Japón, 11 de marzo de 2011 Sismo de 9 grados en la escala de Richter y un ‘tsunami’ con olas de hasta diez metros de altura.

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¿Apocalipsis ya?

En el último año se han producido algunas de las peores catástrofes naturales de la historia. ¿Qué está pasando en el mundo?

19 de marzo de 2011

Desde que la humanidad tiene memoria, este planeta, casi siempre amigo, parece haberse convertido en un enemigo. Pero nunca como el viernes de la semana pasada la humanidad había visto en vivo y en directo las fuerzas de la naturaleza en plena acción. Tras el terremoto de Japón que convirtió al mar Pacífico en una marea negra y apocalíptica, el mundo quedó estupefacto al ver hasta dónde podía llegar la furia de la Tierra. Muchos no pudieron evitar asociar esas imágenes con las profecías que sostienen que el mundo se acabará el año próximo.

Pero la tragedia de Japón es solo el último capítulo de los desastres naturales que, desde comienzos de 2010, han sido una noticia permanente. De hecho, el Servicio Geológico de Estados Unidos (Usgs, por sus siglas en inglés) informó que en 2010 ocurrieron veinte megaterremotos (por encima de 8 grados), cuatro más de lo usual, los más poderosos desde 1970. El año comenzó con el de Haití, de 7,3 grados, que devastó la isla el 12 de enero y mató a 300.000 personas. Puerto Príncipe, la capital, quedó destruida.

Después el turno le llegó a Chile. El 27 de febrero, un terremoto de 8,8 grados lo sacudió y provocó un tsunami con olas de más de ocho metros a lo largo de 500 kilómetros de costa. El sismo clasificó entre los cinco más fuertes de la historia reciente -el de Japón lo desplazó al sexto lugar-. Murieron más de 600 personas, quedaron más de dos millones de damnificados y cerca de 500.000 viviendas se desplomaron. El terremoto alcanzó a mover el eje de la Tierra 7,6 centímetros y acortó el día 1,26 millonésimas de segundo.

Por si esto fuera poco, la naturaleza volvió a hacerse sentir en Pakistán, que en 2010 sufrió una de las inundaciones más devastadoras de su historia. Las lluvias, que cubrieron 30 por ciento del territorio, dejaron al menos 2.000 muertos, 3.000 heridos, casi dos millones de casas destruidas y más de seis millones de desplazados. Y mientras allá llovía, Rusia sufría uno de los peores incendios forestales de los últimos 130 años.

Colombia tampoco se escapó de los desastres naturales. El país vivió, a finales del año pasado y a principios de este, una crisis humanitaria por el invierno más violento que se recuerde. Solo en noviembre cayó 500 veces más lluvia que en el mismo mes en años anteriores. La Presidencia calcula que más de 300 personas murieron y dos millones y medio resultaron afectadas, sobre todo en el norte del país.

Y 2011 comenzó con el sismo de 6,3 grados en la escala de Richter ocurrido el 22 de febrero en Nueva Zelanda. Este terremoto se convirtió en el peor desastre de esa nación en ochenta años. El poderoso movimiento telúrico hizo que se desprendiera un pedazo de hielo de treinta millones de toneladas, una especie de isla a la deriva abandonada a su suerte, como si fuera una señal bíblica.

¿El principio del fin?

Con ese panorama resulta casi natural que se haya extendido por el planeta la sensación de que las profecías milenarias se están cumpliendo y el fin del mundo se acerca. Más si se tiene en cuenta que, como dijo a SEMANA Rolf-Ulrich Kunze, filósofo del Instituto de Tecnología de Karlsruhe, el pensamiento apocalíptico basado en el imaginario cristiano ha influido en la historia de Occidente al punto de convertirse en un fenómeno generalmente aceptado. Si a esto se suman otros problemas como el calentamiento global -un tema sobre el cual Al Gore habló crudamente la semana pasada en Bogotá-, las crisis políticas en los países árabes, el riesgo nuclear, los escándalos de corrupción, todo apunta a que el mundo vive una de sus horas más difíciles. A través de las redes sociales y los correos electrónicos, la gente ha reforzado esta idea. Se han enviado mensajes que mezclan datos científicos con creencias religiosas. Algunos han escuchado tanta veces en la radio este mensaje que lo dan por hecho. Más de cien libros han sido escritos desde que comenzó el furor de las profecías mayas, vistas desde una perspectiva apocalíptica. "Me preocupan los niños que no quieren aprender ni estudiar matemáticas porque creen que no tiene sentido si el mundo se va a terminar en 2012", dice Germán Puerta, astrónomo del Planetario Distrital y autor de un libro sobre el tema.

En este contexto, la gente tiende a pensar que los desastres, las inundaciones, los terremotos y los tsunamis están relacionados. ¿Qué tanto hay de cierto?

