El Distrito ha renovado parques con espacios especiales para que niños de 0 a cinco años puedan jugar tranquilamente. También ha entregado parques especiales para mascotas. | Foto: Ilustraciones: Omar Alonso

CRÓNICA

Ya no hay fantasmas en los parques barranquilleros

Estos parques son para las familias, los niños, los enamorados, los jubilados que juegan parqués. Más de 150 de estos espacios verdes han sido recuperados por el Distrito. Recorrimos algunos de ellos.

John Templanza Better
9 de octubre de 2019

Barranquilla ha cambiado, no hay duda. El crecimiento de La Arenosa es tan visible que la gente suele decir “esta ciudad es otra” –lo habrán leído, o lo leerán, en otros textos de este especial–. Y lo es. Se respira el cambio en cada esquina, cada calle o plaza de la ciudad. Grandes monumentos, megacolegios, edificaciones restauradas y cómodos escenarios deportivos parecen confirmar que esta es la Puerta de Oro de Colombia.

Tiempo atrás los parques en Barranquilla eran más el escenario de una película de terror que espacios destinados para la dispersión del cuerpo y el espíritu. Hoy, y gracias al compromiso de las últimas administraciones, estos lugares reúnen a la ciudadanía, la familiarizan, la acercan.

A vuelo de dron pueden verse parques resurgidos de las cenizas, como el Suri Salcedo o el Sagrado Corazón, que ahora se ven llenos de vida y colores. De aquellos lugares desolados, oscuros y peligrosos, por fortuna no queda nada.

“A este parque solía venir de niña, sus sube y bajas, sus resbaladeras con enormes cabezas de Disney aún están en mi memoria, verlo ahora renacer me reconforta”, dice Yesenia Pérez, una madre de unos 40 años que junto con sus hijas devora radioactivos algodones de azúcar.

Del otro lado de la ciudad, el parque del Estadio Metropolitano recibe cada fin de semana familias de los sectores aledaños. Chicos descamisados hacen barras, algunas niñas guardan el equilibrio en las escaleras aéreas, en una pequeña media torta un grupo de teatro callejero presenta una obra sobre prevención de drogas. En la otra orilla se levanta un gran complejo deportivo. Desde las 4:45 de la mañana, hombres y mujeres llegan a ejercitar sus cuerpos.

“Mire, hace algún tiempo esta fue una zona oscura rodeada de monte. Aquí ocurrieron crímenes, asaltos y violaciones. Es de no creer, eso quedó en el pasado, estos son otros tiempos en Barranquilla”, declara Nancy Espitia, una mujer madura que cada día viene junto con varias amigas a “ponerse en forma”.

Lea también: Mi pareja tenía VIH

Los bobos ya se fueron

“Aquí vengo a leer. Traigo un sándwich, algo de jugo y me quedo muchas horas. Mire todos estos árboles, el césped, los colores del atardecer, es perfecto”, me dice Fátima, una joven árabe estudiante de derecho. Un par de bellos pastores collie juguetean a cierta distancia. Este es el Parque Rosado, romántico y espléndido.

“Este lugar estaba en escombros, le decían el parque de los bobos porque muchos venían a fumar marihuana y luego se quedaban así, ¡todos bobos! Acá vengo cada domingo a jugar parqués con mis amigos”, dice José, un pensionado de la terminal marítima residente en el barrio Felfle, al sur de la ciudad.

Barranquilla y sus parques. En cada uno hay una historia nueva. Como la de Lina, que me cuenta la suya mientras aprieta la mano de Manuel, su novio desde hace más de un año. “Yo lo conocí aquí. Será nuestro lugar siempre. Cada vez que tenemos la oportunidad venimos, comemos algo o simplemente charlamos. Todo instante es especial en este espacio”, habla del parque ubicado en el barrio Simón Bolívar, un festivo y clásico vecindario barranquillero.

Los barrios del Distrito se han llenado de parques, de vida. Durante las recientes administraciones se han restaurado más de 150 de ellos. Florecen a diario, embellecen la ciudad. Los niños zumban como abejas de una atracción a otra. Las risas de los pequeños es una nueva música para los oídos.

Parques al norte, al sur, en la periferia. Parques donde el arte es posible: Jazz al parque, Teatro al parque, Lectura al parque. Parques azules, amarillos, rojos, parques para todos. Para sentarse en una banca los enamorados, para jugar dominó bajo la sombra de un almendro, para ir con la familia y jugar siglo, lotería, o para ir solo y perderse entre el bullicio de la gente, en los globos de colores que ofrece un bronceado vendedor. Parques que ayer eran visitados por fantasmas, hoy celebran una y otra vez la vida.