Duván completa más de 1.300 días a la espera de un hígado y un riñón. Es santandereano, tiene 11 once años y la esperanza del tamaño de una catedral. No importan los duras y agotadoras que sean las diálisis, ni la incertidumbre de ver pasar los días sin una noticia positiva sobre un donante compatible con su cuerpo. Perder la fe es lo último que puede permitirse un paciente en lista de espera en Colombia.

A centenares de kilómetros de allí, su historia la conoce de cerca el doctor Jairo Rivera, un hombre de voz amable y sonrisa generosa, a quien todos los días los pacientes ven caminar, enfundado en su bata blanca, por los pasillos del piso siete de la torre i de la Fundación Cardioinfantil, en Bogotá, considerada la IPS número uno en trasplantes del país.

Su consultorio es el número 704 y es tal vez uno de los más populares de toda la clínica. Y bien podría confundirse con el salón de clases de un jardín infantil. Varias de las paredes lucen tapizadas, de arriba a abajo, de coloridos dibujos de todos los tamaños. La manera más genuina y dulce con la que cada uno de sus pequeños pacientes le da las gracias por haberlos devuelto a la vida. Por ayudarles a volver a nacer a través de un trasplante.

Jairo Rivera, cirujano de trasplantes: "Cuando ya se recuperan, lo que sigue es enseñarles a los niños la importancia de cuidar su cuerpo. Y ellos responden bien. Son siempre niños muy maduros". | Foto: Cortesía: La Cardio

La suya es quizá una de las tareas más complejas de la medicina. Es que Colombia es un país con una escasa cultura de la donación. La tasa, dice con tristeza el doctor Rivera, llega solo a 7 donantes por cada millón de personas. Una de las más bajas de Latinoamérica. Tan baja, explica el médico intentando dimensionar esa cifra, que en un país como España se sabe que existen 40 por ese mismo millón de habitantes.

“Aún en Colombia existen muchos mitos alrededor de la donación de órganos”, se le escucha decir a Rivera, un médico de 46 años, padre de dos hijas, que desde hace 15 se convirtió en uno de los líderes de trasplantes pediátricos en el país. Su especialidad es el trasplante de hígado, uno de los más complejos.

“Uno escucha todo tipo de argumentos. En una época se decía que los órganos que se donaban eran para vendérselos a los extranjeros. Algunas familias se apoyan en sus creencias religiosas para decir que no, cuando en realidad la mayoría de los credos no están en contra de la donación. O piensan que con la donación se va a desfigurar el cuerpo de su pariente fallecido, lo cual no es cierto. Se hacen campañas, talleres, pero aún seguimos sin una cultura de la donación de órganos”, asegura este médico cirujano.

Lo que unos y otros ignoran, dice, es que un solo donante puede transformar la vida de unas 30 personas con sus órganos, piel y tejidos. “Para muchos pacientes, la donación es el último recurso que les queda para salvar su vida”, comenta el médico.

Según Jairo Rivera, cirujano de trasplantes, Colombia es un país con una escasa cultura de la donación. La tasa llega solo a 7 donantes por cada millón de personas. Una de las más bajas de Latinoamérica. | Foto: Cortesía: La Cardio

Actualmente, en Colombia hay unas 3.000 personas que están en lista de espera, de ellos 80 son niños. Casi todos, aguardan la esperanza de encontrar un riñón para volver a nacer. Esa es otra cosa que tal vez muchos no sepan: “Donar es el mayor acto de amor que uno puede conocer”, asegura el especialista.

Cada hora cuenta

La historia de Jairo Eduardo Rivera Baquero con los trasplantes pediátricos comenzó hace cerca de quince años. Después de hacer su residencia en el Hospital Militar, trabajó en la Clínica Shaio, donde conoció a Rubén Luna, quien sería su mentor y de quien aprendería todos los secretos del trasplante hepático. “En mis inicios pensaba que solo me involucraría en trasplantes de adultos, porque nadie está preparado para ver morir un niño, pero con el tiempo esa vocación me fue llamando”, dice.

Luego llegaría a La Cardio. Al comienzo, cuenta, solo operaba a niños de más de 10 kilos, pero con el tiempo tropezó con casos de menores más pequeños que también dependían de un trasplante para seguir con vida. Seguro de que ese era su camino profesional, buscó formación especializada en trasplante hepático pediátrico en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, como becario de Colfuturo. Era el año 2010.

Hoy es uno de los más queridos cirujanos de trasplantes de Colombia e integrante de la Asociación Colombiana de Trasplante de Órganos. Un bogotano que va por la vida cargando la sencillez como moneda suelta en los bolsillos. Cambiando vidas.

Vidas como la de Sofía, de 6 años, quien volvió a sonreír gracias a un trasplante que recibió hace solo una semana. O la de la bebé, de solo 20 días de nacida, que llegó al mundo con una falla hepática. O como la de Laura, una niña que se encontraba en custodia del ICBF, y que con apenas 3 años se convirtió en una guerrera que luchaba contra una enfermedad hepática. “Por fortuna, logramos para ella un donante. Luego fue adoptada por una familia europea. Ahora vive en Suecia”, narra el doctor.

Equipo de trasplantes de La Cardio: De derecha a izquierda: Adriana Rojas (enfermera del programa), Nathaly Ramírez (Cirujana de Trasplantes), Felipe Ordóñez (gastroenterólogo y Hepatologa pediatra), María Alejandra Prieto (Pediatra), Faviola Villalba (abajo al frente , Trabajadora Social), Andres Conrado (arriba, Médico hospitalario), Maira Ureña (Pediatra), Jairo Rivera (Cirujano de Trasplantes), Juliana Castellanos(enfermera), Nohora Puentes (secretaria). | Foto: Cortesía: La Cardio

Otras veces los casos son más complejos. Como el de aquel fabricante de canoas, que vivía en el Pacífico, y cuya hija necesitaba con urgencia un trasplante de hígado. “Él se ofreció como donante. Pero el asunto es que debía dejar de trabajar durante meses. Y ese padre no podía permitirse eso porque de su trabajo dependían sus padres, que eran muy mayores, y sus sobrinos. Esas historias te golpean fuerte, por lo injustas. Pero, logramos un donante y al final la hija puedo recuperarse”.

Hay casos sin embargo que no conocen los finales felices. “Sí, hay niños que se mueren a la espera de un órgano compatible. Y es duro. Muy duro. Todos en el equipo médico quedamos afectados cuando eso pasa. Yo lo único que hago es llegar a casa y abrazar a mis hijas. Porque pienso en el dolor que deben afrontar esos papás que un día ven a su hijo jugar en el parque o montar en bicicleta y a la semana siguiente están en una unidad de cuidados intensivos”, relata Rivera.

Pero, dice, “no queda de otra que levantarse y seguir con esta labor. No importa el día o la hora. O si te llaman a mitad de la noche. En los trasplantes cualquier hora cuenta. Hay que tomar decisiones rápido. Cuando me llamaron al primer trasplante que hice, estaba en el cumpleaños de una de mis hijas, pero salí de casa cuanto antes porque sabía que una vida dependía de mí. Es duro. Pero, si volviera a nacer, no me dedicaría a nada distinto que a ayudar a todos esos niños a volver a vivir”.