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Borges, autor de Borges

Alvarado se ha inventado el artificio muy borgesiano de hacer pasar lo falso por auténtico

Semana
18 de agosto de 2007

En enero de este año les conté mis dudas sobre un poema de Borges. Harold Alvarado Tenorio había dicho que él, y no Borges, era el autor del soneto que mi papá llevaba en el bolsillo cuando lo mataron, y que empieza con el verso “ya somos el olvido que seremos”. En esa columna, aunque no quería dudar de la palabra de Alvarado, dejaba abiertas algunas incógnitas. ¿Por qué, si Alvarado había publicado en Número esos sonetos (en total son cinco) en el año 93, mi papá lo llevaba en el bolsillo en el 87? ¿Y cómo era posible que esa versión que yo encontré fuera mejor que la de Alvarado, el supuesto autor? William Ospina, en una hermosa columna de Cromos, retomó el tema, recordando la forma en que esos poemas habían llegado a Número. Para él, el soneto de mi historia (y los otros) eran de Borges. Decía así: “Había fórmulas que Borges no había intentado nunca pero que sólo podían ser suyas, como decir del tiempo: ‘ese alto río roe las estrellas’, como esta expresión para aludir a la fatiga de la historia: ‘me pesan los ejércitos de Atila’, o la gracia de llamar al ‘Cantar de los Cantares’: ‘esa flor que florece en el desierto / de la atroz Escritura’. La delicadeza de las imágenes, la unidad de entonación, las tenues variaciones de sus giros verbales, sólo podían ser de Borges”. Alvarado Tenorio, sin embargo, en la misma Cromos, insistía en que los poemas eran de él: “El soneto que supuestamente llevaba el papá es el mismo que yo hice, lo que pasa es que él escribió mal una palabra. Pienso que esa es una vaina para vender libros que Héctor Abad se ha inventado porque no creo que su papá haya visto eso por ningún lado, eso es imposible”. Yo declaré mi estupor ante esta historia, que parecía inventada por el escritor argentino, y terminaba mi artículo pidiéndoles ayuda a los especialistas en Borges. A algunos de los más importantes les escribí. Me trataron con una displicente cortesía. Daniel Balderston, de la Universidad de Iowa, sentenció: “No es de Borges. Es una buena imitación de Harold Alvarado con la colaboración de William Ospina”. Esta respuesta fue tan celebrada que hasta un blogger colombiano le puso “risas enlatadas en el fondo”. Nicolás Helft, el autor de la bibliografía más completa del escritor argentino, fue incluso más tajante: “El poema no es de Borges, visiblemente. Adjetivos borgeanos por todos lados. Referencias a publicaciones apócrifas, provenientes de lugares lejanos, tiradas pequeñas…”. Aunque los especialistas no me ayudaron, empezaron a ayudarme algunos desconocidos que ahora son amigos. La primera que apareció fue una epidemióloga en Canadá. Ella encontró que un brasileño, Charles Kiefer, había traducido y publicado el soneto de Borges. Me comuniqué con Kiefer y me aseguró que era de Borges, tomado de una publicación española. Una señora de Medellín me escribió: “Sé de dónde tomó el poema su papá,” y me mandó una fotocopia. La respuesta estaba a mi lado: ¡El poema lo había publicado SEMANA! En esta misma revista estaba, como de Borges, en la edición del 26 de mayo de 1987. Con este dato, una estudiante, Luza Ruiz, buscó entre los programas radiales de mi papá de aquellos días. Y recibí, como de la ultratumba, la voz de él leyendo ese poema. Los lectores virtuales de la revista lo pueden oír también, haciendo clic aqui, en la palabra Aquí. (www.semana.com) Seguí buscando. Alguien me remitió a un verso de Los conjurados, el último libro publicado en vida por Borges. Ese verso dice: “Ya somos el pasado que seremos”. En esa revista SEMANA del 87, se decía que habían tomado el poema de un librito hecho a mano por unos estudiantes de Mendoza, Argentina. Llamé a Avarado con este nuevo dato y al fin se retractó: “No le des más vueltas. Esos sonetos los escribió Jaime Correas, un estudiante de Mendoza, que en esa época tenía 25 años”. Jaime Correas existe y vive en Mendoza. Es el director del periódico Uno. Lo llamé por teléfono, le conté la historia, quedó tan fascinado como yo. Me dijo: “Los sonetos son de Borges y yo los publiqué en el 86, en una edición limitada de la que prácticamente nadie tiene ejemplares”. Me mandó fotos de esta edición por correo. Y también fotocopias de una revista argentina, Somos, que retomó los textos después de que Diario-16, en España, también publicara los sonetos. Allí mismo, una conocida estudiosa de Borges, Gabriela Massuh, concluye que los sonetos son auténticos. Harold Alvarado, que se ha inventado el artificio muy borgesiano de hacer pasar por falso lo auténtico, ya no sostiene que los poemas sean suyos. Esto no demuestra, claro, que sean de Borges. Ahora él dice que no son de nadie o que son de cualquiera, menos de Borges. Aunque él no sabe de métrica (como se vio en sus versiones), dice que la prosodia no es del argentino. Yo tengo varios motivos, además de los literarios, para creer que sí son de Borges, pero para explicarlo no basta el espacio de un artículo en SEMANA. Sostengo que es auténtico este olvidado soneto de Borges sobre el olvido. A propósito: esta semana se cumplen 20 años del asesinato de Héctor Abad Gómez. ¿Será posible que entre los miles de paramilitares desmovilizados, ninguno recuerde por qué y por orden de quién lo mataron?

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