OPINIÓN

"Retirarse de la vida productiva produce rechazo": Humberto de la Calle

Por cuenta de la pandemia la discriminación hacia los adultos mayores se agudizó en países como Colombia. Nuestro invitado reflexiona sobre el delirio de la eterna juventud.

Humberto de la Calle
23 de agosto de 2020, 11:00 a. m.
"El retiro de la vida productiva produce el peor de los rechazos", dice Humberto de la Calle. | Foto: iStock

Aunque inexistente para la Real Academia, y aislada por falta de uso, la voz ‘senectofobia’, entendida como desprecio a los viejos, y por extensión a lo viejo, describe un estadio cultural que si bien tiene raíces en el pasado, ahora ha cobrado vigor por cuenta del coronavirus. Viejo hoy es un insulto.

Y mientras lo viejo a veces reaparece con el rutilante y esnobista nombre de vintage, los veteranos son condenados sin remedio. Ese lento e imperceptible retiro de la vida produce rechazo. El peor rechazo, porque al tiempo que se asimila el anciano a un mueble desvencijado, se le consiente como una especie de frágil osito de peluche, merecedor del apelativo de “abuelito”, no por parentesco, sino como expresión de fugacidad terminal; el aliento de la muerte que nadie quiere afrontar.

Los jóvenes no conciben la muerte. La muerte es algo ajeno. Ocurre a alguien ignoto que no existe en el radar. Pienso que esa fuga no es producto de hormonas vigorosas, sino un acto de escapismo. Típica represión psicoanalítica. Y es esto lo que explica que, además de mirar a los viejos como excrecencias inútiles, se les confina y se les evita porque son la afirmación viva del “polvo eres”.

Los viejos no se deben defender de lo ineluctable. Acudimos a la tutela para evitar la discriminación. No para escudar la vejez.

Cicerón cometió la pendejada en De Senectute de ponerse a la defensiva. Habló de la experiencia como un valor importante, dijo que contribuye al éxito en los negocios y agregó que la ausencia de placeres mundanos es una vía para la virtud. Esto último, de verdad, querido Cicerón, es un tiro en el pie. A la virtud llegan ahora los mayores, más por falta de oportunidades que por convicción estoica. Y, por fin, algo que hoy tiene carácter surrealista: ¡que ser viejo permite llegar a senador! Vuélvete serio, dilecto Cicerón.

Estos niños que insultan al viejo son presa del delirio poco original de la eterna juventud. Atacar al viejo es un acto de autodestrucción solapada. Un escape cobarde. Y es, por fin, una expresión arrogante dirigida por utopías ciegas que se pagarán caro. No se hagan ilusiones, niños. Los espero en el cementerio, queridos. Burlarse del viejo es burlarse de la proyección de sí mismo. De paso, con el frenesí del consumerismo y la competitividad, la velocidad de crucero demográfica ha logrado altísimas cotas. Viejo hoy es casi cualquiera que haya superado tres décadas de vida. Pero algo más grave. Si la ciencia logra obtener el anhelado súper manual de mantenimiento, ya los veo a los 120 años rogando a los dioses, o al destino, o a lo que sea, que pongan fin a la tragedia de la juventud eterna, que convierte la vida en un inagotable Mito de Sísifo. Canetti, citado por Bobbio, lo dice muy bien: “¿Cuántas personas descubrirían que vale la pena vivir una vez que ya no hubieran de morir?”. Un viejo sabio en la universidad nos decía: “Calma muchachos. No se apresuren. Lo bueno es tener ganas. ¿Qué queda de la vida si todo es repetido?”.

Muchachos insultadores, dice Marañón: “La peor vejez es la sumisión incondicional a la juventud de los otros”.

En cuanto al confinamiento para los mayores de 70, la justicia ha hablado y creo que ha hablado bien. Liberados de la discriminación, sin embargo, entendemos que no es el momento de salir de parranda. Nos cuidaremos. Las medidas, aun en un terreno de buena fe y deseo de acierto, han elevado la cultura de estigmatización. No digo que esta situación se haya originado en el Gobierno. Pero lo que sí ha ocurrido es que se ha acentuado. Ha quedado una discriminación en la sociedad. En almacenes de grandes superficies, en restaurantes, en comercios, hay avisos que dicen: “Prohibida la entrada a mayores de 70”. Si los judíos fueron obligados a llevar una estrella amarilla, nuestra estrella amarilla es la cédula de ciudadanía.

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