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El servicio público fundamental es la Justicia. Si no funciona, no hay país.

9 de noviembre de 2013

Principios de Justicia
En la edición n.° 1644 se hace un recuento de todos los sinsabores que ha dejado la investigación sobre el Consejo Superior de la Judicatura, y en especial sobre uno de sus magistrados. Eso merece que hagamos una reflexión. ¿Con qué autoridad moral podemos decir que existe una imparcialidad en las altas cortes de nuestro país, si existen vicios que están carcomiendo, la institucionalidad de las mismas? Lo más triste es lo que pueda pensar el común de la gente que durante décadas ha tratado de entender los comportamientos de los abogados, y pensando que existe un lugar en donde puedan denunciarlos en caso de que alguno supuestamente haya faltado a su integridad como tal. Eso hace que en este país cada día se observe más una situación ininteligible entre el juzgador y el juzgado, que conlleva el fracaso de los más altos principios de la Justicia.

Mike Pernett Correa
Cartagena

Una palabra vulgar
Fui lector de Semana en la época de Alberto Lleras Camargo y lo soy en la actualidad porque sus artículos, además de una buena investigación, usan un vocabulario adecuado para la categoría de la revista. Por lo anterior debo expresar mi sorpresa por el uso de una palabra simplemente vulgar e innecesaria en el artículo ‘Corrupción en la Justicia’, aparecido en la edición n.° 1644. ¿No era posible preguntar simplemente ‘En qué momento la Justicia perdió el norte’ o ‘En qué momento la Justicia desvió su camino’ sin tener que incluir la palabreja (que no cito porque me da vergüenza ajena)?

Manuel de Urbina Gaviria
Bogotá

Salarios indignos, jornadas extenuantes
Respecto al artículo ‘Una receta difícil de digerir’ (SEMANA n.° 1644) es bueno profundizar un poco más en lo que a los médicos nos toca. Desde que se creó la Ley 100 y se le dio ese poder desproporcionado a las EPS, estas se convirtieron en los empleadores del gremio médico y como tal, buscando intereses económicos privados, no solo se han apropiado de los recursos que aporta el Estado, sino que también, como en cualquier otra empresa que persigue el lucro económico y maneja las variables del mercado, estas se encaminaron a disminuir los costos para incrementar sus ganancias. 

Lo han hecho sometiendo a sus trabajadores a salarios indignos, a jornadas extenuantes con consultas entre 15 y 18 minutos en forma continua, sin receso, promoviendo en forma perversa –incluso con retribuciones económicas– que se les nieguen a los pacientes las ayudas diagnósticas, los medicamentos y los procedimientos a los que tendrían derecho, para hacer viable su existencia (y lograr mayores recursos para sus propietarios). 

En general, la población colombiana y evidentemente también el ministro (economista, por supuesto) desconocen la situación extrema de la mayoría de los trabajadores de la salud, un sector que ha sido inmensamente sumiso y pasivo ante su situación, pero que hoy sale a protestar porque encuentra que ya no puede tolerar más abusos. Habla el ministro –en forma grosera y desconsiderada– de carteles y de mafias entre los especialistas médicos. Así, nos preguntamos: ¿por qué no podemos siquiera acercarnos a lo que devenga un senador si en muchos casos tenemos más años de estudio que ellos –y sí le hemos servido a la sociedad?

Beatriz Torres Martínez
Bogotá

No más sangre
Parece que estamos condenados a las telenovelas cuyos argumentos son urdidos alrededor del narcotráfico. El artículo ‘El que a hierro mata a hierro muere’ (SEMANA n.° 1644) dice que la intención de los productores no es hacer una narconovela. ¿Entonces cuál es el propósito?

 ¿Enseñarnos nuestra trillada y sórdida historia? La competencia mordaz de nuestros dos canales privados los ha llevado a lanzar alternativamente series sobre el narcotráfico y la opulencia de estos personajes, que han mancillado y envilecido nuestra identidad. La excusa siempre ha sido la mal interpretada frase ‘Quien no conoce su historia está condenado a repetirla’. 

Sería muy bonito que lanzaran una superproducción cuyo protagonista sea el maestro Fernando González Ochoa, el gran escritor y filósofo envigadeño que fue nominado al Nobel de Literatura por Jean-Paul Sartre. Pero como las escenas no estarían llenas de sangre sino de literatura, como el sueño del joven promedio en Colombia es enriquecerse de la noche a la mañana y no ser escritor, pues eso aburriría a la audiencia y cambiaría al canal donde sí muestran escenas escabrosas. El papel de la televisión en la sociedad es fundamental, pues esta es el reflejo de la televisión que ve. Como dijo alguna vez el cineasta italiano Federico Fellini: “La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.

Jazmín Díaz Sánchez
Bucaramanga

No es porno, es arte
Fernando Botero –quien les resulta agradable al par de agujeros que tengo en la cara– nunca había sido de mi admiración. Esta mañana despertó mi atención Boterosutra, la serie erótica más no pornográfica del pintor, que permite anteponer la contemplación del arte al morbo instintivo que nos caracteriza como humanos. 

Más allá de lo bien hechos que están los dibujos, la obra exhibe dos contrastes hermosos, uno entre la naturalidad de los desnudos y los detalles que caracterizan sus personajes y escenarios, y otro entre el poder de género que encierra cada postura y la igualdad en cuanto a los gestos de los personajes. Que el pintor a sus 81 años haya decidido realizar una obra polémica para esta sociedad prejuiciada es –desde mi perspectiva– una muestra de que el buen arte es capaz de sorprender y cuestionar la moral de determinadas sociedades de forma silenciosa, pero magnífica. 

Prueba de lo anterior es lo que me sucedió hoy camino a casa en el MIO. Como de costumbre, el bus venía a reventar, yo venía parada y, como soy medio enana, una gran cantidad de personas podía ver lo que venía leyendo. 

Con un poco de irreverencia en la cabeza, decidí abrir la revista en la página en la que se exponía la obra de Botero, mientras me movía de posición con el objetivo de que toda la gente a mi alrededor tuviera acceso a las imágenes. Pude entonces notar cómo otros ojos se hundían en las páginas de la revista, al mismo tiempo se escuchaba una risa morronga y era posible sentir el esfuerzo que hacían las personas para alejar su mirada de mi revista. Ante lo sucedido, tengo la sospecha de que la replicación de este acto en una ciudad como Londres o Ámsterdam despertaría menos conmoción. No es pornografía señores, ¡es arte! 

Diana Oquendo Victoria
Cali

Unos datos trocados
N. de la R. En el artículo ‘Dime con quién andas’ de la edición n.° 1644, dos cifras del estudio sobre el alto gobierno quedaron trocadas. El texto dice que de los altos funcionarios “un 45 por ciento se graduó en Derecho y un 24 por ciento en Ciencia Política o Administración”. En realidad debería decir ‘un 24 por ciento en Economía y un 10 por ciento en Ciencia Política o Administración Pública’. Por otra parte, la infografía señala que la proporción entre hombres y mujeres en el alto gobierno es de 52 a 48 por ciento, cuando el dato correcto es de 58 a 42 por ciento. Ofrecemos disculpas a los lectores.

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