"Cuando la fiesta termina, Chapinero conserva ese mismo ímpetu, el de un escenario donde no hay motivos para estar en el clóset": Juan David Montes. | Foto: iStock

OPINIÓN

Sin motivos para estar en el clóset

Chapinero se ha consolidado como un territorio en el que la población LGBTI puede expresarse con libertad. Juan Montes, autor de estas líneas, relata como es vivir allí con su pareja.

Juan David Montes S.*
17 de noviembre de 2017

Mi contrato de arriendo estaba a punto de vencerse. Tenía tan solo un par de semanas para decidir si permanecería un año más en el mismo apartamento. Debía consultarlo con mi novio, con quien vivo hace más de un año. A los dos nos gusta este barrio. Nos sentimos cómodos en sus calles. Intentamos encontrar un apartamento más barato en la zona, pero no lo hallamos. Si queríamos ahorrar dinero en nuestro presupuesto mensual de vivienda tendríamos que incluir en nuestro radar otros sectores de Bogotá. Debíamos renunciar a vivir en Chapinero. Y es difícil que nos vayamos de aquí.

Nos pasa a todos en esta ciudad. Entre los factores que solemos tener en cuenta al elegir un lugar de residencia están el transporte, la cercanía a nuestro trabajo, la seguridad, el acceso a zonas verdes, entre otras. Pero para nosotros esta localidad tiene una ventaja extra, vivir en Chapinero significa una suerte de garantía para nuestra identidad ciudadana. Por fuera de sus límites, actos tan cotidianos como caminar tomados de la mano se convierten en posturas políticas que desafían probables brotes de discriminación.

No pretendo decir que la comunidad LGBTI deba excluirse y habitar un solo sector, de ninguna manera, menos cuando de acuerdo con la Encuesta Bienal de Culturas de 2015 “las localidades con mayor presencia de personas que se reconocen homosexuales son Ciudad Bolívar, Kennedy, San Cristóbal, Suba y Engativá”. Aun así, muchos de ellos también son habitantes temporales de Chapinero, de sus noches en Theatron y en la seguidilla de discotecas que lo circundan, donde el entretenimiento deviene en resistencia y plena libertad. La música en altos decibeles logra acallar el malestar de esas voces que desde la política insisten en la prohibición de la adopción por parte de parejas del mismo sexo y solo reconocen los efectos legales del matrimonio en parejas heterosexuales.

Cuando la fiesta termina, Chapinero conserva ese mismo ímpetu, el de un escenario donde no hay motivos para estar en el clóset, donde mi novio y yo no tenemos que disimular que somos pareja cuando visitamos un prospecto de vivienda o mientras hacemos mercado, vamos a una panadería a desayunar o realizamos cualquier actividad que, a fin de cuentas, se resume en un solo verbo: vivir.

El papel de un distrito gay, más allá de concentrar una oferta de entretenimiento especializada, es señalar el norte de políticas de inclusión de género susceptibles de extenderse al resto de la ciudad. Es posible que entre las franjas de colores, que hacen las veces de cebra sobre algunas calles de esta localidad, transite la clave para fortalecer el reconocimiento de minorías cuya ciudadanía, en otros sectores de Bogotá y del país, aún se ve en entredicho.

*Coordinador de Especiales Regionales de SEMANA.