La imagen hubiera acaparado de inmediato la atención de la prensa. Se trataba del presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco de Roux, reunido a puerta cerrada con el más férreo opositor del acuerdo de paz con las Farc, el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Ambos líderes habrían sido obligados a dar declaraciones a la salida del encuentro y al día siguiente la mayoría de panelistas radiales hubieran dicho que fue una reunión llena de engañosas cortesías y que ni siquiera el padre De Roux fue capaz con el energúmeno de Uribe.Le recomendamos: ¿Cómo se renueva la política?En cambio, el sacerdote y el exmandatario prefirieron guardar la reserva sobre un encuentro que se produjo de la manera más secreta en la casa de Rionegro del líder del Centro Democrático. Lo cierto es que la reunión que tuvo lugar hace unos meses y de la cual pocos supieron habla muy bien de De Roux y también de Uribe y deja ver una faceta que ni sus barras bravas ni sus detractores admiten que existe: la de un expresidente que en varios momentos ha mostrado pragmatismo y disposición al consenso sobre la base de que lo respeten a él y a su familia.Por supuesto que el hoy senador tampoco se ayuda. Sus trinos impetuosos y no pocas veces irresponsables le han generado la imagen de un líder soberbio que no acepta nada distinto a lo que él piensa y le han mermado entre la opinión pública el reflejo que mantuvo en sus años de gloria de un político frentero y cercano a la gente.Existe una faceta que sus barras bravas y sus detractores se niegan a admitir: la de un Uribe que en varios momentos ha mostrado pragmatismo y disposición al consenso.Estas actitudes sumadas a la imagen que la prensa y sus opositores han ido construyendo de él –con o sin razón–, como un caudillo intransigente y fogoso que no se quiere desprender del poder, han hecho que perdamos de vista algunos comportamientos más constructivos de Uribe que deberían reconocerse y potenciarse.Puede ver: El pecado originalLos santistas fueron hábiles en vender la idea de que la paz con las Farc era ahora o nunca y que Uribe no estaba dispuesto a ceder jamás. La verdad es que las largas horas de conversación entre los unos y los otros mostraban otra cosa, pero el país se quedó con esa idea de un No radical en vez de un No con sensatez y matices.Poco se habla en los libros que se han escrito sobre el tema de que el expresidente fue variando sus exigencias en el proceso de renegociación y dejó de pedir cárcel para los máximos responsables de delitos de lesa humanidad; incluso estaba dispuesto a aceptar que pudieran hacer política después de haber comparecido siquiera ante la justicia transicional. Santos, susurrado y apurado por malos consejeros que le pedían firmar de inmediato porque supuestamente Uribe nunca iba a transigir, se tiró la posibilidad de un acuerdo mucho más incluyente.Pero no es la única vez en la que Uribe ha dado su brazo a torcer. Siempre que ha sido convocado por el senador liberal Luis Fernando Velasco –que obra como un auténtico conciliador– el expresidente ha aceptado esos llamados y ha estado dispuesto al diálogo como ocurrió recientemente cuando por casi siete horas estuvo charlando frente a frente con Pablo Catatumbo, Iván Cepeda y Gustavo Petro, sus más severos detractores en el Congreso, llegando incluso a un principio de acuerdo que fue posible gracias a que el uribismo cedió en sus pretensiones originales. No fueron los más radicales del CD los que lo permitieron, sino Uribe el que finalmente encauzó ese diálogo constructivo.Le puedo interesar: ¿Esta vez se dejarán cambiar?Tal vez, sin que lo volvamos a saber, el expresidente y el padre De Roux se vuelvan a encontrar y, tal vez, por el bien de Colombia, ese ejemplo sirva para que todos desarmen los espíritus y se sienten otras siete o veinte o cien horas a conversar en medio de las diferencias y a construir consensos sin que haya acuerdos absolutos, pero sí pactos posibles sobre lo fundamental. Tal vez, Uribe sea menos terco de lo que todos creen y, tal vez, él lo quiera demostrar.