Tiembla la Tierra

Desde una perspectiva científica, hay que separar el calentamiento global, que ha ocasionado patrones climáticos extremos, de los terremotos, provocados por las placas tectónicas. El calentamiento se debe al aumento de la temperatura del planeta, que se acentuó en los últimos treinta años y es la principal causa del comportamiento inusual del clima: más lluvias, inviernos más fríos, más sequías y veranos intolerables.

Algunos científicos han vinculado los terremotos y el calentamiento con la presión del agua sobre la corteza terrestre. Solo para tener una idea, un metro cúbico de agua pesa una tonelada. Así las cosas, un kilómetro de hielo que se desprende del Polo Norte inevitablemente va a afectar la presión y la energía de la capa de roca del fondo. Para algunos geólogos, el terremoto de Alaska en 1979, de magnitud 7,9, fue relacionado con el descongelamiento de la zona suroccidental de esa región. Otros científicos han encontrado que el fenómeno del Niño, que hace aumentar el nivel del mar en el Pacífico, estaría generando una presión adicional en las fallas submarinas. Si el tema del calentamiento global sigue sin corregirse, dicen algunos especialistas, hay que esperar un planeta más movido. Pero esta, por ahora, es apenas una teoría científica que está lejos de ser probada.

Aunque existe la percepción de que hoy hay más terremotos, lo cierto es que son inherentes al planeta debido a que su corteza está hecha de placas que chocan entre sí. Y aunque se trata de piezas relativamente elásticas, cuando se libera la presión que se acumula en sus bordes se produce un movimiento catastrófico. Por eso hay sectores donde tiembla más que en otros. Por ejemplo, en el Cinturón de Fuego del Pacífico, que va desde Asia hasta la costa de América, se concentra una de las mayores zonas de subducción del mundo. Según explica Mónica Arcila, geóloga de la Red Sismológica Nacional de Colombia, la subducción sucede cuando dos placas se juntan y, por diferencias de densidad, una de ellas se hunde bajo la otra. "Esas zonas de contacto tienen capacidad de producir los sismos más fuertes", señala. Japón está justo en esa zona y en esta isla sucede el 20 por ciento de los grandes sismos en el mundo. En 1923, por ejemplo, un terremoto destruyó Tokio y Yokohama y mató a más de 200.000 personas, muchas más de las que se pronostica murieron en el tsunami de la semana pasada.

En la Tierra tiembla constantemente. Lo que pasa es que solo hasta hace un poco más de cien años se han empezado a medir los sismos, y como consecuencia de este registro se aprecia una actividad mucho más agitada que la de antes. Lo que no significa que en el pasado no se presentaran terremotos de grandes magnitudes. De hecho, el geólogo Carlos Vargas estudió uno ocurrido en Tumaco hace 4.000 años, que produjo un enorme maremoto.

Según la Usgs, al año se detectan entre 12.000 y 14.000 temblores, alrededor de cincuenta diarios. La cuestión es que de los diez megaterremotos ocurridos desde 1900, tres se han presentado en los últimos seis años. Algunos científicos creen que se trata de una muestra estadística muy corta para determinar un aumento real. Otros explican que este incremento se debe a que se miden mejor. En 1931 había apenas 350 monitores en el mundo y hoy existen 4.000, según la Usgs. Otra explicación es que hay periodos en que se acumula más energía en las fallas y esto genera varios desastres en un corto plazo. Y cuando estos suceden en zonas pobladas "causan pánico, pero hacen parte de un proceso normal", dice Martha Calvache, subdirectora de Ingeominas. Según el sismólogo Francisco Vidal, del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada, si bien las estadísticas dicen que cada año hay un gran terremoto, lo cierto es que "también pueden pasar cinco años sin ninguno y luego ocurren cuatro o cinco seguidos en distintas partes del mundo".

A pesar de lo anterior, no se descarta que exista una relación entre un terremoto y otro. Después de todo, la corteza de la Tierra es como un rompecabezas y cuando se mueve una pieza en una región, es posible que genere un sacudón en otra. De hecho, hay teorías que apuntan a que el terremoto de Japón y otros de magnitud mayor a 8 ocurridos en los últimos seis años podrían ser una réplica del que sucedió en Sumatra en 2004, que causó el tsumani en Indonesia y mató a 230.000 personas en 14 países. Ross Stein, del Usgs, coincide con esto y afirma que los terremotos generan olas tectónicas. "Si hay uno superior a 6 grados, cada granito de arena del planeta se está moviendo al ritmo de ese evento", relató a la revista New Scientist. Otros científicos van más allá y afirman que los terremotos suceden en duplas. Un ejemplo sería el de las islas Kuril, al norte de Japón, ocurrido en noviembre de 2006, con una intensidad de 8,3. Dos meses después, las islas sintieron un segundo movimiento, de 8,1.

