en el mundo parezcan conciertos para delinquir, que la cifra de homicidios cada año suba, que haya que aceptar tácitamente la corrupción ‘porque aceita el sistema’, que hay que aceptarle el ruido irrespetuoso a uno o muchos vecinos… todo ello se da en un contexto en que una sociedad no le permite a una mente sentarse a pensar, a contemplar y a planear. Y creo que, si hay que sacar un proyecto personal y una economía entera adelante, es importante aburrirse y encontrar las respuestas que solo el silencio y la reflexión traen.

Mi consejo, ahora que se va acabando el año, queridos lectores, es que traten de aburrirse, al menos por un momento. Si no lo ven viable, permítanselo a otros.