"El problema de las Farc es que no solo eran guerrilleros machistas, también eran misóginos y de eso fuimos víctimas todas" | Foto: Juan Carlos Sierra

ENTREVISTA

"Si a los hombres los trataban de manera denigrante, a las mujeres nos trataban de forma perversa": Ingrid Betancourt

En esta entrevista, Ingrid Betancourt reflexiona sobre la mujer en el conflicto y el posacuerdo. Habla con el corazón de lo que vivió.

Daniela Puerta Padilla*
22 de noviembre de 2018

SEMANA: Hace poco habló ante la JEP. ¿Cómo cree que su testimonio contribuye a la reconciliación?

INGRID BETANCOURT: Fue un momento difícil, pero importante como víctima. Era la primera vez que la justicia colombiana se interesaba por nuestros casos. Creo que la JEP tiene una misión muy importante, la de establecer la verdad en torno a situaciones que son complejas histórica, humana y políticamente. Es la historia personal de cada una de las víctimas, pero también la historia del país.

SEMANA: ¿Las mujeres han tenido los espacios adecuados para contar su versión de la guerra?

I.B.: No, nuestra sociedad tiene rezagos machistas evidentes sobre todo en las estructuras de poder, entonces la voz de la mujer se ridiculiza y se deslegitima la narrativa femenina. Pero adicionalmente, es muy complicado entrar a exponer la experiencia femenina en la guerra porque además de la violencia y brutalidad de los hechos, está la violencia íntima, sexual y de género que es imposible de exponer públicamente.

SEMANA: Las negociaciones de paz fueron lideradas por hombres, ¿faltó la voz de las mujeres en este proceso?

I.B.: La ausencia de la mujer en los niveles de comando de las Farc, implicó una ausencia de su voz en la negociación. No es suficiente poner a algunas mujeres en escena para cambiar esta realidad. Hay una gran hipocresía por parte de las Farc que decían querer defender un orden igualitario, de justicia social, de igualdad de condiciones para el pueblo colombiano, pero explotaba sexualmente a la mujer guerrillera. Ellas eran en su mayoría jóvenes con experiencias de violencia familiar y de abuso sexual, quienes, después de pasar en muchos casos por situaciones de prostitución, buscaban refugio en las filas de la guerrilla. La igualdad con los guerrilleros era real como combatientes, en los enfrentamientos, en las acciones de inteligencia, y en las rutinas militares. Pero las reglas de comportamiento impuestas por las Farc las obligaban a tener relaciones sexuales con el compañero que lo solicitara como prueba de solidaridad revolucionaria.

SEMANA: ¿De alguna forma ellas también eran un tipo de rehenes?

I.B: El término de rehén no es el apropiado porque nosotras –las rehenes– éramos civiles desarmadas. Pero es cierto que de alguna manera nosotros teníamos una esperanza de liberación, ellas no. Lo complejo de la situación de la mujer guerrillera es que enfrentaba una doble agresión: la del enemigo (el soldado o paramilitar contra el que se enfrentaba en combate), y la del compañero que la descartaba para fundar una familia, pero sí la usaba sexualmente. Los guerrilleros salían durante los permisos a buscar “niñas bien” para tener sus hijos. Los hijos de las guerrrilleras, si las autorizaban a no abortar, les pertenecían a las Farc.

SEMANA: ¿Tenían alguna posibilidad de ascender a puestos de mando?

I.B.: Durante mi secuestro solo vi a una comandante mujer. Eran muy pocas las posibilidades y para llegar a serlo se masculinizaban. Estas mujeres trataban a sus compañeros hombres de la misma manera en que los hombres trataban a sus concubinas, es decir, como objetos de uso sexual. Esta masculinización es un fenómeno que se da en muchos ámbitos, no solo en la guerrilla. Las mujeres en lo laboral tienden a desechar rasgos de feminidad para lograr credibilidad y acceder a altos cargos.

SEMANA: ¿Y en el caso de los secuestrados también era marcada esa inequidad?

I.B.: El problema de las Farc es que no solo eran guerrilleros machistas, también eran misóginos y de eso fuimos víctimas todas. Si a los hombres los trataban de manera denigrante, a las mujeres nos trataban de forma perversa. Había desconfianza, animadversión, nos veían como un peligro adicional por el riesgo de ser seducidos. Entonces existía una necesidad de reforzar la agresión para demostrar que el guerrillero estaba en control de sus apetitos. A los rehenes hombres no los empujaban, ni los insultaban con palabras soeces. Tampoco les hacían zancadilla en las marchas, o violentaban físicamente de manera rutinaria. A las mujeres sí.

SEMANA: ¿En acciones cotidianas como ir al baño o ducharse también se veía reflejado ese comportamiento?

I.B.: Sí. El problema no solo era el de la diferencia fisiológica, sino el de la discriminación y humillación que se permitía. Por ejemplo, en una marcha los hombres tenían autorización de voltearse para hacer del cuerpo, pero a nosotras no nos daban permiso para ir detrás de un árbol. Para salir al baño teníamos más ropa y nos demorábamos tratando de preservarnos por pudor, pero apenas los hombres estaban listos, salían, y nosotras perdíamos el turno de baño. En la comida o los medicamentos a ellos se les daba prioridad en condiciones equivalentes de urgencia.

SEMANA: ¿Dónde hay más machismo en la guerra o la paz?

I.B.: En la guerra como en la paz hay elementos de denigración de la mujer como los hay de promoción. Por ejemplo, en las fuerzas militares americanas o israelitas se promueve la integración de género, la mujer es imprescindible y ahí se hace evidente que la guerra no necesariamente implica una exclusión femenina o mayor machismo. El llanto y el sufrimiento en la guerra no tienen género. Está demostrado que hombres y mujeres resisten igual ante las presiones de la guerra. Pero en nuestra sociedad se ridiculiza al hombre que expresa sus emociones. Se cree también que la mujer es menos fuerte, pero sabemos que eso no es cierto. Debemos entonces buscar los referentes sociales, culturales, de educación y de trabajo que nos permitan llegar a la complementariedad de género: somos diferentes pero no con menor o mayor valor que el otro. En Colombia nos falta liberarnos de muchos prejuicios.

SEMANA: ¿Qué papel deberían desempeñar las colombianas en esta etapa de posacuerdo?

I.B.: Lo que se necesita es una verdadera democracia de ideas, es decir, un mercado abierto, justo y libre para acceder al liderazgo. A la mujer se le exigen cualidades excepcionales para llegar al poder cuando al hombre estas mismas se las dan por descontado. Estamos desperdiciando el talento de la mitad de nuestra población. Eso es empobrecimiento. El papel de la mujer en el posacuerdo es el de aportar una visión complementaria pero radicalmente distinta, que enriquezca y matice la narrativa de nuestra historia. Esa nueva narrativa es indispensable para dar a luz una identidad social renovada, adaptada a la paz.

SEMANA: En su participación política definitivamente hay un avance. Tenemos por primera vez una vicepresidenta…

I.B.: Sí, hemos avanzado, gracias a mujeres que hoy vemos en posiciones de mando. Pero también vamos retrocediendo porque se entiende que es debido a las cualidades masculinas de estas mujeres como se explica su liderazgo. Por ejemplo, diremos con admiración que son unas “machas”. En realidad, las mujeres hemos sido entrenadas para ir adoptando una neutralidad de género, empezando por las reglas gramaticales de nuestro idioma que formatean nuestra identidad. El reto para nosotras es aportar desde nuestra realidad de mujeres, no simplemente desde una humanidad asexuada con el fin de acceder al poder.

*Coordinadora editorial de Regionales SEMANA.