Tragedias en vivo y en directo

Hoy existe la percepción de que los desastres son más fuertes y devastadores. Esta idea se explica por dos circunstancias. La primera es que los medios de comunicación, gracias a tecnologías satelitales y a la rapidez del flujo de información, han contribuido a que el mundo sea testigo casi presencial de lo que pasa en cualquier punto. En el pasado, las catástrofes eran hechos locales, sin transmisiones en vivo y en directo.

Así mismo, las imágenes tiene un gran poder y con ellas se tiende a magnificar el evento. "La gente no recuerda con la misma fuerza los atentados de Madrid y Londres, pero nunca olvidará las escenas de los aviones chocando en Nueva York", dice Omar Rincón, especialista en medios. A esto se suman Internet, las redes sociales y los reporteros ciudadanos, que graban imágenes que los medios utilizan para informar "sin dar contexto ni análisis", agrega Rincón. Como explicó a SEMANA Olga Restrepo, socióloga de la Universidad Nacional, la proliferación de los medios masivos "contribuye a que la gente crea que pasan muchas cosas al mismo tiempo y que todas se relacionan".

Por otro lado, la visión de que los desastres naturales hoy son más violentos tiene que ver con el aumento de las zonas urbanizadas, lo que, por otra parte, muestra la enorme desigualdad que existe en el mundo. Que el desastre de 1923 en Japón, cuando la densidad de población era mucho menor, haya causado tantas muertes habla no solo de la intensidad del hecho, sino de que existían menos sistemas de prevención. "La frecuencia de catástrofes naturales no ha variado, pero si uno mira los registros de los últimos cien años, se llega a la conclusión de que en los países desarrollados cada vez hay menos víctimas", dijo a SEMANA Martin Voss, del Instituto de Investigación de Catástrofes de la Universidad Christian Albrecht, en Alemania. Pero lo contrario sucede en zonas más vulnerables o que han tomado menos precauciones, como Haití. Para Voss, esto es algo preocupante e indica que todavía hay que mejorar las medidas de protección en el mundo entero.

Anatomía del miedo

Los expertos creen además que la tendencia a tener pensamientos apocalípticos ha aumentado debido a que las calamidades de hoy son más complejas. "Esto quiere decir que ya no solo hay catástrofes naturales, sino también tecnológicas", dice Voss. Lo que ocurrió en Japón con la ola descomunal es que además inhabilitó varias plantas de energía nuclear, que hoy amenazan a los sobrevivientes. "Con el avance de la tecnología, aumenta la creencia de que el potencial autodestructivo del ser humano crece", señala. Según el psiquiatra José Posada, algunas personas reflejan sus problemas personales de depresión, baja autoestima y enfermedades mentales en estos sucesos. Adicionalmente, las ideas fatalistas toman fuerza en un contexto abonado por situaciones reales, como las dificultades sociales y políticas. "En medio de esta histeria colectiva, el pánico se transmite fácilmente", señala Posada. Pero el discurso del miedo también ha hecho carrera y, según Omar Rincón, hoy se usa como arma política y de control.

Lo cierto es que el ser humano siempre ha estado obsesionado con el final. "Para los cristianos es natural que el mundo algún día tendrá un fin", dice Kunze. En diferente épocas se han manifestado más que en otras, como sucedió en la Edad Media y más recientemente con el cambio de milenio. Con la pérdida de la religiosidad consecuencia de la era industrial, se perdió el concepto de redención tras el juicio final. "El temor hoy es doble, porque no solo se acaba el mundo, sino que después no hay nada más", agrega el experto alemán.

El psicólogo Jesse Bering, autor del libro The Belief Instinct, hizo un experimento con niños para saber por qué los humanos asocian los desastres naturales con visiones milenaristas. La primera sorpresa fue encontrar que para hacer este tipo de asociaciones se necesita un cerebro maduro. Pero curiosamente también halló que esta capacidad no es innata, sino que se adquiere durante la socialización del individuo, lo que supone que es un evento aprendido y cultural.

Para el ambientalista Gustavo Wilches Chaux, la gente confunde conceptos. "Un fenómeno natural no puede ser catalogado como desastre. El desastre es la consecuencia de vivir en una zona de riesgo", dice. En ese sentido, en lugar de culpar a Dios y a la naturaleza, hay que entender que ha sido el hombre quien ha creado las condiciones para verse afectado. Por eso, más que pronosticar el fin del mundo, lo que se debería hacer es buscar soluciones para reducir la vulnerabilidad, crear fuentes de energía que no generen tanto riesgo y vivir en armonía con la naturaleza. En ese sentido, la tragedia de Japón representa, según Kunze, una catástrofe total, porque no solo se trata de un desastre natural, sino tecnológico. "Por eso es apenas comprensible que los apocalípticos hayan vuelto a salir a las calles a pregonar el fin del mundo". Y como dice Yuri Gómez, sociólogo y experto en Ciencia de la Universidad Nacional, ante la pregunta de si el mundo se va a acabar: "En principio sí, lo que no está claro es cuándo".